Casi dos meses después del estallido de la última gran represión violenta en Nicaragua, pocos creen que Ortega verdaderamente esté dispuesto al diálogo. Lo que explican los que vivieron los primeros días de violencia y muerte es que el presidente anuncia su disposición a la negociación mientras manda a la calle a más policía y a más jóvenes sandinistas.
Las cifras oficiales indican que ya han muerto más de 150 personas, sobre todo en Managua. Las organizaciones internacionales aseguran que se utilizan armas de todo tipo y piden que cese esta respuesta gubernamental tan virulenta. “Disparan al corazón y a la cabeza”, dice en la redacción de eldiario.es Jessica Cisneros, activista nicaragüense que, junto a otras compañeras, forma parte de una caravana informativa que pretende recorrer Europa para denunciar los casi 60 días de terror.
Las activistas figuran en listas, las detenciones se producen a diario, se denuncian torturas sistemáticas en la cárcel El Chipote y aparecen cadáveres tirados en la calle. “Cuando anochece, la gente teme ser secuestrada”, alerta entrecortada Yerling Aguilera, también componente del equipo informativo.
Jessica Cisneros es activista y licenciada en Diseño Gráfico por la Universidad Centroaméricana de Managua y desde hace tres años trabaja en la defensa de derechos humanos. Aunque todas están familiarizadas con la lucha y la autogestión, lo que está sucediendo en su país les ha dejado el cuerpo helado.
En las últimas manifestaciones, participó junto a otros compañeros en contra del cierre de espacios de participación y también por toda la represión vivida con el Gobierno de Ortega. “Viví los primeros momentos de violencia por parte de turbas y el apoyo que le daban a estos grupos los antimotines y la policía, fue una de las principales noches de terror y es lo que despertó al pueblo nicaragüense para movilizarse”, explica Cisneros.
Al preguntarle sobre cómo fueron los días siguientes al estallido, su voz suena algo más triste y parece que va a dejar de hablar. “Fuimos atacados por los grupos parapoliciales o juventudes sandinistas, nos gusta llamarles las juventudes orteguistas, y ya no disparaban solo con balas de goma. El día 20 de abril asesinaron a uno de mis amigos de un disparo al corazón y otro en la cabeza. Ese día también asesinaron al niño Álvaro Conrado de quince años”.
“Vi la represión, escapé de las balas”, añade con los ojos muy abiertos y comenta que su familia hubiera querido que se apartase. No lo hizo.
Una cárcel de la dictadura al servicio de Ortega
La activista asegura que está en marcha una cacería que tiene trazas de la dictadura de Somoza. De hecho ahora mismo se está utilizando la misma cárcel que se utilizó en los 70 para torturar a los estudiantes. “Estamos en el punto de mira de los grupos parapoliciales y en las listas que se han proporcionado a la policía nacional donde se han empezado a dar casos de secuestro y en muchos casos han sido remitidos a una cárcel popular y de tortura que se llama El Chipote”.
“Los jóvenes que han estado en El Chipote comentan que hay un cuarto o centro específicamente para torturarlos. Se ha repetido un patrón que también se vivió en años anteriores en los que rapaban a los jóvenes como símbolo para desmovilizar la protesta”, concluye. Denuncian también que de la noche a la mañana, aparecen cuerpos tirados en la calle, lo mismo que sucedía hace 50 años.
Yerling Aguilera, otra de las activistas que forma parte de la caravana informativa para Europa, es profesora e investigadora. No cree de ninguna manera que la mediación de la Iglesia o que las declaraciones de Ortega de esta semana, en las que aseguraba que estaba dispuesto a dialogar, vayan a tener repercusiones para la paz a corto plazo. Considera que Ortega miente y que, como gran estratega, está llevando a cabo una guerra de desgaste en la que dice una cosa y hace otra.
Nicaragua está en pause desde hace dos meses. Mucha gente ha dejado de ir al trabajo y las calles de Managua amanecen extrañamente vacías. “El paro en el país no solo se produjo el jueves, venía produciéndose porque en las ciudades de mayor represión parapolicial ya se habían organizado en barricadas, de alguna manera esas ciudades ya estaban paradas”, asegura Aguilera. “El paro (el del jueves) es un recurso pacífico para pedir la salida de Ortega del poder y que cese la represión. Se pide una salida pacífica porque la gente está desarmada y recibe ataques con armas”.
¿Habrá diálogo entre Gobierno y sociedad civil? Aguilera niega con la cabeza. “En la calle la percepción sobre el diálogo es de desconfianza porque hasta ahora lo que ha pasado con esto es que ha habido más violencia y que el Gobierno no ha cumplido con las condiciones para que iniciase. Al no asumir estas condiciones, el Gobierno nos dice que no hay ninguna intención de dialogar y que lo que intenta es prolongar todo este sistema de represión para que la gente se canse y se desmovilice”.
Esta semana, medios locales publicaron que Ortega comunicó a un delegado del Senado de EEUU que estaría dispuesto a adelantar elecciones, pero no a abandonar el poder. Ortega no ha vuelto a acudir a la mesa de diálogo desde que se puso en marcha, el 16 de mayo, momento en el que un líder estudiantil le llamó asesino a la cara y le responsabilizó de las muertes. En lugar del presidente, en la mesa de diálogo se sentará el canciller Denis Moncada.
“Estamos confirmando, ratificando, a nuestro pueblo y a las queridas familias de Nicaragua, que ahí estará la delegación del Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, presidida por el compañero canciller Denis Moncada”, dijo la Rosario Murillo, la mujer de Ortega que en ocasiones ejerce de portavoz, a finales de esta semana.
Lo cierto es que las activistas parecen cansadas. Ya han estado en Suecia, en Bélgica, en Francia, en Holanda y en Alemania para contar la historia presente de Nicaragua, una historia en la que “cuando cae la noche, la gente teme ser secuestrada o asesinada”.