Los argentinos llegan al balotaje presidencial de este domingo en estado de movilización y envueltos en múltiples sentimientos, que no excluyen el pánico, tras una larga carrera electoral que comenzó hace meses, con la campaña para las primarias de agosto. Las estimaciones de ambos campos en pugna y de los encuestadores indican que el ultraderechista Javier Milei y el peronista Sergio Massa llegan a la cita en paridad, con leve ventaja para el primero.
Massa, de la coalición de centroizquierda Unión por la Patria, y Milei, de La Libertad Avanza, pasaron a segunda vuelta tras haber superado las elecciones generales del 22 de octubre, con 36,8% y 29,9% de los votos, respectivamente. La tercera más votada en esa ocasión resultó la derechista Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, con 23,8%. Tanto ella como su jefe político, el expresidente Mauricio Macri, se volcaron a favor de Milei para el balotaje. Se hicieron cargo de núcleos discursivos de la campaña y ayudaron al economista a contener sus impulsos de ira, en una acción de padrinazgo que el postulante pareció aceptar con conformidad.
Por su parte, Massa, ministro de Economía de un gobierno que entró en crisis apenas llegó al poder, en diciembre de 2019, por la enemistad entre el presidente, Alberto Fernández, y la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, no logró la adhesión de ningún candidato que participase de la primera vuelta, aunque sí concitó el apoyo de un amplio rango de dirigentes y personalidades, desde casi todo el peronismo, la izquierda, moderados y algún espacio de centroderecha.
Un nuevo ciclo político
Una de las certezas es que el ciclo político de las dos últimas décadas, que dividió las aguas entre el kirchnerismo —versión de centroizquierda del peronismo— y la oposición hegemonizada por la derecha conservadora, habrá llegado a su fin este domingo. En rigor, la irrupción del ultraderechista Milei en la escena pública, gane o pierda la presidencia, cambiará la lógica de cuatro décadas de democracia.
En algún debate, Milei razonó que si alguna persona no acepta condiciones indignas de trabajo, es libre de optar por morirse de hambre
Una victoria de Milei con vertientes abiertamente antidemocráticas intentará llevar a cabo una agenda de reclusión del Estado hasta límites inverosímiles. Salvo las áreas de seguridad y justicia, el economista anarco-capitalista sostiene que todo debe ser arbitrado por el mercado, lo que incluye la educación, la salud, el sistema de pensiones, la ciencia, la propiedad de ríos, mares, animales, órganos y seres humanos. En algún debate, razonó que si alguna persona no acepta condiciones indignas de trabajo, es libre de optar por morirse de hambre.
Un proyecto de ese tipo, del que puede trazarse cierto paralelismo —aunque en un nivel no tan extremo— con las reformas impuestas a fuerza de terror de Estado por Augusto Pinochet en Chile en la década de 1980, cobra un significado todavía más especial en un país como Argentina. Desde los gobiernos de la elite liberal entre fines del siglo XIX y principios de siglo XX, el Estado ocupó un lugar central en la conformación de una nación que comenzaba a consolidar su poco poblado territorio y a recibir oleadas masivas de inmigrantes. Instituciones creadas durante esos años soportaron las mil turbulencias de la historia argentina, pero ahora Milei las quiere derogar.
La Unión Cívica Radical, en la década de 1910, y el peronismo, en la de 1940, consagraron derechos universales con el Estado como garante. Radicales y peronistas tuvieron vertientes de izquierda y derecha, pero el papel de un Estado de Bienestar, uno de los pocos que alcanzó una magnitud considerable en América Latina, parecía fuera de discusión.
Ni las dictaduras más sangrientas se atrevieron siquiera a sugerir que había que privatizar la totalidad del sistema educativo o abandonar tratamientos médicos caros porque debía regir el individualismo extremo. Aun hoy, tras cinco décadas en las que Argentina ha sido una de las economías del mundo con menos crecimiento de su PIB, el país sigue siendo uno de los dos de mayor índice de desarrollo humano de América Latina, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
El ataque en ciernes de Villarruel
Milei y la candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, amenazan otro de los pilares sobre los que se basa la democracia argentina. La abogada Villarruel dedicó toda su vida pública a negar el terrorismo de Estado que causó 30.000 desaparecidos entre 1975 y 1983. Se vinculó a las defensas de los represores, visitó a genocidas en la cárcel y agitó el ambiente, sin poder salir de los márgenes hasta pocos años atrás.
El clima de época que redundó en el ascenso de Macri a la presidencia (2015-2019) le abrió la puerta a Villaruel y los suyos para pelear, con todo tipo de tergiversaciones, por el reconocimiento de “las víctimas del terrorismo”, en referencia al accionar de las organizaciones armadas ERP (trotskista) y Montoneros (peronista).
Villarruel, quien se ocuparía de las áreas de seguridad y defensa en una presidencia ultraderechista, increpa cotidianamente a hijos, padres y hermanos de desaparecidos como 'familiares de terroristas'
Aun así, el intento de consagrar la teoría de los dos demonios, según la cual hubo dos terrorismos, uno estatal —al que nunca nombran como tal— y otro guerrillero, no había encontrado mayor espacio político. Cuando Macri intentó avanzar en ese sentido, tuvo que retroceder, porque ni siquiera su electorado estaba dispuesto a llevar adelante la batalla, y menos todavía sus aliados de la UCR, cuyo último líder importante, Raúl Alfonsín, fue el presidente que impulsó el histórico Juicio a las Juntas militares, narrado en la reciente película Argentina, 1985.
Villarruel, quien se ocuparía de las áreas de seguridad y defensa en una presidencia ultraderechista, increpa cotidianamente a hijos, padres y hermanos de desaparecidos como “familiares de terroristas”. Asume la versión de los desaparecedores de personas como propia y de ella se vale para atribuir responsabilidades penales a quienes fueron secuestrados, torturados y arrojados al mar.
En una de sus últimas intervenciones de campaña, Villarruel anunció que tratará de convertir el predio de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), un campo de concentración ubicado en el norte de la ciudad de Buenos Aires por el que pasaron 5.000 personas, en un parque “para que disfruten todos los argentinos”.
Que su entrevistador en el canal de noticias de Grupo Clarín no le haya objetado ni repreguntado por la iniciativa no fue una anécdota, sino que da la pauta del grado de complacencia de ese multimedios y su competidor La Nación hacia el plan que enarbolan Milei y Macri. Ambos conglomerados, que juntos acumulan diarios, canales de televisión, radios, sitios digitales y otros negocios en los que comparten sociedad, apostaron abiertamente por Bullrich en la primera vuelta del 22 de octubre. Con esa experonista de izquierda convertida con los años en derechista radical fuera de carrera, sus medios optaron en forma resignada, aunque ostensible, por Milei como mal menor.
Cada una de las alusiones de campaña de Massa a las decenas de promesas aberrantes del postulante La Libertad Avanza, vertidas durante años con insultos y violencia en el prime time televisivo, fue señalada como “campaña del miedo” por las pantallas de Clarín.
Resistencia en las calles
El ascenso de Milei ya forzó una reorganización del campo peronista y de la izquierda. Massa, un centrista pragmático, se erigió en la cabeza de la resistencia a Milei, papel que lo obliga a refundarse y encontrar un liderazgo tras una carrera con muchas idas y vueltas.
El sector progresista y de izquierda, al que Massa no pertenece, transitó debates álgidos e inconclusos durante los años del kirchnerismo. Referentes intelectuales, víctimas de la dictadura, artistas, militantes por las diversidades, estudiantes, organizaciones sociales y sindicalistas pusieron el cuerpo por la candidatura del peronista. Decenas de ellos poblaron metros, trenes y colectivos (buses) de las principales ciudades para convencer boca a boca sobre la urgencia de bloquear a Milei. Miles de referentes, algunos ubicados en veredas opuestas hasta hace poco, firmaron manifiestos variados en el mismo sentido. Hasta un paseador de perros “micromilitó” ante su público.
Massa admitió en el último tramo que recibirá votos que no habrían optado por él en otras circunstancias. “Entiendo que algunos, después de tantos años de vida pública, puedan tener dudas sobre mi persona y sobre mis ideas”, dijo en una presentación el jueves. “Sé que a muchos no los convenzo”, amplió luego.
Con 52 años, Massa fue liberal en su adolescencia, adherente al peronista conservador Carlos Menem en su primera juventud, peronista clásico a sus 30 y gestor de la estatización del sistema de pensiones que había privatizado Menem en el primer gobierno de Cristina Kirchner, medida fundamental para esa administración y para que la Argentina tenga hoy una cobertura previsional superior a 90% de los mayores de 65 años. Más tarde, Massa se peleó con los Kirchner, se declaró en “la ancha avenida del medio”, negoció con Macri y volvió a pactar con Cristina en 2019, con Alberto Fernández como intermediario.
Entre 2019 y 2022, el hoy candidato fue presidente de la Cámara de Diputados, un puesto que le permitió confirmar su valor como equilibrista entre las diferentes ramas del peronismo. En agosto del año pasado pugnó y logró ser nombrado ministro de Economía, sin interferencias del presidente y la vice en ningún área de su cartera. En los hechos, Massa tuvo potestades de jefe de Estado para lidiar con una crisis económica indomable, agravada por una sequía histórica.
Hace años que el abogado peronista convive con índices de desaprobación mayores a los de su aprobación —hoy más equilibrados—, pero su nominación como candidato, tras una negociación extenuante con los bandos en pugna de Alberto y Cristina, refleja su extraordinaria capacidad de maniobra política. Una de las condiciones que parece haber impuesto es que el presidente y la vicepresidenta se mantuvieran en silencio. Casi no se les escuchó la palabra durante los dos últimos meses.
En años recientes, Massa sosegó sus saltos políticos que habían desorientado a todo el mundo. Abraza causas progresistas en cuanto a derechos de las mujeres y humanos, propugna orden fiscal, pero a la vez promueve una alta intervención estatal y una red de contención social. Manifiesta sintonía con Luiz Inácio Lula da Silva, la italiana Elly Schlein y Pedro Sánchez, y también se pliega a los halcones de Israel y Estados Unidos a la hora de hablar de los presuntos crímenes de guerra del régimen de Benjamín Netanyahu en Gaza.
Una crisis persistente
A quien resulte electo le va a tocar lidiar con una crisis económica que lleva más de una década y en buena medida explica el ascenso de Milei, por el hartazgo de la población, amén de la derechización de la sociedad que se espeja en otros países. En muchos indicadores de producción, Argentina se ubica en valores similares a los de 2011, y en los de pobreza e indigencia, marcadamente peor.
Si Massa construye un liderazgo, el canibalismo político se pone en pausa y no es empujado al abismo por el FMI en el primer año de un hipotético mandato, hay factores que permiten pensar en un período largo de calma y crecimiento. Los recursos de gas y petróleo casi infinitos de Vaca Muerta, los proyectos de hidrógeno verde y litio, la industria que muere y renace con fuerza hace décadas, y núcleos en expansión de economía del conocimiento pueden ser un puente realista para superar la escasez de dólares vía exportaciones y bajar la inflación.
Milei, de 53 años, saltó a la pantalla televisiva desde su puesto de economista de Corporación América, una empresa con intereses en aeropuertos, hidrocarburos y construcciones, de la que salieron varios ejecutivos que hoy acompañan su candidatura.
El extremista se hizo notar hace unos cinco años por sus gritos para denunciar el fracaso “socialista” de Macri, su actual aliado.
Alberto Fernández, en 2019, heredó la deuda por el mayor préstamo otorgado a un país por el FMI de 45.000 millones de dólares, más otros 100.000 millones de dólares contraídos con bonistas privados extranjeros. La escala de vencimientos que dejó Macri al concluir su gobierno era desquiciante. Con tres meses en el cargo, Fernández comenzó la pandemia y los conflictos con Cristina. Siguió la guerra de Ucrania y la sequía. Su falta de liderazgo para conducir la tormenta fue evidente.
La inflación, que se había duplicado con Macri, se volvió a duplicar con el peronismo. La economía recuperó el crecimiento en 2021, la obra pública y los programas de vivienda tomaron impulso, se expandió la cobertura social, pero el poder adquisitivo de los salarios siguió en picada. Nada más frustrante para un gobierno peronista.
El hombre que gritaba e insultaba por televisión prendió en el malestar de una sucesión de fracasos de distinto color. Los monstruos que siempre asomaron en la democracia encontraron una voz que los interpretó y los camufló bajo la forma de la rebeldía.
La crisis de la convertibilidad neoliberal de 2001-2002, el mayor abismo de la historia argentina, dejó heridas que nunca se terminaron de sanar. Hay jóvenes que ya son nietos de hombres y mujeres que transitaron toda su vida sin un empleo digno y una perspectiva de futuro. Esos jóvenes, cuando les hablan del país igualitario y del valor de la solidaridad, no saben de qué se trata.
Un segmento de ellos, sumado a cierto hartazgo de las clases medias agotadas por la inflación, la derecha tradicional seducida por el tándem Macri-Villarruel-Milei y el odio antiperonista pueden consagrar hoy al economista que habla con su perro muerto como el octavo presidente electo por voto popular desde la recuperación de la democracia, en 1983.
De los 35,5 millones de ciudadanos mayores de 16 años habilitados para votar, se estima que unos 27 millones ejercerán su derecho. El resultado de las urnas comenzará a ser difundido entre las 9 y las 10 de la noche de Argentina, cuatro horas menos que en España.