Un camino tan largo y tortuoso para terminar en punto de partida. Esa es la sensación del italiano de a pie y los observadores de la elección al presidente de la República que se inició este lunes para sustituir al actual presidente Sergio Mattarella después de cumplir su mandato de siete años y que terminará en un nuevo mandato de éste mismo.
Han sido seis días y siete votaciones en los que se ha puesto al límite la cohesión interna de los partidos y de la mayoría que sostiene el gobierno de unidad nacional del primer ministro Mario Draghi. Había momentos en los que un acuerdo parecía cercano o inevitable sobre la figura del mismo Draghi y otros en los que todo parecía a punto de saltar por los aires.
A medida que avanzaban las votaciones el nombre de Mattarella recibía más apoyos por parte de parlamentarios de todos los partidos que desobedecían deliberadamente la orden de sus líderes de partido, amparados en el voto secreto. Pasando de 166, 366 y 387 a medida que avanzaban las votaciones. La “revuelta de los peones” como lo ha ido bautizando la prensa italiana ha jugado un papel fundamental en el descrédito de los partidos italianos que con la nominación de Mattarella reiteran en su profunda crisis de legitimidad.
El clímax se produjo ayer por la noche después de que el líder ultraderechista de la Liga, Matteo Salvini, y el del Movimiento Cinco Estrellas, Giuseppe Conte, dieran un mensaje conjunto de estar trabajando para elegir a la primer mujer presidenta de la historia de Italia. Las negociaciones de la tarde que arrojaban la posibilidad de tres candidatos –Draghi, Mattarella o Pierferdinando Casini—saltaban por los aires otra vez y el país se asomaba al abismo de la inestabilidad sin red de seguridad.
La iniciativa por una mujer apuntaba directamente a la jefa de los servicios secretos italianos, Elisabetta Belloni. A medida que avanzaban las horas la oposición a que “una espía” ocupara la jefatura del estado se hacía más evidente. El acercamiento entre Salvini y Conte trajó recuerdos sobre el gobierno populista de 2018 entre Liga y Cinco Estrellas e hizo implosionar la coalición de derechas y de izquierdas. La derecha de la Forza Italia de Berlusconi como el izquierdista Partido Demócrata les parecía obsceno y propio de países como Rusia o Egipto la posibilidad de que un perfil com el de Belloni ocupara la presidencia.
Draghi siempre estuvo en todas las quinielas, pero no fue capaz de superar las resistencias de Conte y Salvini que temían que fuera un presidente demasiado fuerte que terminara por tutelar a los partidos e instaurar un presidencialismo de facto. Además, argumentaban que si para escoger un presidente los partidos habían protagonizado este espectáculo, que menos ocurriría con la elección de un nuevo primer ministro si Draghi saltaba a la presidencia.
Mattarella debe aceptar
Los partidos que apoyan la coalición de gobierno han comunicado su acuerdo por Mattarella, pero el rito exige que vayan a suplicarle para que acepte un nuevo mandato. Un nuevo mandato que él había rechazado en incontables ocasiones.
A las 15.00 una delegación de líderes parlamentarios se dirigió a la sede de la presidencia. Los medios italianos apuntaban a que Mattarella aceptaría este nuevo encargo como ya hiciera Giorgio Napoletano en 2013, siendo el primer presidente en repetir en el cargo. La Constitución establece que el mandato es de siete años, pero como Napoletano, nadie cree que Mattarella lo cumpliría en su totalidad y que podría dimitir poco después de que el país celebrase unas elecciones generales como está previsto en la primavera de 2023.
A las 16.30 se iniciará la octava votación en la que previsiblemente será reconfirmado Sergio Mattarella. El nuevo ridículo de los partidos italianos reforzará a Draghi como premier después de haberse debilitado estos días cuando maniobraba para ser presidente