India vive en un ambiente de campaña electoral permanente. No hay año sin una llamada a las urnas en alguno de sus 29 estados, lo que hace que gobernantes y opositores se muevan continuamente entre promesas, eventos con flashes, alianzas y puñaladas. Y así se suceden las legislaturas, hasta que llegan nuevas elecciones generales, como ocurrirá en dos meses, momento en el que esta situación llega a su clímax
En los comicios de 2014 el destronado Partido del Congreso de la familia Gandhi fue dado por muerto tras el tsunami del Partido Bharatiya Janata (BJP), un rodillo con la cara del nacionalista hindú Narendra Modi que siguió aplastando a sus adversarios políticos en la mayoría de votaciones regionales de los últimos cinco años. Resultado: una India cada vez más teñida de azafrán, color del hinduismo.
Sin embargo, la carrera hacia las generales ha empezado con una oposición (si es que se puede hablar en singular, que no se puede) dispuesta no solo a romper su certificado de defunción, sino a demostrar con masivas exhibiciones de fuerza que puede evitar la reelección de un líder carismático que sigue gozando de alta popularidad entre los ciudadanos indios.
Oxígeno para Gandhi
El primer aviso llegó en diciembre, cuando el BJP vio esfumarse la victoria en cinco elecciones regionales. Los estados de Chhattisgarh, Madhya Pradesh y Rajastán cayeron del lado del Partido del Congreso, mientras que partidos locales se hicieron con Telangana y Mizoram. Un varapalo para los de Modi que dio oxígeno, sobre todo, a Rahul Gandhi, líder de la oposición.
Rahul Gandhi preside hoy día el partido de su madre, Sonia; de su padre, Rajiv; de su abuela Indira y de su bisabuelo Jawaharlal Nehru. Un partido histórico, dinástico, que ha gobernado India durante casi seis décadas y que ahora vive horas bajas. Desde que Rahul asumió esa pesada herencia –incluso antes–, críticos dentro y fuera de su formación han cuestionado su falta de liderazgo, de carisma y de convicción; cualidades que veían en sus predecesores.
Pero tras adoptar un perfil más combativo, y gracias a las últimas victorias de diciembre, Rahul parece enganchado a la lucha por recuperar el poder perdido. Incluso su hermana Priyanka, que siempre se ha mantenido a un lado a pesar de que muchos le otorgan las habilidades que no ven en su hermano, ha dado el esperado paso de unirse al clan político familiar a tiempo completo y liderará el partido en Uttar Pradesh, el estado más poblado del país y bastión clave para estos comicios.
“Las instituciones de India no pertenecen a ningún partido, pertenecen al país, y protegerlas es nuestra responsabilidad, ya sea estando en el Partido del Congreso o en cualquier otro partido. Pero ellos [el BJP] creen que están por encima de la nación. En tres meses entenderán que la nación está por encima de ellos”, dijo Rahul este jueves en un discurso en el que llamó “cobarde” a Modi y le retó a tener un debate… de 10 minutos.
Imagen de unidad
Gandhi lidera el principal partido de la oposición, pero sabe que necesitará a las formaciones regionales para evitar un segundo mandato del BJP. Por el momento no se ha formalizado una gran coalición, pero en enero una veintena de partidos de todas partes del país se unieron para celebrar un mitin multitudinario en la ciudad de Calcuta, en Bengala Occidental. Decenas de miles de personas se congregaron en la explanada más grande de la ciudad para escuchar a unos líderes políticos que solo tienen una cosa en común: su deseo de echar a Modi.
“El gobierno de Modi ha superado su fecha de caducidad”, “tenemos que unir la India, el BJP está intentando dividirla”, “todos tenemos un objetivo: derrotar al BJP y enviar a Modi de vuelta a su casa”, “sin tener en cuenta filiaciones políticas, tenemos que estar unidos”. Uno a uno los participantes usaron el micrófono para repetir el mismo llamamiento a las masas.
Aquel evento masivo ha tenido una respuesta aún más masiva este mismo domingo en esa misma explanada. Y no por parte del BJP, sino del Frente de Izquierdas, una alianza liderada por el Partido Comunista de la India (Marxista) o CPI(M), que gobernó Bengala durante siete mandatos hasta 2011. Las imágenes aéreas del mitin muestran a una multitud de centenares de miles de personas colapsando el parque de Calcuta.
El Frente se desmarcaba así de una posible unidad opositora porque considera que el partido que gobierna Bengala, el que organizó aquel mitin unitario, juega en el mismo banquillo que el BJP. “Son las dos caras de una misma moneda”, dice el secretario general del CPI(M), Sitaram Yechury, que acusa a ambos de polarizar a la ciudadanía para su rédito electoral.
En India, un país con 29 estados, 1.300 millones de habitantes (más de 800 millones de votantes) y más de 300 partidos en las elecciones generales, las alianzas se vuelven complejas en una amalgama de intereses, disputas y supervivencias nacionales y regionales. Para las formaciones comunistas, unirse a una gran coalición para echar al BJP del gobierno del país supondría dar la mano a partidos con los que se disputa todo a nivel regional, su verdadero ring –sobre todo en los estados de Bengala, Kerala y Tripura, donde tienen más fuerza–.
Las críticas a Modi
Unidas o por separado, todas las fuerzas opositoras enarbolan las mismas críticas contra el mandatario hinduista que dirige el segundo país más poblado del mundo: el aumento de tensiones religiosas y violencia entre comunidades por el auge del nacionalismo hindú, la falta de soluciones ante el desempleo, los efectos de la desmonetización de 2016, la crisis que vive la agricultura o la decepción ante promesas que no se vuelven tangibles.
Lo que ocurre es que en India en época electoral (es decir, siempre) la decepción por los milagros no cumplidos se suele contrarrestar con nuevos milagros. “Nadie pasará hambre en India, nadie seguirá siendo pobre”, afirmó Rahul Gandhi la semana pasada tras anunciar un salario mínimo para los más necesitados si gana las elecciones. También ha prometido la condonación de los préstamos a los agricultores, una demanda que en los últimos años ha originado numerosas protestas a manos de los trabajadores del campo.
El factor económico será clave en las próximas elecciones. 2019 arrancó con la huelga general más grande del mundo, una protesta de entre 150 y 200 millones de trabajadores que reclamaban aumentos del salario mínimo, una seguridad social universal, pensiones aseguradas, bajar el precio de los alimentos básicos, medidas eficaces contra el desempleo o acabar con la privatización del sector público. Los últimos en salir a la calle han sido los jóvenes, que este jueves protestaron en masa en Nueva Delhi contra la crisis de empleo a la que se enfrentan. Acusan al Gobierno de no cumplir la promesa de crear los millones de puestos de trabajo que anunció.
El Ejecutivo indio ha respondido a las críticas presentando sus próximos presupuestos, con un aumento del 13% en el gasto total, con subsidios para agricultores y con exenciones de impuestos para la clase media. Es la última baza económica del ejecutivo de Modi, que espera que su popularidad y sus concesiones a los sectores hinduistas sirvan para mantener viva la ola que le llevó al poder hace cinco años.