Ante la desconfianza creciente en los partidos tradicionales en Colombia, los políticos cada vez recurren más a las alianzas preelectorales. Así este domingo 29 se presentan a la primera vuelta de las elecciones presidenciales tres grandes alianzas: el Equipo por Colombia, de Federico Gutiérrez (derecha); la Coalición Centro Esperanza, de Sergio Fajardo (centro); y el Pacto Histórico del líder en los sondeos Gustavo Petro (izquierda), que encabeza las encuestas.
Estos colectivos amplios y heterogéneos pueden tener difícil la supervivencia más allá de las elecciones, según voces expertas. “Creo que es un camino con dos lecturas”, dice Camilo Mancera, coordinador del área de justicia de la Misión de Observación Electoral, “por un lado puede ser funcional, aunque no idóneo, para incluir a partidos minoritarios. Por el otro, creo que puede desembocar en algo que defraude al elector porque aún no hay claridad en las reglas para su funcionamiento. Todo queda en manos de los dirigentes políticos ya electos”.
Mancera abre tres interrogantes en torno al ejercicio parlamentario que el código electoral colombiano no resuelve: ¿Quién debería responder si un miembro de una coalición resulta condenado por corrupción en el Congreso? ¿Toda la alianza? ¿O solo el partido donde milita? También plantea si las agrupaciones deberían actuar como bancada parlamentaria o, al menos, transparentar el proceso cuando decidan actuar por libre. El analista teme que en último término la fórmula se convierta en un atajo para pequeñas marcas, o grupúsculos ciudadanos, interesados en sortear los requisitos legales y el umbral de votación requerido para formar partidos.
El codirector del Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes, Juan Carlos Rodríguez, señala por su parte dos elementos novedosos. Recuerda que históricamente las alianzas habían sido una figura de negociación política postelectoral. Desde las últimas presidenciales, de 2018, lo habitual es coligarse antes de los comicios en un esfuerzo por captar votos.
Y destaca que este año tres grandes colectivos hayan logrado demarcar tan claramente su ubicación dentro del espectro ideológico: “Eso es relativamente novedoso. Yo no recuerdo otras elecciones donde se presentaran tres coaliciones en tres puntos tan definidos, lo cual me parece que es una ayuda enorme para que los votantes interpreten las propuestas y ordenen mejor sus opciones”.
El bipartidismo clásico se resiste al deshielo
La encuesta de cultura política del Departamento Nacional de Estadística (DANE), con datos de 2021, indica que tan solo el 8,5% de los colombianos confía en los partidos, un dato que no ha dejado de empeorar desde la Constitución de 1991.
“Al igual que sucede en otros países, nuestros partidos se activan en época electoral. Pero su trabajo entra en estado de letargo después. No hay formación de valores ciudadanos, no promocionan liderazgos, ni la inclusión de grupos minoritarios, de grupos étnicos. Tampoco hay esfuerzos claros por promover el posicionamiento de mujeres en política y su trabajo parlamentario ha sido calificado a menudo de insuficiente para afrontar los problemas del país”, explica Patricia Muñoz Yi, docente de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana de Bogotá.
La Constitución de 1991 intentó abrir el abanico de posibilidades, que durante un siglo estuvo confinado a la hegemonía bipartidista entre liberales y conservadores. Los resultados, sin embargo, fueron desiguales. Los incentivos legales para la apertura dieron barra libre para que floreciera un reguero de casi 75 agrupaciones. Los legisladores tuvieron que enmendar el caos multipartidista con otra reforma en 2003 y hacer una criba que dejó el aún atomizado panorama actual: una decena de fuerzas conformadas por militancias inestables y modesto pegamento ideológico.
El veterano politólogo Gabriel Murillo lo resume así: “Hay una transición del modelo bipolar que caracterizó la mayor parte de nuestra vida republicana, que tenía cierta fundamentación programática, al surgimiento de una diversidad de opciones que no logran estructurar un liderazgo claro, ni tienen vocación de buscar una solidez ideológica. Por el contrario, privilegian las conveniencias de tipo instrumental, politiquero y electoralista”.
Las fuerzas alternativas, en el corazón de las reformas de los 90, han ido ganando terreno de forma lenta y gradual. Para la próxima legislatura, por primera vez, el bloque de partidos progresistas ocupará algo más del 20% del total de escaños en el Congreso. Por eso, Yan Basset, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París III, considera que el modelo bipartidista clásico ya no tiene energía suficiente para proyectar presidentes con opciones reales, pero sigue moviendo sus hilos desde el ejercicio parlamentario.
La estrategia de renovación para muchos políticos ha consistido en emanciparse de las dos viejas facciones y agruparse en colectivos que se presentan como independientes a pesar de sus evidentes lazos con las dos familias políticas tradicionales. El partido de Unidad Nacional o Cambio Radical son dos casos claros. Dos movimientos pendulares que funcionan a conveniencia según los pronósticos del clima político (esta campaña presidencial ha dado su apoyo a la candidatura del derechista Equipo por Colombia de Federico Gutiérrez).
“Son partidos que se especializan en recoger votos y formar identidad en el ámbito regional”, explica el académico Basset, “son fuertes en las elecciones locales. Pero para las presidenciales aún no son relevantes y por eso se refugian bajo coaliciones”.
Por su parte, en el izquierdista Pacto Histórico del líder Gustavo Petro, líder en todos los sondeos de intención de voto desde hace meses, se hallan partidos como el Polo Democrático Alternativo, que ha gobernado con modestos resultados a la capital Bogotá en cuatro ocasiones; la progresista Colombia Humana, del mismo Petro; y otros grupos residuales como el Partido Comunista Colombiano o la Fuerza Revolucionaria del Común, mejor conocido como Comunes, de la desmovilizada guerrilla de las FARC, entre otros.
Entretanto, el núcleo fuerte de la Coalición Centro Esperanza proviene del Partido Verde del político y académico Antanas Mockus. El año pasado su apuesta presidencial, el matemático Sergio Fajardo, entusiasmaba como posible antídoto contra los dos extremos políticos. Pero la consulta interna para escoger en marzo al candidato estuvo condicionada por todo tipo de tormentas intestinas que finalmente dejaron renqueante al eje moderado.
Fajardo ronda hoy el 5% de intención de voto, según la media ponderada de las encuestas de La Silla Vacía. Su caída se da por descontada. El académico Gabriel Murillo subraya que dentro del colectivo de centro afloraron las peores estrategias posibles: “Primó la desconfianza, el egocentrismo y las conductas de carácter individual. Fue una síntesis muy frustrante porque se trataba del proyecto con mejor fundamentación programática”.