Manuel Loff: “El bolsonarismo es el neofascismo adaptado al Brasil del siglo XXI”
Manuel Loff tenía apenas nueve años cuando un grupo de capitanes y soldados portugueses, hastiados de ser enviados a una guerra sanguinaria contra los movimientos de liberación de las colonias africanas, derrocaron al régimen de António de Oliveira Salazar. Aquella fue la dictadura más longeva de Europa, duró 41 años.
A día de hoy, a sus 54 años, Loff es uno de los historiadores más respetados en Portugal especializado en regímenes autoritarios. Profesor asociado de la Universidad de Oporto e investigador en la Universidad Nueva de Lisboa, sigue con atención y preocupación el crecimiento de la extrema derecha en el mundo. Y no duda en clasificar al Gobierno de Jair Bolsonaro como representante del neofascismo.
“El discurso que utiliza contra los movimientos sociales y políticos que se le oponen, contra las mujeres, las minorías étnicas, la familia, la nación, Occidente... configura un neofascismo adaptado al Brasil del siglo XXI”, resume.
Usted estudia regímenes autoritarios desde hace más de 30 años ¿Qué diferencias aprecia entre la extrema derecha del siglo pasado y la de ahora?
En primer lugar, es necesario aclarar que la extrema derecha ya existía antes del fascismo: desde principios del siglo XIX hubo una extrema derecha antiliberal y contrarrevolucionaria, pero era muy elitista. La extrema derecha fascista, que es más moderna, nace después del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando aparece la izquierda radical también.
A partir de 1945, se produce una primera etapa de la extrema derecha que, aunque está presente en gran parte de los países europeos, es ilegal. Por tanto, desde 1945 hasta 1968 aproximadamente, la extrema derecha que existe es la de una generación que vivió la Segunda Guerra Mundial, vivió los regímenes fascistas italiano y alemán y los movimientos fascistas en toda Europa.
Después tiene lugar una segunda etapa diferente a la anterior, que aprendió las lecciones del pasado. Por ejemplo, abandonó el discurso abiertamente racista para pasar a un discurso cultural. Desde la liberación de Auschwitz en 1945, el racismo ha perdido un enorme espacio [en el relato político] y, aunque esté presente, no puede ser asumido. Hoy, los racistas alegan que su incompatibilidad con las minorías es de naturaleza cultural.
¿Está usted de acuerdo con la teoría de que la extrema derecha ha crecido en poder e importancia en el mundo desde los años setenta?
Pues bien, la derrota del fascismo nazi fue una gran derrota para la cultura política de la derecha y significó, más que en ningún momento político de la historia, un giro a la izquierda desde el punto de vista social, la cultura política y el triunfo de los valores de la izquierda en torno a la democracia, así como una versión de la democracia que exigía una cierta distribución de la riqueza y bienestar social. Tanto es así que la mayoría de los Estados capitalistas del Occidente “rico”, que se consideraban a sí mismos desarrollados, adoptaron estas políticas de carácter social.
Lo que vemos hoy es un ataque a toda lógica redistributiva de las políticas sociales. La primera versión de una extrema derecha con éxito en Europa fue en Escandinavia: antes de atacar la inmigración arremetió contra el Estado de bienestar social por el peso de los impuestos. Su primer blanco fueron los más pobres, afirmando que se estaba creando una clase de perezosos que no quieren trabajar, para después pasar a decir, con más éxito, que los inmigrantes venían para “mamar de la teta” del Estado de bienestar social.
Obviamente, lo hizo dándole la vuelta a todo. Pretendiendo ignorar que cualquier comunidad de inmigrantes, de no nacionales, en cualquier sociedad es en promedio mucho más joven que la media de la sociedad a la que llegan, trabaja mucho más y gana mucho menos. Por tanto, contribuye incomparablemente más a la producción de riqueza y a la seguridad social.
¿En qué momento se encuentra ahora la extrema derecha mundial?
A partir de los años setenta y ochenta, sobre todo a partir de la consolidación de la tesis del choque de civilizaciones, la extrema derecha toma a Israel como vanguardia de Occidente en la lucha contra el islam y abandona el antisemitismo, que pasó a ser un componente claramente minoritario en su discurso.
El objetivo pasa a ser la inmigración, sobre todo si es musulmana. Esto permite unir la zona Sur del mundo bajo un aspecto central para la extrema derecha desde el punto de vista identitario, que es la religión. Porque la extrema derecha nunca abandonó la idea del Occidente blanco y cristiano que colonizó el resto del mundo, que hoy se ve como un Occidente judeocristiano heredero de las dos religiones monoteístas del Libro Sagrado.
Esto es particularmente visible en los continentes americanos, sobre todo en Estados Unidos y en Brasil, a través de las nuevas iglesias pentecostales y evangélicas que dieron un giro de 180 grados en la visión que tenían de los judíos. Y esta, por tanto, una de las direcciones a las que ha evolucionado la extrema derecha: tiende a abandonar el discurso negacionista del Holocausto, sabe que lo tiene que hacer, y se concentra en un nuevo enemigo: el islam.
Este racismo cultural permite crear una plataforma de convergencia para todas las sensibilidades reaccionarias que describen al inmigrante como “el otro” y atrae a mucha gente que no comparte, o no compartía, muchas de las otras banderas de la extrema derecha. Después se suma otro aspecto, que es muy visible en el caso latinoamericano -y en ese sentido el bolsonarismo es la versión más completa y más depurada de la extrema derecha-, que es el discurso de la dictadura cultural marxista.
A partir de la tesis de que existe una dictadura cultural marxista de izquierda, la extrema derecha se abre paso internacionalmente explicando que ésta se habría impuesto a través de la escuela pública. Lo que significa que la universidad y la escuela pública reproducen y forman a izquierdistas.
En el fondo, con esa tesis atacan a todas las ciencias sociales: todo cuanto dice la Sociología, la Antropología y la Historia. En Brasil se ha llevado mucho más lejos políticamente y con más eficacia gracias al movimiento Escuela sin Partido, cuya tesis es que todas las ciencias sociales son comprometidas, militantes y, por tanto, ninguna de ellas es objetiva. Todas pretenderían, desde hace décadas, minar los fundamentos de la naturaleza, de la comunidad, del orden social: la familia, la patria, la nación, etc.
Hay incluso otro aspecto muy visible en el discurso de Bolsonaro y también en el de Trump, que ya existía con Berlusconi, que tiene que ver con el papel de las mujeres en la sociedad. Ya ni digo del universo LGTB, pero particularmente contra las mujeres. Es la tesis de que todo feminismo es radical, que es una invención de la dictadura cultural de la izquierda y lo que pretende es legitimar una “ofensiva contra Dios”, como diría el ministro de las Relaciones Exteriores de Bolsonaro.
Según ellos, ¿cuál es la peor manera de agredir a Dios, al orden social y a la familia? Transformando el papel de la mujer dentro de la familia y creando nuevas formas de familia. De nuevo, la extrema derecha brasileña ha llevado todo esto mucho más lejos, no desde punto de vista teórico, pero sí con mucho más éxito que en otros países.
Usted defiende la tesis de que el mundo vive una “transición autoritaria” desde el 11 de septiembre de 2001. ¿En qué punto estaría Brasil en ese camino hacia el fin de la democracia?
Brasil es uno de los casos más avanzados, porque la agenda política del Gobierno actual incluye un programa abierto, explícito, de represión e intimidación contra los adversarios, de amenaza de ilegalización del mayor partido de la oposición y de arresto de dirigentes opositores, represión sobre los movimientos sociales.
Las sociedades autoritarias no son simplemente aquellas en las que el Estado es autoritario, sino también en las que la sociedad es autoritaria. Puede ocurrir que la intimidación a los adversarios vaya a reducir la capacidad de maniobra de la oposición y resistencia sociales: potencialmente es así, ahora hay que esperar a ver cuáles son los resultados reales.
¿Eso es propio de un Estado neofascista?
Eso es propio de un Estado en transición hacia el autoritarismo que puede o no reunir todas las características clásicas del fascismo. Pero eso es como la democracia. ¿Los Estados en los que vivimos son puramente democráticos? Lo dudo mucho. Cuando hablamos de regímenes fascistas o regímenes democráticos, hablamos de procesos en construcción permanente del fascismo o de la democracia. La transición hacia el autoritarismo comienza con la degradación de la democracia y termina cuando ya no hay democracia. Habría que responder a si todavía queda democracia en Brasil.
¿Usted considera que el gobierno de Bolsonaro tiene características suficientes para ser considerado fascista o neofascista?
El fascismo no se impone de la noche a la mañana. El programa de gobierno de Bolsonaro es socialmente reaccionario y tan ambicioso en sus intentos de unir los intereses de las derechas políticas y económicas de Brasil, que llegará un momento en el que deberá valorar la necesidad de usar una violencia institucional que está fuera del alcance de cualquier gobierno democrático.
Si no duda en usarla, la práctica será muy cercana al fascismo. El discurso que utiliza contra los movimientos sociales y políticos que se le oponen, contra las mujeres, las minorías étnicas, la familia, la nación, Occidente... configura un neofascismo adaptado al Brasil del siglo XXI.
Quienes alegan que el gobierno de Bolsonaro no es fascista suelen argumentar que es imposible que haya 50 millones de fascistas en Brasil. Usted escribió en un artículo recientemente que “un régimen fascista no se sustenta solo con fascistas”.
Nunca, en ningún momento de la historia, un régimen fascista ha nacido o se ha consolidado solo con fascistas. La indiferencia es tan fundamental para sustentar un régimen como lo es el nivel de apoyo. Imaginar soluciones políticas, por muy totalitarias que sean, apoyadas por el 100% o 99% de las personas es perder totalmente el contexto histórico y social.
Un régimen de estas características necesita tener un nivel suficiente de apoyo, que no tiene por qué ser muy amplio y que puede estar formado por grandes mayorías de personas indiferentes o intimidadas. En todas las soluciones autoritarias hay una economía de la violencia, no se ejerce violencia sobre todos. Cuando se lleva al extremo, cuando se pierde el control del ejercicio de la violencia, la reacción puede ser demasiado fuerte y puede provocar, por ejemplo, una guerra civil o la derrota del régimen opresor.
Volviendo a la cuestión del ataque contra los movimientos feministas, ¿ese discurso machista, de toma de poder, es una de las características de ese nuevo fascismo?
Existe una evidente 'falocracia' y un 'neopatriarcalismo' en todo esto. La extrema derecha raras veces defiende abiertamente la desigualdad social y política entre hombres y mujeres: se limita a defender la familia tradicional. Muchos de los discursos que la extrema derecha ha ido adoptando desde 1945 transforman al criminal en víctima.
Por ejemplo, a los antiguos combatientes de guerras impulsadas por Occidente en víctimas de la propia guerra. En Brasil, a los militares torturadores se les pasó a considerar víctimas de la guerrilla de izquierda, de la misma forma que en Estados Unidos transformaron a los combatientes de la Guerra de Vietnam en víctimas de los vietnamitas.
Y ahora se sigue haciendo lo mismo: el empresario es víctima del empleado, que no trabaja y además está bajo la protección de los sindicatos, y es víctima también del Estado, que le roba haciéndole pagar impuestos. La organización de la sociedad se reinventa y revierte: los hombres, al final, son víctimas de las mujeres feministas, el empleador lo es del empleado… Y de esta forma recuperan como víctimas de la contemporaneidad, de la democratización de las relaciones sociales, aquellos que ya eran y continúan siendo grupos dominantes.
En Europa, la extrema derecha usa la “amenaza” de la inmigración para fomentar el discurso del miedo y ganar votos. En Brasil el demonio es el comunismo, aunque ellos aparentemente no sepan muy bien lo que es y quién es comunista.
Pero saben por qué usan el comunismo. Es revelador apreciar cómo el 'bolsonarismo' ha recuperado el lenguaje anticomunista de los años sesenta y setenta. Brasil tiene dos partidos comunistas, el viejo Partidão y el PCdoB, que son menores que en otros países, y fueron aliados menores del PT cuando estaba en el poder.
No es razonable decir que hay una “amenaza comunista” en Brasil -al contrario de lo que sucedió en Portugal, donde llegaron al poder, en Francia y hasta en España, donde gobernaron en determinadas regiones. A pesar de esto, han recuperado directamente el viejo discurso anticomunista. También es una cuestión de memoria, lo que tiene un significado especial porque ellos saben que todavía funciona.
El ataque a la universidad tampoco es algo nuevo.
Todos los Estados autoritarios atacan a la universidad. Todas las fórmulas políticas, sobre todo cuando se transforman en Estado, tienen una serie de instrumentos de formación: y las escuelas y universidades forman parte de ellos. Pretenden obtener, al mismo tiempo, un grupo de intelectuales orgánicos que consigan formular su ideología con un discurso relativamente erudito y con otro más abierto volcado a las masas.
Antes de que la extrema derecha del siglo XX atacara la educación pública, ya lo había hecho la Iglesia el siglo anterior. Las derechas concibieron un Estado de una manera muy similar a como lo han hecho las Iglesias, acusando [a la educación pública] de adoctrinar a los niños y alejarles de sus familias. Y todo esto después de que precisamente la Iglesia pretenda enseñar a los niños todo sobre la familia, identidad de género, sexualidad, orden y obediencia.
Esa disputa por la hegemonía se lleva a cabo a través de la educación en los Estados liberales y hoy es reproducida por la extrema derecha, que acusa a las ciencias sociales y las humanidades de dar una versión abiertamente ideológica.
El discurso del Gobierno actual en Brasil es que la educación debe seguir una lógica utilitaria y que asignaturas como Filosofía y Sociología no dan dividendos a la sociedad.
En Portugal, hasta el final de la dictadura salazarista en las universidades no se impartía Sociología, Antropología o Psicología. Solo se daban cursos en las escuelas de formación de funcionarios coloniales. Una visión utilitarista. Más allá, las primeras ciencias sociales en el siglo XIX nacen para ayudar a la dominación sobre los pueblos colonizados. También ocurrió en Brasil.
Cuando la ciencia se convirtió en un instrumento de emancipación, a los defensores del orden establecido les dejó de gustar y empezaron a considerarla como pecaminosa, blasfema o, en su versión de los siglos XX y XXI, militante. Desde Galileo fue así. Es decir, todo lo que yo investigo, interpreto o concluyo con una metodología científica es simplemente un discurso que sustenta una ideología.
La vieja batalla de la fe contra la ciencia.
Para esta extrema derecha religiosa lo que cuenta es el texto sagrado, que es una descripción de la naturaleza basada en principios sagrados e inmutables. Este debate tiene miles de años y este ataque no es ninguna novedad. También podemos decir que no es exclusivo de la extrema derecha. Lo que está pasando ahora es muy grave: el neoliberalismo comenzó a revertir una política que en varios países occidentales llevaba desde los años cuarenta apostando por la educación.
Pero después se instaura el discurso de que la universidad tiene que ligarse al mundo del trabajo, que es el mundo de la empresa, y de que la universidad y la educación tienen que mostrar su carácter práctico. Por tanto, es un desperdicio de recursos públicos formar a estas personas, peor incluso si son una “panda de rojos”.
¿Puede extenderse la fórmula del 'bolsonarismo' por América Latina?
Creo que cuenta con algunas características que le permitirían expandirse. El 'bolsonarismo' es, sobre todo, la suma de nostalgia por la dictadura militar, demagogia anticorrupción y un discurso político centrado en la moral. En la cuestión puramente moral, dos de los líderes de las derechas clásicas que subieron al poder con el apoyo de la extrema derecha, Silvio Berlusconi y Donald Trump, son hombres que no pueden reclamar credibilidad alguna ni en su vida profesional tributaria, ni personal.
Sin embargo, eso no impide que, en ambos casos, puedan hacer discursos profundamente reaccionarios sobre el concepto de familia. Berlusconi dio un discurso sobre la familia después de meter mano a varias mujeres públicamente. Trump, lo mismo. Así que el 'bolsonarismo' es simplemente la suma de esa nostalgia por la dictadura, discurso sobre la corrupción -por tanto, demagogia moralista-, a lo que se añade después la conexión con el mundo evangélico. Si esas tres condiciones se dieran en otras sociedades latinoamericanas, el 'bolsonarismo' podría expandirse, conseguiría replicarse. Veo características muy semejantes en las derechas venezolana, mexicana, argentina y chilena.
Traducido por Diajanida Hernández