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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El espía parisino de EEUU que regresó para liberar a Francia

París, 1938. Un joven francés, nacido 18 años antes en la capital gala, decide trasladarse y estudiar en Estados Unidos tras haber recibido clases de inglés. Más allá de la increíble experiencia que le esperaba, Bernard Dargols, de 94 años, nos relata aquello que cambió para siempre su destino. En plena Segunda Guerra Mundial.

Entre 1933 y 1938 Bernard vivió en la Plaza de la Bastilla. Estudió Ingeniería y Mecánica en el Instituto Turgot de la capital parisina para luego trabajar en la empresa textil de su padre. Tras acabar su formación, se dio cuenta de que su punto fuerte era el inglés: “Este hecho, el conocimiento de este idioma, será determinante en el transcurso de mi historia”, comenta Dargols. “Mi padre, que era muy autoritario, me empujó bastante para que estudiara en el extranjero. Con el paso del tiempo, agradezco que insistiera de esa manera para que yo tuviera un mejor futuro”, detalla hoy el francés.

Viaja a Nueva York sin billete de vuelta: “Quise formarme en Estados Unidos para trabajar en el campo textil aprovechando mi nivel de inglés, con la idea de potenciar la actividad familiar”, explica Bernard.

No era algo habitual que un chico europeo de 18 años, a finales de los años 30, viajara a América para quedarse allí a largo plazo: “Estaba muy contento. Todo suponía una novedad increíble en Nueva York, una ciudad que ya entonces no dormía nunca. Y yo tampoco conciliaba el sueño, por cierto, quería hacer muchas cosas. ¡En mis primeros tiempos dormía 2 horas por noche!”. La ilusión de entonces de Dargols se resume en una frase: “Para los jóvenes de la época, Estados Unidos era, simplemente, el paraíso”.

“París en esa época era preciosa, pero los ritmos de Nueva York eran inalcanzables, incomparables”, comenta el nonagenario. “Disfruté de los teatros, de los conciertos y de otros espectáculos. Era la época de Frank Sinatra y Ella Fitzgerald”, recuerda el agradable Bernard. Igualmente, él siguió trabajando.

Pero llega 1940 y el joven Dargols está al día de lo que está ocurriendo en Europa. Y es que Hitler no sólo ha ocupado países como Polonia o Checoslovaquia, sino también su país natal, Francia. “Iba al cine para seguir las noticias”, apunta. “Me inquietó mucho, personalmente, entre otras cosas, el antisemitismo del régimen de Hitler”. Tras la entrada en guerra de Estados Unidos en 1942 con el ataque japonés a Pearl Harbor, Bernard consideró la posibilidad de alistarse como voluntario para participar en algún lugar donde se estuviera celebrando la Segunda Guerra Mundial. Pero él tenía pasaporte francés.

Una vez iniciados los debidos trámites, Estados Unidos le concede la nacionalidad norteamericana en 1943, 6 meses antes del desembarco aliado en la Europa continental. “Además de ser voluntario, lo que quería en todo momento era no ir al Pacífico”, explica. “Quería participar en la campaña europea porque quería luchar para liberar a Francia. Es allí donde estaban mis familiares y mis amigos”. Así pues, al igual que muchos neocompatriotas, fue trasladado a Cardiff, en Gales, para luego embarcar en Portsmouth (Inglaterra) escasos días antes de pisar Francia, todavía bajo el dominio del Führer. “El Liberty Ship fue el barco en el que estuve antes de nuestra entrada en tierras francesas”, explica el veterano.

Principios de junio de 1944. Faltan pocos días para el momento más importante de su vida, el día en el que volverá a tocar suelo galo desde que se marchó para vivir el sueño americano sin viaje vuelta. Sin embargo, ese retorno está al caer.

“Mis superiores pensaron que iba a ser de gran utilidad que yo conociera no sólo el inglés, sino también y especialmente el francés, porque íbamos a desembarcar en Normandía, en el Norte de Francia”. Pero eso no fue una novedad para él, sabía que su condición de bilingüe estaría al servicio de las fuerzas armadas norteamericanas.

“Los jefes pensaron más allá. Tan allá que consideraron que no iba a ser un mero traductor, sino un agente de la inteligencia militar: un espía. Desde ese instante, fui un agente secreto americano, de origen francés, destinado al reconocimiento en la campaña de la Liberación de Francia”, apunta el franco-americano. Por esta razón embarcará en una lancha no el célebre 6 de junio, el conocido como Día D, sino dos días después, el 8 de junio de 1944. Hubo una clara explicación táctica: “No tenía que desembarcar con todos los demás, tenía que adentrarme tras las líneas enemigas”.

Efectivamente, Bernard llegó a las costas de Francia, con muy malas condiciones meteorológicas en el Canal de la Mancha, dos días después de que la conocida playa normanda se convirtiera en Omaha La Sangrienta y el resto de las célebres playas pasaran a ser cabezas de puente y por tanto zonas seguras para los Aliados para que continuaran con el envío de tropas desde Gran Bretaña.

“Mi cometido era el de penetrar detrás de las líneas enemigas y llevar a cabo labores de reconocimiento para conocer y proteger a los aliados, a los civiles y los edificios”, detalla el hoy veterano. “Aunque desembarqué armado con mi rifle a 100 metros del pueblo de Saint-Laurent-sur-Mer, no tenía el objetivo de matar ni el de hacer prisioneros. Sólo tenía que informar acerca de calles, paisajes, puestos alemanes, vehículos, matrículas, municiones, rutas anti-minas”, comenta Bernard.

“Recuerdo perfectamente la sensación de la primera incursión. En New Jersey, EEUU, me enseñaron cómo podía identificar a los enemigos, pero la guerra de verdad no es igual que un adiestramiento: no tenía fotos, ni mapas, pero sí mucho miedo. Si los alemanes me descubrían, mis mandos oficiales tenían la orden de declarar que desconocían mi existencia”.

Como francés ya entre franceses, recuerda el estado de la población civil a lo largo de toda la campaña de liberación hasta París: “Recuerdo los intensos bombardeos aliados por encima de Saint-Laurent-sur-Mer. Teníamos la estricta orden de no comprar comida a las poblaciones locales debido al hambre que estaban pasando ya desde la ocupación nazi y también durante la liberación”, explica. “En cuanto a los alemanes, nunca maté a nadie, sólo hice algún prisionero en Bretaña”.

Tras la liberación de Francia, que culminó con la liberación de su capital a finales de agosto de 1944 y con el final de la Segunda Guerra Mundial, Bernard se casará con su mujer en 1946 y tomará la gestión de la société textil de su padre hasta su jubilación en 1985.

El franco-americano tiene clara la importancia de su testimonio: “Mi labor como veterano es transmitir mi historia a los más jóvenes. El mundo hoy no comprende cómo los nazis llegaron a tanta barbarie. Millones de personas siguieron el modelo de Hitler”.

Bernard no solía contar su historia, era una especie de tabú. Pero hace unos años ha decidido recordarla y asimilarla, después de tantos años, para compartirla como testigo de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando se cumplen 70 años de la Liberación de París, el parisino de ida y vuelta Bernard Dargols, veterano americano afable y lúcido de 94 años, vive hoy en la ciudad en la que nació. Y sigue recordando cómo renunció al american dream para jugarse la vida por liberarla.