El actor más fuerte en Afganistán no es Estados Unidos. Tampoco los talibanes. Mucho menos el Gobierno y el Ejército nacional. El opio afgano puede con todo. Ha sobrevivido a 17 años de guerra, campañas de erradicación y miles de millones de dólares destinados a destruirlo. El opio afgano une a talibanes y autoridades. Es el pegamento de un país fracturado. Todos dependen de él.
El gran monstruo de Afganistán representa entre el 20% y el 32% del Producto Interior Bruto del país. El valor de la producción de opio en 2017 osciló entre 4.100 y 6.600 millones de dólares. Una cantidad de la que podrían salir 900 toneladas de heroína de buena calidad, según detalla un reciente informe de la Oficina del Inspector Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) –una agencia independiente del Gobierno de EEUU–.
La industria del opio genera 590.000 empleos a jornada completa, una cifra considerablemente superior a toda la fuerza del Ejército y la Policía del país, compuesta por 313.728 personas.
Entre 2002 y 2017, Estados Unidos se gastó 8.600 millones de dólares contra el narcotráfico, pero el cultivo del opio apenas ha sentido un pellizco. El año pasado la producción aumentó un 63% hasta alcanzar un récord de 328.000 hectáreas cultivadas. Cinco veces Madrid o 32 veces Barcelona.
En el transcurso de diez años se ha incautado el equivalente al 5% de la producción de tan solo un año, 2017. Parece tarea imposible, como intentar contar las gotas de la lluvia. “Por decirlo sin rodeos, estos números representan un fracaso”, afirmó el director de SIGAR, John Sopko, durante la presentación del informe el 14 de junio.
En 2007 se alcanzó un récord de erradicación de cultivos, con 19.000 hectáreas destruidas que, paradójicamente, coincidió con un nuevo récord de producción aquel año.
Los talibanes estuvieron cerca
Aunque ahora es una fuente de financiación fundamental para los insurgentes, los talibanes han sido los únicos que han estado a punto de derrotar a este gigante. En el año 2000, poco antes del estallido de la guerra, el grupo fundamentalista impuso con éxito una prohibición al cultivo de amapola. El resultado: el mundo se quedó sin heroína, cuya oferta mundial se desplomó un 75%.
Pero algo tan fuerte no desaparece sin dejar rastro. La prohibición llevó a la quiebra a los agricultores y generó desempleo y migraciones, lo que intensificó la crisis humanitaria en el país. Los talibanes no proporcionaron una fuente de ingresos alternativa para reducir el impacto económico de la medida y se limitaron a pedir más ayuda internacional.
Las razones reales del veto talibán no están del todo claras, pero muy pronto se convirtió en una medida irrelevante. Con la intervención internacional y la caída del régimen talibán en otoño de 2001, época de cultivo de la amapola, los agricultores, desesperados, comenzaron a cultivarlo una vez más.
Entonces Reino Unido lanzó algunas medidas que compensaban a aquellos agricultores que renunciasen a sus cultivos de opio, pero la medida no resultó efectiva. A Estados Unidos, por su parte, no le interesaba en aquel momento la lucha contra las drogas por el miedo del Ejército a que ello desviase la atención del objetivo principal: el terrorismo.
A partir de la caída de los talibanes, la producción se disparó hasta niveles sin precedentes. No solo eso, sino que se convirtió en una fuente de financiación fundamental para los fundamentalistas. El general John Nicholson, comandante de las fuerzas de EEUU y de la misión de la OTAN desplegadas en Afganistán, señala que el 60% de su financiación proviene del tráfico de drogas.
Con una extensión de cultivos equivalente a 32 Barcelonas, la cantidad de materia prima es abrumadora. Una de las últimas medidas desesperadas de EEUU ha sido bombardear laboratorios de procesamiento de drogas que convierten el opio en bruto en morfina y heroína. “El tiempo dirá si bombardear los laboratorios es efectivo”, señala Sopko, que advierte que estas instalaciones se pueden levantar en tan solo tres o cuatro días.
Nueve toneladas de opio en la oficina
Pero una economía que representa entre el 20% y el 32% del Producto Interior Bruto del país no solo beneficia a los talibanes –si fuese así serían multimillonarios–. Y si no que se lo digan a Sher Mohammed Akhundzada, líder tribal y gobernador de la provincia de Helmand en Afganistán entre 2001 y 2005. En junio de 2005 las autoridades encontraron nueve toneladas de opio en las oficinas del entonces gobernador durante una operación antinarcóticos.
“La oportunidad de beneficiarse del comercio del opio ha provocado alianzas entre miembros corruptos del Gobierno, traficantes de drogas e insurgentes”, sostiene Sopko.
La fábrica mundial de opio parece imposible de parar. “Si no podemos curar, debemos mitigar”, señala el director de SIGAR.
Sopko sabe que las conclusiones de su investigación son escandalosas. “Como dijo una vez el presidente Garfield: 'La verdad os hará libres, pero primero os hará miserables'. Las conclusiones pueden ser deprimentes, pero a largo plazo tenemos que enfrentarnos a los datos y construir sobre ellos un futuro mejor”, sostiene. “Algunas conclusiones pueden ser polémicas y puede que generen oposición, pero como dijo otro gran presidente, Woodrow Wilson: 'Si quieres hacer enemigos, intenta cambiar algo'. Este informe intenta cambiar la estrategia para luchar contra la epidemia de opio en Afganistán”.