Qué puede pasar ahora tras la masacre del hospital de Gaza

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) —
18 de octubre de 2023 22:53 h

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Mientras seguimos a la espera de conocer quién ha sido el responsable de la matanza provocada en el hospital Al Ahli, ubicado en la ciudad de Gaza, ya es posible vislumbrar algunas de las consecuencias que esa horrible tragedia humana puede traer consigo. 

A Tel Aviv, cometer un acto deliberado de estas proporciones justo cuando el presidente estadounidense, Joe Biden, subía en el avión que lo llevaba a la región, sólo le reportaría problemas con su principal aliado, justo en un momento en el que necesita su respaldo y su cobertura diplomática para contar con el margen de maniobra suficiente para realizar la operación militar de castigo contra Gaza durante el tiempo que estime conveniente.

Biden, en cuanto ha descendido del avión, se ha apresurado a colocarse nuevamente al lado del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y aunque haya visto desmantelada su agenda –que incluía una reunión en Amán con el presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi; el monarca jordano, Abdalá II; y el presidente palestino, Mahmud Abbas– ha dejado claro que le prestará toda la ayuda necesaria.

Israel no sólo no necesitaba realizar un acto de falsa bandera justo coincidiendo con esa visita, cuando podría hacerlo una vez que Biden regresara a Washington en el contexto de la previsible ofensiva terrestre que está a punto de comenzar, sino que tampoco necesitaba golpear de esa manera tan brutal, arriesgándose a perder apoyos internacionales y a alimentar aún más las ansias de revancha de Irán y sus peones y del conjunto de la opinión pública árabe y musulmana.

Por su parte, a Hamás y a la Yihad Islámica, en plena preparación para soportar la ofensiva terrestre israelí, tampoco le puede venir bien un acto que ponga en su contra a la población gazatí y a los contados apoyos externos que puedan conservar en estas muy especiales circunstancias. Sus responsables son bien conscientes de que Tel Aviv tiene sobrados medios tecnológicos para poder determinar con precisión qué es lo que ha ocurrido realmente, y saben que con su poderosa maquinaria propagandística pueden acabar hundiéndolos irremisiblemente ante la opinión pública internacional al señalarlos como responsables de una atrocidad injustificable.

Eso significa que, aunque se ha perdido ya la cuenta de la cantidad de barbaridades cometidas tanto por Israel como por los grupos armados palestinos que operan en la Franja de Gaza y, por tanto, aunque no se pueda descartar que lo ocurrido sea una decisión deliberada de cualquiera de ellos, racionalmente cabría pensar que a ninguno le podría interesar ahora mismo llevar a cabo una acción de esas dimensiones. Eso da más peso a la hipótesis de que la muerte de centenares de personas hacinadas en el hospital sería el resultado de un error técnico de un cohete o misil.

Sea como sea, cuando miramos hacia adelante ya podemos identificar algunos desarrollos inquietantes. Por un lado, nada de lo acontecido va a desviar a Israel de su intención de golpear como nunca a Hamás y a sus socios en Gaza. Desde la óptica del gobierno de Netanyahu el golpe recibido el pasado día 7 equivale al 11S estadounidense, y por ello solo cabe suponer que, muy pronto, a los bombardeos artilleros y aéreos se va a sumar el ataque terrestre en masa con la intención de degradar hasta el extremo las capacidades operativas de los grupos palestinos, sin distinguir entre combatientes y población civil indefensa. Un golpe que causará una desorbitada destrucción humana y física, pero que difícilmente irá seguida de una reocupación israelí de la Franja por el riesgo en vidas israelíes y el desgaste político que eso supondría para Netanyahu y los suyos.

También es previsible que se incremente la amenaza terrorista en muchos países occidentales. El fuego ya era notable, pero ahora, la masacre del hospital servirá como gasolina que incrementará aún más el sentimiento de frustración y revancha por parte de quienes se alimentan del discurso yihadista en muchos rincones del planeta.

Quienes así actúan no van a esperar a que se determine la responsabilidad última de lo ocurrido, sino que, firmemente convencidos de que todo responde a una confabulación en contra de los árabes y los musulmanes, son muchos los que tratarán de ejercer la justicia por su cuenta, golpeando allí donde puedan y contra quienes puedan. Y estas derivas pueden afectar también a aquellos regímenes árabes que han dado el paso de reconocer a Israel, abandonando la causa palestina, y que ahora se enfrentan a las abiertas críticas de sus propias poblaciones.

Del mismo modo, todo apunta –en función de las declaraciones que ya venían difundiendo altos responsables iraníes antes de la matanza– a que se puede producir una escalada del conflicto. Irán aparece como un actor fundamental, interesado no sólo en boicotear la aproximación entre Arabia Saudí e Israel, con las bendiciones de Washington, sino también en complicar los cálculos de seguridad a Tel Aviv activando sus peones en la región. Cuenta para ello con Hizbulá, mucho más poderoso en términos militares que Hamás y la Yihad Islámica, tentado de abrir un nuevo frente en el norte de Israel para obligarle a diversificar sus esfuerzos. No es menos preocupante tampoco que movilice a las milicias proiraníes que se mueven en Siria, cada vez más cerca de los Altos del Golán que Israel mantiene ocupado desde 1967. Y aún puede crearle muchos problemas a Estados Unidos, en Irak, y a Arabia Saudí, en Yemen.

En definitiva, unas tendencias que refuerzan la sensación de tragedia inútil. Tragedia porque serán muchas las víctimas directas del mecanismo de acción-reacción en el que están sumidos los dos bandos contendientes desde hace tanto tiempo. E inútil porque nada de lo que van a hacer les servirá para lograr sus objetivos últimos, sea el dominio total de la Palestina histórica o la creación de una teocracia islamista.

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