Los dardos del cuarto debate republicano de primarias –celebrado a principios de mes de nuevo sin Donald Trump, consciente de su amplia ventaja en las encuestas– no fueron por una vez dirigidos contra el expresidente. En la diana estuvo Nikki Haley, la única mujer candidata a la presidencia de Estados Unidos, que lleva semanas subiendo como la espuma. De momento, Trump domina los sondeos con un aplastante 60%, pero el segundo puesto se lo disputan Ron DeSantis y Nikki Haley. En la última encuesta de la Universidad de Siena para el New York Times, Haley ya le arrebata el segundo puesto al gobernador de Florida.
“Me encanta que me prestéis tanta atención, compañeros”, dijo Haley hacia el final del debate. A diferencia de los demás contrincantes –el empresario Vivek Ramaswamy, el exgobernador de Nueva Jersey Chris Christie y el exgobernador de Arkansas Asa Hutchinson–, Haley no es, ni mucho menos, una cara desconocida en la política del más alto nivel. Fue precisamente Trump quien la encumbró en 2017 al nombrarla embajadora de EEUU en la ONU, cargo que aceptó después de dimitir como gobernadora de Carolina del Sur.
Pero su andadura institucional comenzó mucho antes. De hecho, en las elecciones del próximo año celebrará su 20 aniversario en política, casi media vida ocupando cargos electos y defendiendo una visión muy conservadora en lo económico y lo social. A sus 51 años, ya ha escrito su primer libro de memorias, Can't is not an option, donde cuenta cómo, en su primera campaña electoral en 2004, para la elección a la Cámara de Representantes estatal, la descartaron “porque era una chica, por ser india y porque era joven”.
Sin embargo, con una campaña sin fondos, pero agresiva, logró desbancar a Larry Koon, que llevaba nada menos que 29 años representando a su distrito del condado de Lexington en Carolina del Sur. Un hito que consolidó en dos reelecciones, tras las que fue ganando bagaje y popularidad. Durante su tercera legislatura presentó su candidatura a gobernadora en su estado. Ganó en 2010, con 38 años, y se convirtió en la gobernadora más joven de la historia de Carolina del Sur, cargo para el que sería reelegida en 2014.
De criticar a Trump a representarlo ante el mundo
Después seis años sirviendo en la tribuna estatal, en 2017 abandonó el cargo tras recibir la llamada del recién elegido presidente Trump: había sido designada para representar a su país en la ONU, convirtiéndose en la primera india americana en formar parte del gabinete presidencial. Para aceptar el ascenso, Haley tuvo que renegar de su opinión sobre Trump, al que había criticado duramente cuando presentó su campaña en 2016.
“No sigáis los cantos de sirena de las voces enfadadas”, dijo del entonces candidato en los meses previos a las elecciones. “Trump es todo lo que un gobernador no quisiera como presidente”, llegó a asegurar, insistiendo en que sus palabras eran “irresponsables” y “no sabe de lo que habla” en sus discursos. Tras un mitin de Marco Rubio, el candidato a quien Haley dio su apoyo en 2016, volvió a criticar el supremacismo de Trump: “No pararé hasta que derrotemos a un hombre que decide no renegar del Ku Klux Klan. Eso no es el Partido Republicano”. También se sintió interpelada, siendo ella hija de inmigrantes, por la propuesta de Trump de prohibir la entrada musulmanes a EEUU, algo que tachó de “absolutamente anti-estadounidense” e “inaceptable”.
Poco después, Haley se tragó esas palabras y aceptó el cargo de embajadora en la ONU: pasó a representar ante el mundo las políticas que solo unos meses antes había criticado con firmeza. Tan solo duró dos años en el cargo, hasta que el 9 de octubre de 2018 anunció que dimitiría al terminar al año. En ese tiempo, trató de suavizar el incendiario discurso de Trump ante el mundo, mientras internamente dejaba de lado sus diferencias con el presidente en las reuniones de gabinete, según han confirmado fuentes de la anterior administración al New York Times.
“Creo que Haley comprendió, de una manera casi visceral, la importancia de mantener una buena relación con el presidente”, dijo al periódico estadounidense Thomas Shannon, quien fue subsecretario de Estado durante la primera mitad del mandato de Haley. “Ella no aceptó este trabajo para librar batallas con el presidente”. Quizás, por ese buen trato con Trump, que después ratificó en su libro With all due respect: defending America with grit and grace, cuando dimitió se convirtió en una de las pocas personas en abandonar el gabinete de Trump por las buenas.
El discurso de Haley dio un nuevo giro el 7 de enero de 2021, ya liberada de sus ataduras institucionales. Un día después del asalto al Capitolio, dijo ante el Comité Nacional Republicano que Trump había estado “muy equivocado con sus palabras” ante la turba que, minutos después, se dirigió hacia la sede legislativa. “Y no solo fueron sus palabras: sus acciones desde el día de las elecciones van a ser duramente juzgadas por la historia”, añadió.
Moderada por comparación
Ahora, como candidata, Haley discute aún más abiertamente las posiciones del líder de su partido: “No nos podemos permitir cuatro años de caos, vendettas y drama”, dijo sobre la posibilidad de una reelección. “EEUU necesita un capitán que estabilice el barco”, afirmó, añadiendo que a Trump “el caos le persigue allá adónde va”.
De este modo, se vende como la candidata del orden, pero también del cambio generacional, si bien sus conservadoras propuestas no distan mucho de las de sus contrincantes: quiere prohibir a nivel federal el aborto a partir de 15 semanas de gestación, revertir las restricciones aprobadas por la administración de Biden al petróleo y el gas, eliminar los subsidios a la energía renovable, expandir la militarización de la frontera, limitar la ciudadanía de inmigrantes y basarla en el “mérito” y las “necesidades de las empresas”, y, en general, hacer un gran recorte al gasto público.
En el que muy probablemente fue el último debate republicano antes de los determinantes caucus de Iowa en enero, Haley mantuvo la calma ante los ataques constantes, especialmente de DeSantis y Ramaswamy. En un momento del debate, este último levantó un bloc de notas en el que había escrito “Nikki=Corrupta”, acusándola de haberse enriquecido tras dejar la administración de Trump. Haley, preguntada por la moderadora si quería responder, dijo: “No. No merece la pena gastar en él mi tiempo”. El empresario también la acusó de alinearse con la izquierda, porque un comité de acción política (entidad encargada de administrar el dinero de las campañas en EEUU) que la apoya recibió 250.000 dólares de un donante demócrata, Reid Hoffman.
No es la única donación destacada que ha recibido la exgobernadora de Carolina del Sur. La semana pasada se conoció la noticia de que la apoya uno de los “super PAC” más influyentes de EEUU, Americans for Prosperity Action, la rama política de la red empresarial de los hermanos Koch. Hasta ahora, este fondo no había financiado ninguna campaña presidencial, relegándose a las elecciones locales y legislativas. Pero han visto que los votantes buscan la moderación, Haley parece representarla, teniendo en cuenta cuáles son las alternativas, lo que da la medida de cuánto el Partido Republicano se ha escorado a la derecha. “EEUU tiene la oportunidad de pasar página de la etapa política actual”, dijo la CEO, Emily Seidel, en un comunicado: “Haley tiene lo que hace falta para liderar un programa político que afronte los mayores retos de nuestra nación”. La aspirante a la nominación republicana sería la primera mujer en llegar a la Casa Blanca.