Provocador y nihilista, kamikaze, pétainista y filonazi, Jean-Marie Le Pen tiene 86 años, ha cumplido casi 60 en política, y, a juzgar por el estacazo que acaba de asestar al partido que él mismo contribuyera a fundar en 1972 -por no hablar de a su propia hija-, parece que a estas alturas todo le importara un bledo. O puede que no.
La tragedia griega que protagoniza estos días con Marine, llena de traiciones, puñaladas por la espalda, ambiciones de poder y sangre, mucha sangre, ha abierto un cisma dentro del Frente Nacional (FN) justo en un momento en el que el partido de extrema derecha había conseguido afianzarse en el panorama político francés. Pero es posible que, sin querer, Jean-Marie Le Pen haya hecho un favor a esa hija devota que siguió sus pasos, de la que su exmujer decía que era su “viva imagen”, y que no ha dudado en matar al padre públicamente.
Las últimas declaraciones del patriarca frontista no son ninguna novedad. Los franceses ya sabían que para él las cámaras de gas de los nazis son “un detalle de la Segunda Guerra Mundial”. Que, como para un sector del FN, el mariscal Pétain, el hombre que desde Vichy colaboró con la Alemania nazi, “nunca ha sido un traidor”, o que la ocupación alemana de Francia no fue “especialmente inhumana”.
Tampoco es nuevo que el ultraderechista desprecie al primer ministro Manuel Valls por su condición de “inmigrante” (nació en España). Los exabruptos antisemitas, negacionistas y xenófobos de Jean-Marie son recurrentes y más que conocidos. Es más, ha sido juzgado y condenado en repetidas ocasiones por sus declaraciones. La entrevista concedida al semanario “Rivarol”, fundado por pétainistas, no deja de ser un “grandes éxitos” del pensamiento del hombre que cree en la desigualdad de las razas y al que un día los franceses dieron la oportunidad de llegar a la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales.
Pero, sin ser una novedad, la última provocación de Le Pen padre ha colmado el vaso de la paciencia de Marine, que lleva años intentando “desinfectar” el partido y alejarlo -al menos en apariencia- de su pasado neofascista para venderlo como una formación presentable. Hasta ahora, dirigentes del FN o su propia hija quitaban hierro a cada nueva “perla” del que algunos en Francia llaman el “menhir”, por su origen bretón y por su inmovilismo. “Es un viejo puñetero”, decían entre líneas y casi con ternura, alguien inofensivo al que le gusta provocar y, ya de paso, fastidiar a su hija. Pero Marine se ve demasiado cerca del poder ahora mismo como para dejar que su padre, que nunca se tomó lo de llegar a la presidencia en serio, siga poniéndole la zancadilla.
La contundente respuesta de la presidenta del FN, que ha decidido romper, al menos en apariencia, con el progenitor, fundador y presidente de honor, en definitiva, con la esencia del partido, forma parte de la estudiada estrategia de “desdemonización” de la formación que Marine Le Pen ha emprendido desde que asumiera su liderazgo en 2011. “Jean Marie Le Pen parece haber entrado en una verdadera espiral entre la estrategia de tierra quemada y el suicidio político”, ha dicho la lideresa, que ha convocado a su padre a comparecer ante la ejecutiva del partido para someterse a un consejo disciplinario y que manifiesta contraria a que el presidente de honor siga siendo el candidato a las regionales de finales de año. La opción de expulsarlo de la formación no está descartada, ha dicho Florian Philippot, mano derecha de Marine.
Las críticas han llegado hasta de la nieta, Marion Maréchal-Le Pen, la jovencísima promesa del FN, que a sus 25 años ocupa uno de los dos únicos escaños de la formación. Más en sintonía con el abuelo que con la tía, -Marion utiliza a menudo coletillas como “franceses de toda la vida” para referirse a los franceses blancos, algo que ha aprendido del patriarca-, la diputada también ha reprobado las declaraciones de Jean-Marie. “Sólo somos traicionados por los nuestros”, se ha lamentado el fundador del FN.
El patriarca, sin embargo, está dispuesto a morir matando. Acudirá a ese comité ejecutivo, ha dicho, a defenderse y a atacar. Según él, la presidenta está “dinamitando” su propia formación y, con la “desdemonización”, a la que no pierde oportunidad de criticar, no hace sino someterse al sistema y alejarse de sus fundamentos para atraer simpatías. “Cuando ella sea otra cosa, no será nada”, ha sentenciado Jean-Marie. Él, que siempre se ha definido como “un hombre libre, que se expresa con toda sinceridad”, busca que “el FN no se aparte de sus fundamentos, que su 'obra' no sea traicionada por una versión edulcorada. Él defenderá hasta el final un FN volcado en la historia”, señala Jean-Yves Camus, politólogo especialista en extrema derecha a “Le Parisien”.
La disputa familiar entre los Le Pen tampoco es nueva. Pero el hecho de que Marine haya decidido anteponer su proyecto político a la familia, muestra las cada vez más evidentes diferencias con su padre. Como señalan quienes le conocen de cerca, el patriarca nunca quiso realmente el poder, y buscó en la política una vía para expresar sus opiniones, extremas en la mayoría de los casos. No intentó seducir al electorado, sino congregar a los suyos y arrojar al debate político los puntos de su agenda. “Este hombre es, en el fondo un nihilista. No desea el poder y habría estado muy incómodo si hubiera sido elegido (presidente en 2002). Él busca, al contrario, destruir toda forma de poder”, observa el psicoanalista Jean-Pierre Winter, autor de “Hommes politiques sur le divan” (Políticos en el diván), en un entrevista con “Le Point”.
Su hija, sin embargo, no tiene miedo a la responsabilidad política, busca asumirla, tiene los ojos puestos en el Elíseo y una hoja de ruta para conseguirlo. Al condenar las declaraciones de su padre “es como si le dijera: tu disfrute es demasiado legible, el mío será mucho más opaco. Es, por cierto, lo que ha conseguido: Marine Le Pen sigue siendo difícil de descifrar, mientras que sabemos de entrada por dónde viene su padre”, argumenta Winter. Purgar el partido de ese lenguaje tan abiertamente antisemita ha sido uno de los objetivos de la lideresa, y ese esfuerzo por “adecentar” la imagen del FN -ficticia, denuncian sus críticos-, le ha llevado a sacar a la formación de la marginalidad política y a sentarla frente a frente con los dos grandes partidos tradicionales franceses, los socialistas y la derecha tradicional. Y dentro de este plan, el padre ha empezado a ser un estorbo.