Hace un par de semanas, mandaron a prisión a Tal Mitnick, de 18 años, durante 30 días por haberse negado a alistarse en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), lo que le convirtió en el primer objetor de conciencia encarcelado desde que comenzó la guerra entre Israel y el grupo palestino Hamás el 7 de octubre. “Me niego a creer que más violencia vaya a traer más seguridad. Me niego a participar en una guerra revanchista”, escribió Mitnick en un comunicado.
El servicio militar es una piedra angular unificadora en la sociedad israelí. Es difícil confiar plenamente en los datos de las FDI debido a su falta de transparencia, pero los datos oficiales muestran que un 69% de los hombres y un 56% de las mujeres son reclutados a los 18 años. Eso convierte el uniforme militar en un emblema de la identidad colectiva nacional, quizá incluso más importante que la propia bandera, que personifica la máxima israelí: “Una nación que construye un Ejército es una nación que se construye a sí misma”.
Los militares forman parte del engranaje que fabrica esta sociedad de tal manera que el servicio militar es tanto un fenómeno sociológico como un deber ideológico. La mayoría de los soldados no son combatientes: desempeñan labores que van desde cocineros hasta pinchadiscos para la radio o profesores. El Ejército ha aprendido a aceptar grupos que descartaba en el pasado, como las personas LGTBIQ+, e incluso sirve comida vegana. Puedes estar en el Ejército, seguir viviendo en casa y tomártelo como un trabajo más con su jornada laboral.
Mientras el servicio militar en Estados Unidos o en Reino Unido se considera “una salida” –de la pobreza o de una clase social humilde–, en Israel es lo contrario. Es una forma de entrar a formar parte en la sociedad, en la que se ofertan trabajos para aquellos que hayan hecho el servicio militar, en la que tu influencia social se mide por tus logros como militar y en la que una conversación cualquiera acaba invariablemente con la pregunta: “¿Dónde serviste?”.
El Ejército es una puerta de entrada a una identidad israelí plena, un puente entre todos los niveles de la jerarquía social. Sin embargo, incluso con la ubicuidad del Ejército, existe una corriente disidente oculta. Al igual que Mitnick, yo también me negué a alistarme en las FDI. Los ejemplos de renuncias son poco habituales, pero se han dado a lo largo de la historia de Israel. Hubo 3.000 soldados reservistas que protestaron contra la primera guerra del Líbano en 1983, de los cuales 160 fueron encarcelados por negarse a participar. También figuras como Ofer Cassif, diputado en la Knéset (Parlamento israelí), que objetó para no servir en Cisjordania, al igual que pilotos que han rechazado participar en misiones que consideraban ilegales y un puñado de adolescentes que cada año se enfrentan a la cárcel por oponerse a hacer el servicio militar en los territorios ocupados, con grupos como Mesarvot que les prestan apoyo.
Al contrario que la mayoría de los objetores de conciencia –que conforman una mínima parte de la población israelí y a menudo provienen de sus clases más altas–, yo provenía de un pequeño pueblo en la periferia de Israel e iba al colegio en un kibutz en el que el espíritu de servicio y sacrificio era muy fuerte. La escuela ya me consideraba problemático y, al expresar dudas sobre la cultura militar, fui señalado durante el proceso de entrada en el Ejército para ser enviado a un comité de evaluación.
Renunciar al servicio militar no es sencillo. La renuncia es poco habitual en parte porque el Ejército deja poco espacio para las voces disidentes. La Corte Suprema israelí ha establecido que, aunque el pacifismo rotundo es una razón válida para la exención, la “renuncia selectiva” (negarse a tareas específicas) es ilegal. Esta postura, especialmente la negativa a servir en los territorios ocupados, se considera una amenaza a la unidad nacional. A las pocas personas eximidas por su pacifismo se les limita poder discutir la ocupación o políticas israelíes más abiertamente.
El trato que las FDI dan a los disidentes tampoco es siempre igual. Algunos se enfrentan a juicios y múltiples encarcelamientos antes de que un comité militar psiquiátrico les exima del servicio. A otros, como a mí, nos presentan directamente ante ese comité. Ahí tuve que articular mis convicciones ante un tribunal de oficiales, unas convicciones que con 17 años eran más bien intuitivas y no estaban tan claramente definidas.
El principal método empleado por el Ejército para liberar a los disidentes es declararlos mentalmente no aptos para el servicio, dando a entender que un disidente israelí es el equivalente a un enfermo mental. Al quedarte fuera te sientes desorientado, es como si entraras en una realidad alternativa. En mi caso, en el difícil periodo laboral y sin formación, empecé a trabajar en la construcción, un sector compartido en Israel con los palestinos, los trabajadores migrantes y otros grupos marginados. Las opciones son escasas para aquellos que toman la decisión ética de negarse al reclutamiento, con numerosas repercusiones personales y sociales.
Nuestra negativa a servir no fue un gesto para obtener el reconocimiento del exterior, ni siquiera de los palestinos, a los que hemos segregado nosotros con el idioma y las vallas, sino que se trata de tomar una postura contra el decaimiento moral interno, de mostrar a los demás y a nosotros mismos que existe otro camino. Pero los disidentes no son héroes. Nadie que se haya negado a servir cree que lo sea. Sé que yo no me creí tal. No vi valor en mi decisión, sino distanciamiento. La opción de rechazar algo central en mi sociedad significaba que nunca podría formar completamente parte de ella. Hay incluso momentos en los que dudas de ti mismo, en los que te culpas: “¿He faltado a mi deber?”. Esto lo sientes con especial intensidad cuando hay amigos que se enfrentan al conflicto y a la pérdida, da igual cuán alejado estés de su causa.
La disidencia no es heroica, sino que expresa un tipo de determinación diferente, la determinación de permanecer solo, de navegar entre las complejidades de la disidencia y permanecer fiel a tus principios, en clara disonancia con la sociedad. Es darte cuenta de que la rebelión es necesaria cuando te enfrentas a un statu quo violento e insostenible.
*Etan Nechin es escritor, vive en Nueva York y colabora con el diario israelí Haaretz
Traducción de María Torrens Tillack