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Periodista español y/o espía ruso: el extraño caso de Pablo González

Foto de archivo.El periodista español Pablo González, acusado de espiar para Rusia

Shaun Walker

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Una tarde de marzo de 2014, mientras informaba sobre la operación encubierta de Rusia para anexionar Crimea, me crucé con una silueta familiar. Con su complexión musculosa y su reluciente cabeza rapada, Pablo González era muy reconocible desde lejos. Conocí a González, un periodista freelance del País Vasco, en un curso de formación para reporteros que trabajan en zonas de conflicto. Y coincidíamos precisamente en una zona que tenía el riesgo de convertirse en una de ellas.

González estaba acompañado de un periodista ucraniano, que tenía contactos en la base militar sitiada que yo estaba investigando. Consiguió la manera de que pudiéramos entrar los tres. Allí nos encontramos un destacamento de marines ucranianos que estaban al límite. En el exterior, una multitud de lugareños gritaba consignas prorrusas, pero según los militares, esa gente no era más que la tapadera del Ejército ruso. Esperaban la visita inminente de un general ruso, y acordaron que podíamos dejar una grabadora en la base, para registrar la conversación a escondidas.

Tiempo después, recibí el audio del intenso encuentro que se produjo a continuación, en el que un hombre que se identificó como un general de alto rango del Ejército ruso dio a los marines un ultimátum para que se rindieran, lo que provocó protestas. La grabación era una prueba fehaciente de que los desmentidos de Vladimir Putin sobre la labor de coordinación de Moscú en Crimea no tenían sentido. Fue como escuchar una parte de la historia en tiempo real: la primera anexión de territorio por la fuerza en la Europa del siglo XXI. Le agradecí a González su ayuda en la elaboración de este reportaje, pero después de aquel día no volví a verle.

Ocho años después, en la madrugada del 28 de febrero de 2022, González fue detenido en la ciudad polaca de Przemyśl. Fue pocos días después del comienzo del último y más brutal episodio de la invasión de Ucrania por parte de Putin. De hecho, en la base de Crimea nosotros habíamos sido testigos del germen de esa invasión. Un escueto comunicado de las autoridades polacas decía que González era sospechoso de “participar en actividades de un servicio de inteligencia extranjero”. Afirmaban que era un agente del GRU, el servicio de inteligencia militar ruso. González se enfrentaba a una pena de hasta 10 años de cárcel.

En aquel momento, la noticia apenas tuvo repercusión, ya que el foco mediático estaba en la ofensiva de Rusia sobre Kiev. Pero unos meses más tarde, una afirmación sobre González llamó mi atención. Richard Moore, jefe del servicio británico de inteligencia exterior MI6, aprovechó una infrecuente aparición pública para anunciar que González había estado “haciéndose pasar por un periodista español”. En realidad, según Moore, se trataba de un “ilegal”, un espía ruso encubierto que suele apropiarse de una identidad extranjera para misiones de larga duración en el extranjero. Los ilegales suelen pasar años entrenándose para hacerse pasar por extranjeros de forma convincente. Las autoridades polacas creían que el nombre real de Pablo era Pavel y que había nacido en Moscú.

Los ilegales rusos siempre me han producido fascinación. De hecho, he escrito un libro sobre la historia del programa de espionaje, que se publicará en 2025. Y ahora había descubierto que tal vez yo me había cruzado con un ilegal en el terreno. Sin sospechar nada. Tal vez, aquel día en la base de Crimea, González tenía otra misión, además de la periodística.

Sin embargo, a los amigos y colegas españoles de González la afirmación del jefe del MI6 no les convenció. Indicaron que González nunca había ocultado ni negado su vinculación familiar con Rusia. De hecho, sus amigos del País Vasco lo llamaban Pavel, o “el ruso”.

Pasaron dos años desde la detención. Polonia no presentó pruebas al público ni fijó fecha para el juicio. ¿Se habían ensañado las autoridades polacas con un periodista inocente, malinterpretando sus raíces rusas como algo más siniestro? La esposa de González, Oihana Goiriena, afirmó que su prolongada detención tenía como objetivo doblegarle. “Nuestra hipótesis es que, a falta de pruebas, quieren destruirle moral y emocionalmente para que firme la confesión que le pongan por delante”, declaró a un periodista español tras una inusual visita a la cárcel para ver al padre de sus tres hijos.

Más tarde, en agosto de 2024, se produjo en el aeropuerto de Ankara, Turquía, el mayor canje de prisioneros entre Rusia y Occidente desde el final de la Guerra Fría. Rusia liberó a un grupo de presos, así como a varios detenidos extranjeros recluidos en cárceles rusas, entre ellos el periodista del Wall Street Journal Evan Gershkovich. A cambio, varios rusos detenidos en Occidente regresaron a su país. Un avión del gobierno ruso los recogió en Ankara, y la televisión estatal les estaba esperando cuando el avión aterrizó en Moscú. Putin también les estaba esperando a pie de pista. Una guardia de honor se colocó a ambos lados de una alfombra roja, para los primeros pasos de los repatriados en suelo ruso.

El primero en salir fue Vadim Krasikov, condenado por asesinar a un disidente checheno en un parque de Berlín. Después salieron un matrimonio de “ilegales” detenidos en Eslovenia, que habían pasado más de una década en el extranjero haciéndose pasar por argentinos. Bajaron la escalinata hacia Putin con sus dos hijos pequeños, que acababan de descubrir que en realidad eran rusos. A continuación, llegó un hombre alto, calvo y barbudo, con una camiseta de 'La guerra de las galaxias' en la que se leía “Tu imperio te necesita”. Era Pablo González.

Putin se reunió con los repatriados en el interior de la terminal del aeropuerto y les dijo: “Todos recibiréis condecoraciones estatales, y volveremos a vernos para hablar de vuestro futuro. Por ahora, sólo quiero felicitaros por vuestro regreso a casa”. 

Para algunos defensores de González, éste fue el momento en que se derrumbaron sus convicciones sobre su inocencia. “Durante los dos últimos años siempre estuve defendiendo a Pablo, diciendo que tenía derecho a un juicio con garantías e imparcial”, me dijo un amigo, colega periodista. “Pero hay que ser muy ingenuo para pensar que Rusia va por el mundo rescatando periodistas. Creo que con este apretón de manos [con Putin], ha quedado demostrada su culpabilidad”.

Otros amigos siguen convencidos de su inocencia. González está en Moscú y niega haber tenido nunca vínculos con los servicios de inteligencia rusos, según su abogado en España, Gonzalo Boye, que sigue hablando con él por teléfono regularmente. Boye me dijo que el hecho de que Polonia mantuviera a González en prisión preventiva durante más de dos años sin ponerlo nunca ante un juez era una prueba de que el caso tenía irregularidades. “Si tienes un caso clarísimo de espionaje, presentas los cargos y vas a juicio”, me dijo. “¿Desde cuándo en Europa se pueden hacer las cosas de esta forma?”.

En las semanas transcurridas desde el intercambio de prisioneros, he entrevistado a muchas personas que conocieron a González en Europa y en Rusia. También me he reunido con funcionarios y exfuncionarios de los servicios de seguridad e inteligencia de Polonia y Ucrania, he hablado con personas familiarizadas con las pruebas que Polonia tiene contra él y he investigado su historia familiar. Esperaba responder a algunas de las preguntas que se hacen muchos conocidos de González. ¿Existía alguna posibilidad de que fuera un periodista inocente, acusado injustamente? O si realmente era un espía ruso, ¿cuándo fue reclutado? ¿Cuáles eran sus motivaciones? ¿Y cuánto daño ha podido hacer?

Héroe durante el secuestro

Conocí a González en 2011, en un curso para periodistas de una semana en la campiña galesa. A medida que fui reconstruyendo la historia de su vida, me di cuenta de que había sido un año clave para él. Empezó a escribir sus primeros artículos periodísticos para Gara. Se casó con su novia española en una ceremonia celebrada en la localidad de Gernika. Y en noviembre se marchó a Gales.

El curso, impartido por exmilitares del ejército británico, pretende dotar a los periodistas de los conocimientos necesarios para sobrevivir en zonas de guerra o en situaciones de elevado estrés. Hay un componente de primeros auxilios de valor incalculable, así como simulacros de valor más dudoso. En ese curso en concreto, en uno de los simulacros, nos subieron a varios vehículos y nos dijeron que imagináramos que las carreteras secundarias de la Gales rural eran en realidad el Perú más profundo. Pocos minutos después de emprender una “misión de información”, nuestros todoterrenos fueron parados por dos hombres con pañuelos (personal del curso interpretando el papel de revolucionarios), que gritaban furiosamente y agitaban rifles automáticos. Uno de ellos se identificó como un revolucionario de Sendero Luminoso y dijo que probablemente nos fusilarían a todos.

Mientras nos llevaban a punta de pistola por el bosque, González, en lugar de acceder a las exigencias de los captores, les increpó furioso. Finalmente, consiguió convencer a los secuestradores de que nos liberaran a todos. “Vaya, este tipo es un héroe”, recuerda que pensó entonces James Brown, que más tarde hizo carrera en el ámbito de la ayuda humanitaria. “Pero ¿es así como debemos responder si queremos salir con vida de una situación como esta?”. Se dio cuenta de que la línea entre ser un héroe y una persona que representa un peligro para un grupo es muy delgada, y no podía decidir en qué lado se situaban las acciones de González.

“Vaya, este tipo es un héroe”, recuerda que pensó entonces James Brown, que más tarde hizo carrera en el ámbito de la ayuda humanitaria. "Pero ¿es así como debemos responder si queremos salir con vida de una situación como esta?”

González se presentó ante nosotros como un periodista freelance español. Cuando me puse a investigar su pasado y contacté con otros compañeros del curso, nadie recordaba si había mencionado sus orígenes rusos. Pero sí recuerdo que era un narrador apasionado y divertido durante las largas y ebrias veladas que pasábamos en el bar del hotel. Recuerdo muy bien cómo una noche se subió a una estructura de madera suspendida sobre el mostrador y movió las caderas enérgicamente en el aire para ilustrar alguna anécdota. Más tarde, esa misma noche, tuvo una furiosa discusión con un corresponsal de Fox News. Ninguno de nosotros recuerda el origen de esa discusión.

Estas anécdotas –su comportamiento heroico durante el secuestro y la borrachera– coincidían con muchas de las anécdotas sobre González que me contaron las personas que lo conocieron en la década siguiente. En algunas, parecía un payaso bebedor; en otras, era una persona encantadora, hábil para forjar amistades y establecer contactos profesionales de alto nivel, a pesar de trabajar para medios españoles modestos. A menudo informaba desde zonas de guerra, y a veces demostró verdadera valentía. En una ocasión, durante un bombardeo en Nagorno Karabaj, ayudó a poner a salvo a dos periodistas franceses gravemente heridos.

No sé si en 2011, en Gales, o cuando coincidimos en Crimea en 2014, González ya se estaba preparando para la vida de espía. Pero en 2016, según los archivos de las autoridades polacas, ya era un espía en activo, que utilizaba su trabajo como periodista como tapadera para tener acceso a algunos de los principales enemigos del Kremlin.

En contacto con disidentes de Putin

Zhanna Nemtsova tenía 30 años cuando su padre fue asesinado en 2015. Boris Nemtsov, uno de los más duros críticos de Putin, recibió cuatro disparos por la espalda desde un coche que pasaba por su lado mientras caminaba hacia su casa por el centro de Moscú, una tarde de febrero de 2015. Unos meses después, tras recibir amenazas, Nemtsova decidió huir de Rusia. Desde el exilio, creó una fundación a nombre de su padre, con el objetivo de apoyar a los medios de comunicación independientes y al activismo político en Rusia. En enero de 2016, asistió en Estrasburgo a una reunión en la que se pidió a la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa que nombrara un relator especial para investigar el asesinato de su padre. Fue una medida simbólica pero, a falta de una investigación adecuada por parte de las autoridades rusas, al menos fue un avance.

González había aparecido en el canal Russia Today, respaldado por el Kremlin, una de las cuales utilizó para acusar al gobierno prooccidental de Ucrania de pagar a un periódico español por una cobertura favorable

Durante una de las pausas del proceso, se acercó a Nemtsova un hombre alto y seguro de sí mismo, que hablaba en ruso pero con un ligero acento. Le dijo que se llamaba Pablo González y que trabajaba para Gara, un periódico del País Vasco. ¿Le concedería una entrevista? Nemtsova se negó cortésmente; nunca había oído hablar de Gara y tenía una agenda apretada. Pero González no se rindió fácilmente. Convenció a un amigo de Nemtsova para que hablara bien de él y, al final, ella accedió. “No recuerdo ninguna de las preguntas, lo que demuestra que no me preguntó nada raro”, me dijo Nemtsova en un encuentro reciente.

Tras su primer encuentro, Nemtsova incluyó a González en una lista de correo para los actos públicos de la fundación. Él siempre acudía, y poco a poco fue conociéndola mejor. A ella le parecía un tipo divertido y simpático. En algún momento, su relación se volvió romántica. A través de Nemtsova y sus socios, González conoció a muchos otros disidentes rusos. El Foro anual Boris Nemtsov era una de las pocas plataformas en las que se reunía la fragmentada oposición en el exilio, así como el cada vez menor número de opositores al Kremlin que aún permanecían en Rusia. González también asistió a los encuentros que se celebraron en Madrid, Berlín y Varsovia, según el año. 

Cuando llamé a diferentes contactos de la oposición rusa, me sorprendió cuántos de ellos habían conocido a González. Lo describían como un personaje seductor, charlatán y cálido que siempre estaba dispuesto a tomarse una cerveza o unas cuantas más. Era meticuloso a la hora de mantener la relación, y a menudo hacía de guía turístico para sus nuevos amigos rusos en sus visitas a España. A un grupo de exiliados rusos les ofreció una excursión por el País Vasco, y los llevó a un acogedor restaurante de un pueblo cercano a su casa, donde parecía conocer a todo el mundo. Ilya Yashin, que había sido uno de los colaboradores más cercanos de Boris Nemtsov, recordaba haberse encontrado con González en un viaje a Madrid y haber asistido juntos a un partido del Atlético de Madrid. Yashin le dijo que necesitaba un abrigo nuevo y González le llevó de compras.

González les decía a sus nuevos amigos rusos que estaba casado y tenía hijos, pero afirmaba que la relación con su mujer se había roto hacía tiempo y que ahora eran más bien amigos. Aunque mencionó tener ascendencia rusa, supuestamente dijo que no había estado en Rusia desde su infancia e incluso pidió consejo a sus contactos de la oposición rusa sobre cómo conseguir un visado. Si alguno de ellos hubiera buscado su trabajo periodístico en Google, habría encontrado artículos escritos para Gara desde Moscú. También podrían haber encontrado apariciones en el canal Russia Today, apoyado por el Kremlin, una de las cuales utilizó para acusar al gobierno prooccidental de Ucrania de pagar a un periódico español por una cobertura favorable.

Pero nadie investigó sus antecedentes. “Estaba en este círculo de periodistas y activistas de la oposición”, declaró Pavel Elizarov, activista político y antiguo colaborador de Nemtsova: “No necesitamos hablar de la política de Putin porque todos partíamos de la base de que opinábamos lo mismo”.

Primeras sospechas

Si alguien pensaba que González era un tanto extraño, solía atribuirlo a su origen vasco. Nemtsova no tardó en darse cuenta de que él tenía una visión del mundo diferente a la suya, pero lo achacó a las particularidades del izquierdismo del sur de Europa, y decidió simplemente dejar de hablar de política durante sus encuentros. Con otros, González expresó a menudo su apoyo a las llamadas “repúblicas populares” del este de Ucrania, que Moscú estaba apuntalando financiera y militarmente. Pero les parecía natural que alguien de origen vasco simpatizara con los movimientos separatistas.

Volodymyr Ariev, diputado ucraniano, se sorprendió cuando González se presentó a su primera entrevista, en su oficina de Kiev en 2015, con una botella de vino de regalo. “Dijo que era de su región natal”, recuerda Ariyev: “Nunca antes había conocido a un periodista que llevara un regalo a una reunión, pero pensé que probablemente era algún tipo de tradición vasca”. La entrevista en sí no tuvo nada de especial, y después González habló de la familia, los viajes y las aficiones del político. Era el comportamiento habitual de un periodista que intenta entablar amistad con una nueva fuente, aunque años después, tras la detención, Ariyev empezó a pensar que tal vez habría sido un intento de construir un perfil psicológico de él. 

A finales de 2017, González se apuntó a un curso de formación de cinco días impartido por Bellingcat, un influyente grupo de investigadores de fuentes abiertas que había realizado un impresionante trabajo para demostrar la complicidad rusa en el derribo de un avión de Malaysian Airlines sobre el este de Ucrania en 2014. El curso permitió a González conocer a muchas de las personas que trabajan en las investigaciones de Bellingcat, incluido el fundador del grupo, Eliot Higgins. Algunos de los demás participantes también habrían sido de interés para la inteligencia rusa: entre ellos había periodistas de publicaciones importantes, así como un alto ejecutivo de una empresa tecnológica que más tarde firmó un contrato con un departamento del gobierno estadounidense por valor de cientos de millones de dólares. En las cenas y copas nocturnas, González obsequiaba a los demás con historias de guerra del este de Ucrania, adonde seguía viajando con regularidad.

González también continuó manteniéndose cerca de la oposición rusa, y en 2018 volvió a Estrasburgo, donde Alexei Navalny –el crítico de Putin de más alto perfil– se encontraba en una inusual visita fuera de Rusia, para hablar ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Tras la audiencia, Navalny y algunos otros fueron a tomar unas copas a casa de uno de los abogados. Era una reunión sólo para amigos, pero de algún modo González se coló.

En el grupo de aquella noche había un intrépido abogado llamado Vadim Prokhorov. Aún residía en Rusia, pero volaba a Europa con regularidad para asistir a grandes acontecimientos. Cuando se encontró por primera vez con el voluminoso González, con la cabeza rapada y hablando un ruso casi perfecto, lo primero que le vino a la mente fueron las callejuelas de un barrio de Moscú. “¿Qué clase de vasco es éste? Un vasco de Mar'ino”, bromeó, refiriéndose al barrio de Moscú donde vivía Navalny. A partir de entonces, Prokhorov siempre llamó a González “el vasco de Mar'ino”, pero González utilizó su característico encanto para asegurarse de que esas bromas amables nunca se convirtieran en auténticas sospechas. “Para los rusos es muy importante cómo bebes y cómo te relacionas”, me dijo Prokhorov al recordar aquellas reuniones. “No creo que un tipo sobrio hubiera entrado en el grupo. Pero Pablo siempre era el tipo que bebía, el que salía corriendo a por más bebida, el que contaba chistes. Encajaba perfectamente. Hay que reconocer que se le daba bastante bien”.

En algún momento de 2019, los amigos rusos de González empezaron a detectar un cambio en su personalidad. Nemtsova me dijo que sentía que había dos Pablos diferentes. “Uno era este tipo encantador y despreocupado. 'Vamos de fiesta'. El otro era muy grosero y siempre quería decir que era mejor que yo. Siempre estaba malhumorado y se mostraba agresivo. No se molestaba en controlarse”, explica.

A medida que su relación intermitente hacía agua, Nemtsova empezó a hacerse algunas preguntas. Era un periodista independiente que escribía columnas para medios españoles bastante modestos y, sin embargo, parecía tener dinero para viajar constantemente y disponer de los últimos dispositivos. Le recordaba a un fenómeno que conocía bien de su anterior vida en Rusia: la persona que vive por encima de sus posibilidades, el burócrata humilde con mansión y coche de lujo. En Rusia, era un indicador bastante claro de corrupción. Pero, ¿qué podría significar en Europa? Se le ocurrió una posible respuesta.

Cada año, Nemtsova organizaba una escuela de verano de periodismo en Praga. González dio una conferencia allí en 2018, sobre informar desde zonas de conflicto, y volvió a ir en 2019. Ese año, recordó Nemtsova, compartió sus crecientes sospechas sobre González con otro ponente, el periodista ruso Andrei Soldatov, que es uno de los principales expertos mundiales en los servicios de inteligencia rusos. ¿Podría González ser un agente ruso enviado para espiarles? Soldatov descartó esta teoría por improbable. (Soldatov rebatió esta versión, alegando que el encuentro se produjo en 2018, y que eludió la pregunta de Nemtsova porque ese día había conocido a González por primera vez, solo había hablado con él brevemente, y creía que la pregunta estaba motivada por las tensiones personales entre Nemtsova y González).

Las dudas seguían atormentando a Nemtsova. ¿Por qué un periodista freelance vasco tenía tanto dinero? ¿Por qué hablaba tan bien ruso? ¿Y por qué estaba tan interesado en la oposición rusa?

Nexos con el GRU

Tradicionalmente, los ilegales rusos pasan años estudiando el idioma y las costumbres, antes de salir al extranjero disfrazados de extranjeros. Pero “Pablo González” no era una identidad encubierta elaborada con esmero bajo la vigilancia del GRU. Era real, aunque su titular también tenía otro nombre, ruso. Las dos identidades diferentes eran producto de una herencia mixta verdadera, con sus orígenes en la agitación de la guerra civil española.

El abuelo de González, Andrés González Yagüe, fue uno de los más de 30.000 niños evacuados de España para salvarlos de los estragos del conflicto. La mayoría acabaron en hogares de acogida temporales en Francia, Bélgica y otros lugares de Europa, pero el barco que zarpó en 1937 con Andrés, de ocho años, a bordo tenía como destino la Unión Soviética. Las autoridades de aquel país planeaban que los niños españoles que llegaran serían introducidos en los caminos del marxismo en instituciones especiales y, cuando terminara la Guerra Civil, regresarían a la nueva España comunista, bien preparados para formar la columna vertebral de una nueva élite política. Andrés acabó en una pensión en Obninsk, a las afueras de Moscú. En 1939, los golpistas de Francisco Franco ganaron la Guerra Civil y los republicanos la perdieron, y la mayoría de “niños de Rusia” se convirtieron en ciudadanos soviéticos.

“Allí fui un niño tremendamente feliz, y nadie va a convencerme de lo contrario”, escribió en una columna publicada en un diario, en la que describía la extinta Unión Soviética como un lugar de prosperidad y abundancia.

Andrés recibió formación profesional y encontró trabajo en ZiL, una enorme fábrica de automóviles de los suburbios de Moscú. Se casó con una rusa, Galina, y tuvieron dos hijos, Elena y Andrés. En 1980, Elena se casó con un joven científico, Alexei Rubtsov, y su hijo Pavel nació dos años más tarde. A finales de la década, la Unión Soviética se dirigía hacia su desmoronamiento, al igual que el matrimonio de Alexei y Elena. En 1991, Elena se marchó con Pavel a España, y su origen español le permitió obtener la nacionalidad. Elena decidió que su hijo llevara el apellido materno en su nueva documentación, y utilizó la variante española de su nombre de pila. Así, Pavel Rubtsov se convirtió en Pablo González Yagüe.

Tras terminar el bachillerato en Barcelona, González estudió Filología eslava en la universidad. Unos años más tarde, empezó a idealizar su infancia en la Unión Soviética. “Allí fui un niño tremendamente feliz, y nadie va a convencerme de lo contrario”, escribió en una columna publicada en un diario, en la que describía la extinta Unión Soviética como un lugar de prosperidad y abundancia. En 2004, obtuvo un pasaporte ruso con su nombre al nacer, Pavel Rubtsov. Para entonces, su padre trabajaba en un puesto directivo en RBC, un holding de medios de comunicación de Moscú. González, o Rubtsov, lo visitaba con regularidad, e incluso hacía trabajos ocasionales para RBC bajo la supervisión de su padre. “Recuerdo que Pavel era pro-ruso, pro-Putin, pero no con fanatismo. Simplemente parecía fascinado por Rusia”, recuerda una fuente que conocía bien a padre e hijo.

Algunos medios de comunicación españoles han especulado con que la clave de los supuestos vínculos de González con el GRU podría estar en su padre. De hecho, las afiliaciones a los servicios de inteligencia en Rusia suelen ser un asunto familiar, pero la fuente que conocía a la familia expresó su escepticismo: “Alexei es un tipo patriota. Fue científico en la época soviética y cree que su desmoronamiento fue una pérdida importante para el país. Pero nunca vi nada que sugiriera que tuviera otro trabajo o alguna conexión con los servicios secretos”. Describió a Alexei como un tipo tranquilo, sin pretensiones, que parecía ser la parte pasiva de la pareja que formaba con su segunda esposa, Tatyana Dobrenko, madrastra de González, que trabajaba en la industria petrolera. “Era ella quien mandaba”, dijo la fuente. 

Para corroborar los antecedentes de Alexei, llamé a Christo Grozev, que antes era el principal investigador sobre Rusia en Bellingcat y ahora trabaja para un medio llamado The Insider. Grozev es un prolífico cazador de espías, que ha descubierto la tapadera de numerosos operativos rusos a lo largo de los años, y recientemente las autoridades austriacas le dijeron que debía abandonar su casa en Viena, ya que está amenazado de muerte por asesinos rusos.

Grozev me dijo que ya estaba investigando a la rama rusa de la familia de González, y más tarde compartió conmigo sus conclusiones preliminares. Buscó en el padre de González todos los signos reveladores de la afiliación al GRU: números de pasaporte sospechosos, signos de identidades falsas y registro oficial en direcciones conocidas por su vinculación con el GRU. No encontró nada sospechoso. Pero por si acaso, también decidió investigar a Dobrenko, la esposa de Alexei. Y en el caso de la madrastra de González, sí encontró indicios.

Vivir al lado no prueba la afiliación al GRU”, me dijo Grozev: “Pero sí vemos que es también el domicilio de otros conocidos funcionarios del GRU”. Era sin duda una coincidencia sorprendente para alguien cuyo hijastro estaba ahora acusado de ser un oficial del GRU.

Para empezar, había registros de dos Tatyana Dobrenko diferentes, una nacida en 1954 y otra en 1959, pero ambas vinculadas al mismo número de la seguridad social. Más curiosas aún eran sus direcciones oficiales a lo largo del tiempo. Según Grozev, antes del apartamento donde vivía el padre de González, estaba registrada en el número 76 de Khoroshevskoye Shosse. Esa dirección, en el noreste de Moscú, alberga un edificio de apartamentos de la era soviética que no tiene nada de especial salvo por una cosa: el enorme edificio que hay justo al lado, el 76B. El edificio se conoce comúnmente como “el Acuario”, y alberga la sede del GRU. “Vivir al lado no prueba la afiliación al GRU”, me dijo Grozev: “Pero sí vemos que es también el domicilio de otros conocidos funcionarios del GRU”. Era sin duda una coincidencia sorprendente para alguien cuyo hijastro estaba ahora acusado de ser un oficial del GRU. Le envié a Dobrenko un mensaje en Telegram pidiéndole un comentario sobre estos registros. Lo leyó y me bloqueó sin responder. 

El año pasado, el medio de investigación ruso en el exilio Agentstvo publicó un artículo basado en una base de datos filtrada de reservas de vuelos rusos. Una de las reservas parecía mostrar que, en junio de 2017, se habían comprado dos billetes de ida y vuelta de Moscú a San Petersburgo en una sola transacción: uno para González, utilizando su pasaporte ruso, y otro para un hombre llamado Sergei Turbin. Hay pruebas sólidas, según Agentstvo, de que Turbin es un oficial del GRU. Grozev coincidió, señalando que su investigación muestra que estaba empleado por el Quinto Departamento del GRU, que se ocupa de los “ilegales”. No fue posible contactar con Turbin para que hiciera comentarios.

En resumen, durante el mismo periodo en el que González había estado contando a los socios de Nemtsova que estaba luchando por conseguir un visado para Rusia, aparentemente estaba volando de Moscú a San Petersburgo con un supuesto oficial del GRU. Le pedí a su abogado, Gonzalo Boye, que comentara el viaje. “No tengo ni idea”, me respondió, irritado. “¿Conoce a las personas que estaban sentadas a su lado en su último vuelo? ¿Puede garantizar que ninguno de ellos tiene antecedentes penales?”. Señalé que ambos billetes parecían haber sido comprados en la misma transacción. ¿Conocía González a Turbin? ¿Estaba en el avión? Boye se comprometió a preguntar a González. Unos días más tarde, me dijo que su cliente había decidido no responder a mis preguntas.

Febrero de 2022

En 2019, González comenzó a salir con una periodista freelance polaca y a finales de ese año se mudó a Varsovia. Se fueron a vivir juntos en un piso de alquiler. Desde Varsovia, iba viajando al País Vasco para ver a sus hijos además de Ucrania para hacer reportajes. Consiguió varias entrevistas de alto nivel con figuras que habrían sido de interés para el GRU, incluido el presidente prooccidental de Armenia, Nikol Pashinyan, y Pavel Latushka, uno de los líderes de la oposición bielorrusa en el exilio, y enemigo jurado del presidente bielorruso afín al Kremlin, Alexander Lukashenko.

Han ido a todos con la misma cantinela, presentándome como un cerdo que utiliza a todo el mundo como tapadera. No tiene ningún sentido”, dijo en un mensaje de voz que envió entonces a un amigo.

No fue hasta principios de febrero de 2022 cuando la red comenzó a cerrarse. Circulaban las advertencias estadounidenses y británicas de que Rusia estaba a punto de lanzar un gran asalto contra Ucrania, y González viajó con otros dos periodistas freelance españoles a Avdiivka, justo en la línea del frente. Allí fue detenido por la policía ucraniana, que le ordenó presentarse en Kiev para ser interrogado durante varias horas. Los agentes exigieron acceso a su teléfono móvil y le acusaron de ser un espía ruso, pero no parecía que tuvieran pruebas contra él. Le aconsejaron que abandonara el país inmediatamente, pero no lo detuvieron. 

En los días siguientes, agentes de los servicios de inteligencia españoles visitaron a algunos amigos y familiares de González en España, interrogándoles sobre sus antecedentes. González se enfadó cuando se enteró. “Han ido a todos con la misma cantinela, presentándome como un cerdo que utiliza a todo el mundo como tapadera. No tiene ningún sentido”, dijo en un mensaje de voz que envió entonces a un amigo. Según él, los ucranianos le preguntaron por sus familiares rusos como si fuera un secreto, cuando él nunca había intentado ocultar su origen ruso. Eso era cierto, hasta cierto punto: sus amigos españoles sabían que viajaba a Rusia con regularidad, pero sus amigos de la oposición rusa, no. Los fundamentos de la historia del origen ruso de González eran auténticos, pero los detalles parecían cambiar según las circunstancias.

González regresó a España, pero cuando en la mañana del 24 de febrero se supo que había comenzado la invasión de Ucrania, inmediatamente reservó un vuelo a Varsovia. No tardó en llegar a Przemyśl, la ciudad fronteriza por la que cientos de miles de refugiados ucranianos entraban en Polonia. Grabó regularmente reportajes en directo para canales de televisión españoles y sitios web de noticias. A última hora de la noche del 27 de febrero, regresó a la residencia donde se alojaba, y pocos minutos después de medianoche llamaron a la puerta. Agentes de la ABW, el servicio de seguridad interior polaco, entraron vestidos de verde y le informaron de que estaba detenido.

Ser un objetivo

El soplo inicial sobre Pablo González procedía de un servicio de inteligencia aliado, pero era incompleto. “No es que tuviéramos todas las pruebas y solo tuviéramos que detener al tipo”, me dijo Stanisław Żaryn, asesor de seguridad nacional del Presidente de Polonia. “Estaba claro desde el principio que esta investigación era realmente grande y que tendríamos que escarbar mucho para conocer todos los detalles”.

En el centro del caso de los fiscales polacos hay una serie de informes que González supuestamente escribió a lo largo de varios años, aparentemente para sus supervisores en el GRU. “Eran los típicos informes de inteligencia sobre instalaciones, infraestructuras y personas con las que había que ponerse en contacto”, me dijo Żaryn. Otra fuente dijo que estos informes hacían referencia con frecuencia al “Centro”, código de espionaje ruso para referirse a los cuarteles generales de inteligencia. Se entiende que algunos de los informes incluían preguntas de seguimiento, aparentemente de un supervisor. En uno de 2018, González supuestamente escribió a sus supervisores que había “destruido los dispositivos electrónicos según lo ordenado”, rompiéndolos en pedazos y arrojándolos al océano.

Varias fuentes familiarizadas con las pruebas de los servicios de inteligencia polacos contra González me dijeron que incluyen numerosos informes sobre sus contactos en la oposición rusa. Algunos eran mundanos, como el relato del día en que González llevó a Ilya Yashin al fútbol. Otros incluían supuestamente información sensible, como las direcciones de los domicilios de los empleados de la fundación de Zhanna Nemtsova. Un informe incluso contenía supuestamente copias de correos electrónicos personales escritos por el padre asesinado de Nemtsova. Nemtsova no está autorizada a hablar del caso, ya que está cooperando con la investigación y ha firmado un acuerdo de confidencialidad, pero confirmó que poseía el antiguo portátil personal de Boris Nemtsov, traído desde Moscú por su abogado. También recordó que se lo había prestado a González en una ocasión, cuando éste alegó que su propio ordenador se había estropeado. 

Según las fuentes, muchos de los informes detallan las frecuentes visitas de González a Ucrania. Desde su detención, los servicios de seguridad del SBU en Kiev han interrogado a varios de sus socios locales e incluso han registrado algunos de sus domicilios. “A lo largo de los años, su principal tarea ha sido ir a distintos lugares cercanos a la línea del frente para recopilar información sobre las personas que trabajan allí”, afirmó una fuente de seguridad ucraniana con la que me reuní recientemente en una cafetería de Kiev. La fuente me dijo que González había dirigido una red local de políticos y militares, pero el SBU aún no sabía si todas estas personas pensaban que simplemente estaban interactuando con un periodista, o si algunos entendían que estaban ayudando a un oficial de inteligencia ruso. De lo único que está seguro el SBU es de que un espía del GRU con acreditación periodística podría hacer verdadero daño en el frente, actuando como observador para localizar concentraciones de soldados y de material militar. “Gracias a Dios fue detenido antes de la invasión a gran escala”, dijo la fuente.

Aunque la existencia de estos informes parece incriminatoria, no está claro si los investigadores polacos poseen pruebas sólidas de que los informes fueran dirigidos al GRU, o de que fueran realmente enviados en algún momento. Al parecer, González, durante el interrogatorio, afirmó que se trataba de sus propias notas. No se le dio la oportunidad de defenderse ante el tribunal: los fiscales no hicieron oficial la acusación, el paso clave necesario para que un caso llegue a juicio, hasta después de que él hubiera abandonado el país. Parte del problema puede deberse a que, según la ley polaca de espionaje en el momento de su detención, los fiscales tenían que demostrar que González había causado daños al Estado de Polonia, mientras que la mayor parte de su presunto espionaje tuvo lugar en otros lugares. “Creo que todo el mundo se alegró bastante cuando se le incluyó en el intercambio de prisioneros y nos quitamos el problema de encima”, me dijo un exfuncionario polaco.

El canje de prisioneros tuvo lugar en el aeropuerto de Ankara el 1 de agosto. Tras bajar del avión que los había traído desde Moscú, Yashin y Vladimir Kara-Murza, dos de los presos políticos rusos liberados por Putin, subieron a un autobús del aeropuerto que los llevaría a un avión alemán, y a la libertad. Desde la ventanilla del autobús, los dos viejos amigos observaron cómo el grupo que se dirigía en dirección contraria era conducido a través de la pista para embarcar en el avión con destino a Moscú. De repente, Kara-Murza le dio un codazo a Yashin y exclamó. “¡Es Pablo! Nuestro vasco de Mar'ino”. Ambos conocían bien a González de sus días en la oposición rusa. Yashin se rió asombrado.

Unos días después del intercambio, me cité con Yashin en una cafetería de Berlín. Todavía estaba algo desorientado por el repentino cambio de entorno, pero me dijo que no le había molestado especialmente la revelación de que su conocido había sido aparentemente un espía. Me explicó que siempre había partido de la base de que le espiaran, por lo que nunca contaba nada en privado que no dijera públicamente. “Así que Pablo charló conmigo y luego escribió un informe sobre mí. No creo que me causara ningún daño. ¿Por qué le importa al GRU el tipo de abrigo que llevo o lo que pienso sobre la política española?”. Los que realmente daban miedo eran aquellos como el asesino berlinés Krasikov, dijo Yashin. Los enviaban a liquidar enemigos del Kremlin, no los llevaban a ver un partido de fútbol.

“Los perfiles psicológicos te indican cómo actúa la gente, cuáles son sus puntos de vista, cuáles son sus rutinas y cuáles son sus puntos débiles”, me dijo Piotr Krawczyk, exjefe del servicio de inteligencia exterior de Polonia.

Sin echar un vistazo a los archivos del GRU, es imposible saber hasta qué punto el supuesto espionaje de González a la oposición rusa pudo haber sido útil para Moscú. Pero descartarlo de plano es probablemente ingenuo. Redactar perfiles de objetivos es una parte clave del trabajo de los servicios de inteligencia. “Los perfiles psicológicos te indican cómo actúa la gente, cuáles son sus puntos de vista, cuáles son sus rutinas y cuáles son sus puntos débiles”, me dijo Piotr Krawczyk, exjefe del servicio de inteligencia exterior de Polonia. Los espías de Moscú podían utilizar el perfil de personalidad resultante para elaborar una estrategia de captación, mediante incentivos o chantaje. También era crucial conocer las rutinas diarias del objetivo, para asegurarse de que el agente enviado para hacer la propuesta estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno. O, en lugar de un agente de reclutamiento, el GRU podía enviar a alguien del perfil de Krasikov, con una pistola o un frasco de veneno.

Algunos de los que se acercaron a González han tenido que enfrentarse a otro tipo de consecuencias. La periodista independiente polaca con la que salía fue detenida junto con él, pero pronto quedó en libertad después de que un juez dictaminara que no había pruebas suficientes para retenerla. Sin embargo, en agosto, un medio de comunicación polaco reveló que seguía abierta una causa contra ella por complicidad en espionaje. No ha salido a la luz nada que sugiera que ella tuviera idea de lo que supuestamente tramaba su novio, pero aun así, la noticia del caso abierto dio lugar a una campaña virtual contra la mujer. Círculos de derechas afirmaron que su periodismo previo sobre temas como el derecho al aborto en Polonia era una prueba de que era una espía rusa que seguía una narrativa “antipolaca”.

Nemtsova, por su parte, aún no ha superado las secuelas de su relación con González. Durante un breve momento, el programa de máster que su fundación dirige en una universidad de Praga fue cuestionado así como su continuidad, ya que un estudiante alegó que se había producido una injerencia por parte de los servicios de inteligencia de Rusia y que, por tanto, debía interrumpirse. Esa amenaza ya ha pasado; lo que queda es el trauma psicológico de haber sido espiada por alguien que pretendía tener una relación romántica con ella. “Ahora no me relaciono con desconocidos, y tengo un círculo muy limitado”, me dijo Nemtsova. “Porque soy un objetivo. No se puede llevar una vida normal en estas circunstancias”.

“Salgo y veo que nos saluda Vladimir Vladimirovich Putin, ¡el Presidente! No sé si era visible, pero estaba entrenando la mano mientras bajaba los escalones”, dijo González, sonriendo: “Quería asegurarme de que podía darle un apretón de manos decente, fuerte y varonil”

Nadie excepto él

Desde Moscú, Pablo González, o Pavel Rubtsov, ha vuelto a entrar en sus cuentas de redes sociales en las últimas semanas, y está en contacto con su abogado y amigos en España. Algunos de estos amigos accedieron inicialmente a hablar conmigo, pero más tarde cancelaron las entrevistas, utilizando variaciones de la frase “Pablo quiere contar su propia historia”. Su mujer también declinó una solicitud de entrevista, diciendo: “Pablo ya está libre y es él quien hablará con los periodistas”.

Sin embargo, hasta ahora, la única entrevista que González ha concedido ha sido a la televisión estatal rusa, pocos días después de su regreso a Moscú. En el reportaje, de 10 minutos de duración, recorre las calles del barrio de su infancia, señalando su escuela primaria y otros lugares de interés de su juventud. Se burla de la supuesta falta de pruebas de Polonia contra él y sugiere que el caso está lleno de agujeros, aunque nunca se le pregunta directamente si tenía vínculos con el GRU, y nunca lo niega directamente.

González no ha respondido a todas mis peticiones para hablar con él. En una llamada telefónica, su abogado español, Boye, dijo que González “siempre ha negado” todas las acusaciones de que trabajara de alguna manera para los servicios de inteligencia militar rusos. Boye accedió a remitir a González mis solicitudes de entrevista, y más tarde mis peticiones concretas de comentarios, pero González decidió no responder.

Para quienes no estén convencidos de este desmentido, las principales preguntas que quedan son sobre qué tipo de agente era González. ¿Era realmente un ilegal de carrera, un antiguo oficial del GRU? Funcionarios polacos han afirmado públicamente que González tiene rango de oficial en el GRU, y un exfuncionario de seguridad me dijo que estaban seguros de que González “fue reclutado de joven y toda su carrera periodística fue una tapadera para su espionaje”.

Sin embargo, nadie quiso decir qué pruebas existen de tales afirmaciones.

Por ahora, una teoría alternativa puede parecer más plausible [si bien tampoco se ha podido demostrar]: que González era un periodista español con raíces rusas, que fue reclutado en algún momento, posiblemente durante sus viajes a Moscú para visitar a su padre y a su madrastra. Una oferta así le habría brindado la oportunidad de reencontrarse con la patria que sentía que le habían arrebatado de niño. También habría apelado al lado arriesgado de González que tanta gente observó en él.

Otro de los funcionarios polacos con los que hablé parecía dar crédito a esta teoría, discrepando de lo que las autoridades han declarado públicamente. En opinión de esta fuente, González parecía un aficionado: “No era muy profesional, cometía muchos errores y se veía que era bastante perezoso con sus tareas”, dijo. “No me dio la impresión de ser un operativo increíblemente bien entrenado”. Si González fue reclutado en una etapa posterior, esto explicaría las opiniones prorrusas que defendía ante mucha gente, sobre todo al principio de su carrera. Si “Pablo el periodista” fue una tapadera creada por el GRU durante toda su vida, seguramente habría sido más seguro hacerlo menos visiblemente pro-ruso desde el principio.

La única persona que puede contar toda la historia es el propio González, y por ahora, una entrevista reveladora parece poco probable. Al final de su aparición en la televisión estatal, González habló de sus sentimientos la noche en que aterrizó en Moscú. No dijo que se sintiera alarmado por cómo podría adaptarse a la vida en Rusia, ni expresó preocupación por la óptica de salir de un avión lleno de espías y asesinos y recibir una bienvenida de héroe. Algo más le preocupaba: “Salgo y veo que nos saluda Vladimir Vladimirovich Putin, ¡el Presidente! No sé si era visible, pero estaba entrenando la mano mientras bajaba los escalones”, dijo González, sonriendo. “Quería asegurarme de que podía darle un apretón de manos decente, fuerte y varonil”.

Ashifa Kassam y Pjotr Sauer han contribuido con este reportaje que ha sido traducido por Emma Reverter.

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