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ENTREVISTA | Symmy Larrat

“La narrativa del poder legislativo, Iglesia y medios de comunicación alimenta el genocidio trans en Brasil”

La esperanza de vida de la comunidad trans en América Latina –35 años–, define a Symmy Larrat, una de las principales activistas de Brasil, como una auténtica superviviente. Tiene 39 y todavía puede juntar fuerzas para encarar la condena social que cerca a su colectivo.

Preside la ABGLT (Associação Brasileira de Lésbicas, Gays, Bissexuais, Travestis e Transexuais), y no tiene dudas acerca de las razones de una violencia desmedida: “Brasil ha vivido momentos de mucho avance del conservadurismo y del odio”, cuenta a eldiario.es. “La laicidad del Estado siempre ha estado comprometida, hay confusión entre religión y Estado. La religión tiene un papel demasiado importante en el Estado”.

Asusta ver cómo el discurso contra los derechos humanos se ha ido instalado en el ADN de un buen porcentaje de la población brasileña. Y se transmite como un virus. “Son religiosos fundamentalistas, oportunistas religiosos”, asegura Larrat. “Se aprovechan de la fe ajena para mantenerse en cargos políticos, judiciales y fomentar el odio y los crímenes de odio”.

El desprecio y la rabia siguen difundiéndose a los cuatro vientos, dejando indefensos a los trans. “La narrativa de las personas que ocupan el poder legislativo, los púlpitos de la Iglesia, el poder judicial y los medios de comunicación –incluso televisiones públicas–, alimenta el genocidio trans”, explica Larrat.

No les hace falta lanzar amenazas directas. Van captando a diario adeptos a la causa: “Dicen que la población transgénero no puede existir en la sociedad, que son una vergüenza, que son pecado, que chocan con la moral y las buenas costumbres. No nos permiten que podamos ser ciudadanas y ciudadanos. Y esto llega hasta el asesinato”.

El extremismo religioso, sobre todo desde ciertas iglesias evangélicas, con pastores, políticos y pastores metidos a políticos, propaga su palabra y su mensaje con eficacia y resultados pavorosos: 179 asesinatos en 2017 –según Antra, la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales– así lo atestiguan. El 80% son personas negras. El 70% son profesionales del sexo.

Algunos casos son tristemente emblemáticos, como el de Dandara Kethlen. Cinco hombres acaban de ser condenados un año después de torturarla y asesinarla en Fortaleza. Su madre tuvo que mantener cerrado el ataúd durante el velatorio por el rostro desfigurado de su hija.

Episodios más recientes son los de Alessandra da Silva Alves y Nayara Montenegro, a las que dispararon hace unas semanas en el barrio de Campo Grande (Río de Janeiro). Alessandra falleció al instante. O el horror que ha vuelto a colocar el tema en las portadas de los periódicos: el asesinato –y la quema del cadáver– de Matheus/Matheusa Passareli (identificado como persona no binaria), en la favela carioca del Morro do Dezoito.

Las políticas públicas van sensibilizándose a cámara lenta pasando de sobresalto en sobresalto. “El sistema de salud pública ya garantiza algunas de las provisiones que nuestros cuerpos necesitan para el reconocimiento de nuestra identidad”, comenta la presidenta de la AGBLT, como primera medida. “Y contamos con la reciente conquista en el Tribunal Supremo de la posibilidad de la alteración del nombre”. Simples gestos que han puesto en pie de guerra a sus enemigos habituales.

Estas victorias puntuales se centran en los grandes núcleos urbanos. Perdidos en la inmensidad de una nación continental, miles de transexuales se ven obligados a huir de sus municipios. Asociaciones como ABGLT o ANTRA, con mínimos recursos económicos, tratan de elaborar un censo: “No tenemos datos de nuestra existencia, no estamos reconocidos, no sabemos cuántos somos, quiénes somos y dónde vivimos y eso lo dificulta todo”, se lamenta Larrat.

La fragilidad del colectivo, la extrema vulnerabilidad, tiene un claro reflejo también en el mercado laboral. Con un drama de estas dimensiones, no hace falta mucha imaginación para vislumbrar los obstáculos de una persona transexual a la hora de firmar un contrato de trabajo legal en Brasil.

“Hay un factor que antecede a los problemas de acceso al mercado de trabajo”, añade Symmy Larrat. “No estamos tampoco en el sistema educativo”. La explicación demuestra que la transfobia arranca desde el mismo núcleo familiar: “Al ser expulsados de nuestras casas, solo queda el camino de la prostitución o el subempleo. No conseguimos la cualificación suficiente para competir en el mercado de trabajo. Y cuando conseguimos competir, los prejuicios hacen que no seamos contratadas”.

El miedo a Bolsonaro

Teniendo en cuenta la actual situación sociopolítica en Brasil, con su permanente y turbulenta campaña electoral, las comunidades travestis y transexuales tiemblan ante la hipotética llegada al poder de una figura como la del ultraderechista Jair Bolsonaro. “No me gusta ni pronunciar ese nombre. Me da mucho miedo”.

En representación de la derecha más radical, el exparacaidista del Ejército está bien situado en las encuestas y maneja a su antojo a ese alto porcentaje de la población que, según los últimos sondeos, aboga en este momento por la vuelta del régimen militar.

Symmy Larrat huye incluso de la simple suposición de que los votantes elijan como presidente a un perfil así: “Creo que no vamos a llegar a esa situación tan horrible. No creo que el discurso de odio crezca mucho más durante la campaña electoral. Si analizas la calidad de esos legisladores, el grupo de los conservadores es el más ausente del Congreso, es el que menos comparece, el que menos proyectos elabora. Su disputa es solo en la narrativa. Creo que eso se demostrará durante la campaña”.

Situados en el peor de lo casos, Larrat no tiene dudas: “Viviríamos una migración todavía mayor para salir de aquí. Muchas de nosotras no aguantaríamos quedarnos en un país que tenga al mando a alguien que legitime este proceso de genocidio”.