La crisis de refugiados venezolanos en Brasil sobrepasa a los gobiernos, desatando violencia y xenofobia

Roraima, uno de los estados brasileños más pobres, acaba de volver a solicitar al Tribunal Supremo el cierre temporal de la frontera con Venezuela para bloquear el flujo migratorio. El Gobierno estatal se reconoce impotente y sin respuesta ante la llegada de miles de refugiados venezolanos. Dicen querer evitar un “eventual derramamiento de sangre entre venezolanos y brasileños”. Los altercados de las últimas horas dejan claro que el proceso que viene germinando desde hace año y medio les ha explotado en las manos a ambos países.

Grupos de vecinos del municipio brasileño de Pacaraima, en la frontera, cargaron el pasado fin de semana contra los refugiados venezolanos como respuesta a un supuesto robo violento en un comercio. Indignados ante este hecho, decidieron organizar una manifestación en contra del movimiento migratorio, para poco después sentenciar a la población de inmigrantes que se encuentra ahora mismo en la ciudad y tomarse la justicia por su cuenta, llegando a atacar uno de los campamentos de refugiados en los que se asentaban unas 2.000 personas.

Las calles de Pacaraima se convirtieron en una auténtica cacería, y la agresividad de las acciones obligaron a los refugiados a escapar por la frontera por la que habían accedido. Huyeron más de mil. El duro espectáculo incluyó la preparación de hogueras con algunas de las pertenencias de los venezolanos. La policía se mantuvo al margen en todo momento.

Según el Gobierno Federal, más de 120.000 venezolanos han atravesado la frontera en lo que llevamos de 2018 y todo el año pasado. Pacaraima es el primer núcleo poblacional que se encuentran (12.000 habitantes, sin capacidad, ni aforo, ni competencia). La mitad de esos 120.000 refugiados permanecen aún en Brasil y la otra mitad ya ha abandonado el país. Colombia ya ha acogido a un millón de personas. El principal objetivo logístico de los venezolanos que cruzan la frontera brasileña cargados de maletas es llegar lo antes posible a Boa Vista, la capital del estado de Roraima (320.000 habitantes), a 200 kilómetros de Pacaraima. Esa localidad ofrece algo más de estructura, mejores albergues y más oportunidades laborales.

Un nuevo destacamento militar compuesto por 120 hombres ha aterrizado en Roraima para apoyar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad locales y estatales en este conflicto que se ha ido calentando con el paso de los meses. El presidente Michel Temer se ha reunido con varios de sus ministros para tratar con urgencia este delicado escenario colindante y diplomático. Hasta ahora, el Gobierno brasileño, con ayuda de ACNUR y articulándose con algunas organizaciones sociales, ha ido distribuyendo a pequeños grupos de refugiados por varias ciudades brasileñas. Pero no es suficiente: está quedando demostrado que el ritmo de realojos ha de ser mayor, al igual que el número de personas trasladadas.

Nuevos refugiados, trasladados a Río de Janeiro

A Río de Janeiro llegaron hace unas semanas, a través de este plan de protección, 36 refugiados, solo mujeres y niños. Cuatro de ellas forman parte del colectivo LGTBI. Han sido acogidas en un albergue que gestiona Cáritas. Débora Marques Alves, una de las asistentes sociales, comenta para este periódico que las refugiadas “estarán tres meses en esos centros, con opción a otros tres en los casos que presenten mayor vulnerabilidad”.

eldiario.es ha visitado el albergue y ha podido conversar con algunas de las refugiadas, todas ellas ya con la documentación en regla para trabajar en Brasil. Gabi y Vanesa son mujeres transexuales. Ambas son estilistas. Gabi, maquilladora. Vanesa, peluquera. En Venezuela se sentían perseguidas. Pero en Brasil no podrán estar mucho más tranquilas: es el país que más transexuales mata en todo el mundo.

Allá de donde viene Gabi, la Isla de Margarita, “los pocos supermercados que quedaban ya no existen, se volvió todo un caos, se robaba, se saqueaba porque la gente no conseguía alimentos, o se encontraban a un precio tan alto que no había manera de adquirirlo”. Su madre se ha quedado en Venezuela, enferma de cáncer. “Tienes un trabajo y el salario no te alcanza: o compras la comida o compras las medicinas. Es caótico”.

Antes de comenzar su odisea se informó convenientemente de lo que se iba a encontrar en Roraima, pero no se lo imaginaba tan grave: “Caminas por la calle y hay muchos venezolanos durmiendo en las aceras. Yo pasé por eso.” Cinco meses aguantaron allí, recuerda Vanesa, antes de que el programa gubernamental brasileño las trasladara a Río de Janeiro. Gabi, apenada, reflexiona sobre los choques entre los propios venezolanos, la polarización y las diferencias casi irreconciliables que les han llevado, en su opinión, a esta coyuntura.

Entre las refugiadas venezolanas que han llegado a Río de Janeiro, políticamente hay de todo. Algunas votaron a Chávez e incluso a Maduro. Otras siempre se han mantenido ideológicamente en la oposición. Todas, no obstante, reconocen que: “Cuando estaba Chávez era un poco difícil también, pero nunca había esto que está sucediendo ahora en lo económico, con la comida, con niños recogiendo basura, no había nada de esto”.

Limitan el inicio de las grandes dificultades de cinco años a esta parte, con un declive total hace tres años. Al presidente Nicolás Maduro, por su parte, la tensión le ha sorprendido presentando medidas económicas para tratar de que el daño no vaya a más y las proyecciones de inflación del Fondo Monetario Internacional (1.000.000%) no se alcancen. Su única respuesta, mediante los consulados, ha sido exigir a Brasil que preste atención a las agresiones contra la población venezolana.

Flor es de Los Teques, era abogada y fiscal del Ministerio Público en Venezuela, además de profesora universitaria. “Cuando llegué a Roraima y comencé a ver llegar tanta y tanta gente me llevé un susto, no pensaba que el flujo migratorio iba a ser tan fuerte”. Alcanzó la frontera de la forma más habitual: encadenando autocar tras autocar durante días hasta la ciudad fronteriza de Santa Elena de Uairén (estado Bolívar, sureste de Venezuela). Luego a pie hasta el puesto fronterizo que comparten con Pacaraima. Como ella pudo juntar un presupuesto algo más digno, había conseguido alquilar por teléfono al menos un pequeño local sin amueblar donde poder descansar.

A su lado, en el chalet donde Cáritas ha acondicionado el albergue, está Estefanía, que hizo todo el viaje desde Puerto La Cruz con sus dos hijos. Llegó a tener un buen negocio de arepas en su ciudad, pero lo tuvo que cerrar por la escasez de harina. “La inflación todos los días te come, todos los días vas a comprar algo y es más caro”. Cuando las cosas se torcieron de verdad, tuvo que salir a las calles a vender galletas, tortitas, zumos o helados que preparaba en casa. Con el poco dinero que sacaba “solo daba para una comida diaria”, y esa comida era para sus hijos. Admite haber pasado hambre de verdad.

Los refugiados venezolanos llegan esperanzados a Brasil, aunque sea un país actualmente imprevisible. El himno nacional, sin ir más lejos, sonó el pasado fin de semana de manera insólita en Pacaraima. Los refugiados venezolanos de los campamentos retrocedían hacia su tierra a toda prisa, mientras la multitud de brasileños se les había agredido se lo gritaba al unísono a modo de despedida. Una estampa muy alejada de la hospitalidad de la que lleva haciendo gala Brasil desde finales del siglo XIX, y sin duda hostigada por la actual ola de odio y prejuicios que crece alentada desde parte de la clase política.