La campaña por la liberación de Lula da Silva absorbe prácticamente toda la agenda de la izquierda brasileña desde hace un año y tres meses. El empeño ha dado frutos, y por el camino la extrema derecha ha alcanzado el poder, pero el expresidente sigue actuando y siendo considerado como el líder que fue y que es.
Pilar del Río, periodista, escritora, traductora y directora de la Fundación José Saramago, su marido, ha tenido la oportunidad de visitar a Lula da Silva acompañada por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff. “Me he encontrado al mismo ser humano”, ha explicado en una entrevista para eldiario.es. “Estas circunstancias no le han achicado, no le han hecho bajar la cabeza”. Lula dejó el poder en 2010 con niveles de popularidad y aprobación que rozaban el 90%. “Los millones de personas que participaron y se beneficiaron del programa ”Minha casa, minha vida“ [de viviendas sociales], de ”Fome Zero“ [Hambre Cero], de la educación”, cuenta Del Río, “esas personas tal vez no tengan columna ni titulares en los medios de comunicación, ¿han perdido la confianza en Lula? No lo veo, no me parece probable”.
El alma máter del Partido de los Trabajadores, convertido ya en una leyenda de la política latinoamericana, continúa activo y su presencia se basa en comunicados y en testimonios de ilustres visitas en su celda de la sede central de la Policía Federal de Curitiba (Paraná). Estos días son más movidos que nunca ante la controversia desatada por las publicaciones de The Intercept que incluyen mensajes privados entre el exjuez federal Sergio Moro (hoy ministro de Bolsonaro) y los procuradores de la fiscalía que coordinan la operación anticorrupción Lava Jato.
Parte de la masa social que consiguió aglutinar Lula da Silva a su alrededor, una de las claves de su éxito, se han ido agarrando en los últimos tiempos al hilo de esperanza. La campaña Lula Libre ha dejado momentos álgidos, como aquel domingo en el que un juez de guardia decretó su efímera puesta en libertad, o como cuando el Tribunal Supremo despidió el año mostrando más grietas todavía en la unanimidad de condenas como la suya.
La batería de Lula da Silva no se termina. Y esta característica que le hace resistir es también la que evita que del Partido de los Trabajadores, o de otros partidos de la izquierda brasileña, surjan sucesores que ilusionen a la población. “Veo que hay partidos, y conozco a representantes, los hemos tenido en la Fundación”. Pilar del Río es optimista en este aspecto. Por la sede de la Fundación José Saramago en Portugal han pasado Fernando Haddad, Guilherme Boulos y Manuela D'Ávila. “Lo que ocurre es que la mayoría de los ciudadanos de Brasil antes de las elecciones votaba por Lula”, recuerda la traductora y escritora. “A Lula da Silva tuvieron que prohibirle que se presentara, según todas las encuestas era el candidato preferido”.
Revanchismo político
Aquella parte de la población que consideraba un héroe al exjuez federal Sérgio Moro le tiene ahora más aprecio todavía después de las filtraciones de sus mensajes, aunque denoten conflicto de intereses y fango político. El revanchismo ha alcanzado cotas inaccesibles en el último lustro y el antipetismo (contra el PT) y el antilulismo también. “En una sociedad democrática se puede elegir con distintos gustos y distintos colores”, comenta la directora de la Fundación José Saramago, pero siempre haciendo hincapié en el detalle fundamental y diferenciador: “Aquí pasaron dos cosas: un impeachment a Dilma Rousseff y una condena para impedir que Lula se presentara. Dos acontecimientos, uno detrás de otro”.
Y resta importancia a la corriente contraria a Lula da Silva: “¡Pues claro que hay gente que no quiere a Lula!”, considerándolo un dato anecdótico frente a esta fase crucial de la historia brasileña. “Hay gente que no quiere a Dios. Hay gente que discute a Beethoven, hay gente a la que no le gusta Shakespeare, que parece que son indiscutibles. ¿Por qué va a tener todo el mundo que querer a Lula?”.
La opinión pública que hoy parece cómoda con el ultraderechista Jair Bolsonaro al frente del Ejecutivo no pestañeó cuando, en pleno proceso revocatorio de la expresidenta Rousseff, se filtraron los audios en los que el senador Romero Jucá, recién nombrado ministro de planificación del Gobierno interino de Michel Temer, confirmaba al presidente de Transpetro que el cambio de gobierno era necesario para parar “la sangría” de esa operación anticorrupción. Aseguraba que la mejor opción era colocar a Temer al mando y articular un pacto de Estado para que las investigaciones no fueran a más, “con el Supremo, con todos”. Romero Jucá dimitió, pero el impeachment siguió su curso hasta el final, sin contratiempos. Su curso llegó a su final que, como muchos temían, era apartar a Lula da Silva de la carrera presidencial.
Tampoco cambió nada la publicación del audio en el que Michel Temer, presidente por aquel entonces, exigía al gerente de la empresa JBS, Joesley Batista, continuar pagando por el silencio del expresidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha –el otro gran artífice de la destitución de Rousseff acabó en prisión por corrupción pasiva, lavado de dinero y evasión de divisas–. Había pánico a que Cunha pudiera colaborar con la investigación y llevarse a antiguos socios por delante. “Hay que mantener eso”, se le escuchaba decir a Temer, en otra frase ya parte de la historia de la política brasileña.
Lo único que se podría decir que ha variado en esta ocasión es que medios de comunicación que cargaron sin cesar durante años contra el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y Dilma Rousseff, como por ejemplo la revista Veja, ahora dudan de la labor judicial en el caso del expresidente. El popular semanario ha llegado incluso a aliarse con The Intercept para publicar trabajos conjuntos. “Justicia con las propias manos”, titularon en portada.
Pilar del Río muestra su indignación con los últimos acontecimientos, con las manipulaciones del Poder Judicial. “Cómo nos están queriendo doblegar. ¿Cuánto más tienen preparado para doblegar a las personas que se salen de los esquemas?”, se pregunta. Su paso por Curitiba es una perfecta definición de un embrollo político sin fin: “Yo ayer subía las escaleras con una persona a la que le hicieron un impeachment, Dilma Rousseff, y entré en una habitación de un señor que está preso”.