Son niñas, no madres: la epidemia de los embarazos adolescentes en Ecuador

Rebeca Calabria

Quito —

Daniela (nombre ficticio) tiene dieciséis años. Se quedó embarazada con doce años y se convirtió en madre a los trece años, con un hombre que le doblaba la edad. Vive en un centro de acogida en las afueras de Quito con su hijo Christian, de tres años. El padre de su hijo era un vecino de la familia que después se convirtió en amigo de su madre y, por último, en su novio y padre del bebé: “[Cuando el padre del bebé se emborrachaba] me golpeaba y me cogía del cuello”.

El bebé Christian nació prematuro, cuenta la joven: “Dicen que es así en las madres adolescentes, que los bebés no tienen espacio ni buena alimentación, pero hoy está bien”. Con la llegada del bebé, el padre de Christian le dijo a Daniela que hablaría con su madre “por si le daba los apellidos”.

Reconocer la paternidad y pagar una pequeña pensión alimenticia, le evitaría problemas con la justicia ya que, en Ecuador, mantener relaciones sexuales con un menor de catorce años se considera legalmente como violación. Es una epidemia que supera los 18.000 casos de violaciones registrados por la Fiscalía en los últimos cuatro años, aunque gran parte de estos no se denuncien por las mujeres que los sufren. En Ecuador, el aborto es ilegal excepto en el caso de riesgo para la vida de la madre o si el embarazo es producto de la violación de una mujer que sufre de discapacidad mental.

Sin embargo, tras sucesivas palizas con intento de asfixia, Daniela decidió marcharse con su bebé, lejos del padre y de su propia familia, que tampoco suponía un entorno positivo para ellos. Desde la edad de doce años, cuando fue víctima de violación a manos del padre de su hijo, no quería quedarse embarazada pero no sabía cómo evitarlo: “Escuché en la escuela … sabía de la píldora del día después. Me daba mucha vergüenza usar esas cosas y conseguirlas. El pueblo es pequeño y qué vergüenza”.

En el refugio donde hoy vive con su niño, Daniela tiene todas las necesidades básicas cubiertas: “Me ayudan con medicinas y en lo personal siento más confianza en mí misma y más capacidad para cuidar a mi hijo”. Por el refugio donde vive también ha pasado su hermana mayor, a raíz del abuso sexual que sufrió a manos del papá de Daniela: “Él está preso por 26 años. Me siento mal por mi hermana porque, uno como hijo espera que su mamá y papá lo cuiden, pero también me siento mal por él porque no deja de ser mi papá”.

Tras dar a luz, su propia familia y el padre de su hijo (su violador), no le permitieron volver al colegio. No obstante, Daniela sueña con estudiar psicología “para hipnotizar a las personas y que recuerden su pasado”. Le gustaría ponerlo en práctica con ella misma, porque solamente tiene recuerdos desde los nueve años y sospecha que pudo haber sufrido abusos antes de esa edad. “Tengo un poco de miedo de que mi papá o dos de mis tíos me hayan hecho algo y quisiera que alguien me ayude a encontrar si me pasó algo y me desespera un poquito”.

Daniela es una más de las casi 3.000 niñas menores de catorce años que cada año dan a luz en Ecuador. Supone una estadística preocupante para las autoridades de Salud, que tienen como tarea pendiente la reducción del número de embarazos adolescentes. En la última década, el incremento de partos de niñas entre 10 y 14 años fue del 78%, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) de 2018. En palabras del Dr. José Masache, ginecólogo del área de adolescentes de la Maternidad Isidro Ayora de Quito, es una “tragedia” a la que se enfrenta cada mañana en su consulta: “Estos casos son legalmente considerados como violación y nosotros apagamos incendios forestales con extintores”.

Casi dos décadas trabajando en este hospital y no pasa ni un día que, al comenzar la jornada, este médico no se pregunte cómo retrasar la maternidad adolescente, algo normalizado en las clases sociales menos favorecidas. “Su proyecto de vida es ser madres. Quieren ser mamás, aunque sea de un violador”, cuenta el Dr. Masache, el titular más desesperanzador que se extrae del estudio que han elaborado en este hospital. Se debe principalmente a la falta educación sexual, informa Masache, la ausencia de proyectos de vida que empoderan a la mujer.

Michaela tiene catorce años, pero quedó embarazada a los trece. En el colegio, también le recomendaron como métodos anticonceptivos la abstinencia o la píldora del día después. Aunque su madre nunca le habló de cómo prevenir embarazos, sí le retiró la palabra cuando se enteró del suyo. Michaela decidió seguir adelante porque “el bebé no tenía la culpa”. Aunque regresa al centro médico por una revisión, no llega emocionada a la consulta con un recién nacido en brazos, ya que lo perdió durante el parto en la semana 37 de gestación, algo nada excepcional ni único, según las estadísticas de embarazos precoces. Los médicos revisan su implante anticonceptivo en el brazo porque con catorce años ya se ha convertido en población de riesgo; los indicadores dicen que los embarazos se suelen repetir a los once meses. “No quiero tener hijos, quiero volver al colegio,” afirma la adolescente.

Según la psicóloga y terapeuta Teresa Cruz, de Cumbayá, a las afueras de Quito, las niñas-madres que asisten a sus talleres tienen un denominador común: “Están resentidas con el mundo porque no es lo que ellas quieren. Odian a esos bebés y ven en el niño la cara del padre y es la misma imagen”.

Cuatro ministerios del gobierno de Ecuador trabajan de forma conjunta para acabar con la maternidad adolescente como un problema de salud pública. “Nos afecta a todos como sociedad, porque tienen que dejar de estudiar, acceden a trabajos no remunerados para cuidar de su hijo e ingresan en el círculo de la pobreza”, resume el Dr. Masache.

La religiosa Francisca Ramos, hermana de la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, nos recibe en el Hogar de la Madre Soltera Adolescente, que dirige en Conocoto, localidad a una hora de Quito. Aquí llegan mamás de doce a diecisiete años, ya con sus bebés o a punto de dar a luz, enviadas por la Fiscalía con una orden judicial. Todas provienen de un ambiente de maltrato intrafamiliar o abusadas por su novio y les cuesta denunciar.

Se han encontrado con casos de niñas en el Hogar que no sabían con exactitud quién era el padre del bebé porque la niña era víctima de violaciones recurrentes por varios hombres dentro de su propia familia, según la madre Francisca Ramos. La religiosa también recuerda el caso de otra niña que, al llegar al centro, había denunciado a su propio padre como padre de su hijo. Sin embargo, la adolescente habría cambiado su historia tras recibir una visita de su madre.

No obstante, a pesar de la tragedia que la rodea, la madre Francisca conserva la misma ilusión cada día para seguir luchando: “Lo que queremos es interrumpir la cadena, ellas son hijas y nietas de violaciones, que no se vuelva a repetir, que las bebitas que tengo aquí no sean abusadas, que vivan en un mundo con alegría”.