“El Reino Unido no sabe qué quiere de la UE, y tampoco sabe qué quiere conseguir”. La frase es del periodista de Politico Ryan Heath, de un hilo de Twitter imprescindible en el que retrata la incapacidad de Reino Unido para adaptarse al momento histórico en el que vive.
Lejos de los años imperiales y disfrutando de un status privilegiado dentro de la UE, decide marcharse y, cuando está a punto de irse, se paraliza en el umbral de la puerta. Londres ha conseguido un acuerdo de 585 páginas para algo que sólo quería Londres: irse de la UE.
Pero, cuando está a punto de irse, le tiemblan las piernas, y el acuerdo sólo gusta a la primera ministra, Theresa May, y tanto su oposición conservadora como la laborista buscan excusas para no aprobar el acuerdo.
Y, a eso, se refiere Jean-Claude Juncker cuando habla de “situación nebulosa”, expresión que le ha supuesto un encontronazo con May.
Pero las excusas no logran esconder el juego de tronos que hay detrás: unos, para suceder a May al frente del Partido Conservador británico; otros, los laboristas, para aprovechar la coyuntura para ocupar Downing Street. Y, en el fondo, ni unos ni otros, ni el Gobierno de May, ni su oposición interna ni la externa tienen un proyecto de Brexit ni de país después del Brexit que concite la mayoría suficiente de la Cámara de los comunes.
El Reino Unido necesita definir qué quiere ser de mayor, qué relación quiere tras su divorcio con la UE para superar el actual bloqueo.
¿Podrá hacerlo de aquí al 21 de enero, fecha límite para aprobar en Westminster el acuerdo actual de Brexit y cumplir con una salida ordenada el 29 de marzo? Parece poco improbable al final de esta cumbre europea, en la que los líderes, todos al unísono han repetido lo mismo: May tiene que decir qué necesita para que el acuerdo sea aprobado en el Parlamento, pero el texto no se reabre. Y no parece que May pueda, de ninguna manera, lograr que el Parlamento apruebe ni este acuerdo ni cualquier otro.
“Los diputados quieren seguridad de que Reino Unido no se vaya a quedar atrapado en el sistema de salvaguarda de la frontera de Irlanda”, ha dicho May. Y la Unión Europea formula la pregunta fundamental: ¿Qué quiere Reino Unido? ¿Qué quiere exactamente? Porque esa es la clave. Y el resto de colegas europeas dicen que May no ha sido clara. Porque, en definitiva, May no sabe qué quieren sus diputados, y en función de lo que quieran ser de mayores, de qué tipo de relación quieran con la UE tras el divorcio, se resolverán las incertidumbres e inquietudes.
El backstop es una salvaguarda, “es una póliza de seguros”, en palabras de la canciller alemana, Angela Merkel. “No queremos que entre en vigor”, dicen las conclusiones del Consejo Europeo, y, si así fuera, “sería con carácter temporal”. Es decir, como han insistido este viernes los presidentes de la Comisión y el Consejo, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, los seguros hay que contratarlos, pero no se recurre a ellos salvo accidente desgraciado. Y nadie quiere un accidente desgraciado.
¿Y cómo se evita que eso ocurra? Teniendo todos claros si Reino Unido, tras el Brexit, quiere tener un acuerdo con la UE como Canadá, o como Noruega, o como Japón. Hay un buen número de acuerdos comerciales, puede elegir uno y adaptarlo. “Un Canadá +++++”, ofreció Tusk. El que quieran, pero tienen que elegir un modelo de cohabitación. Y, de momento, en Westminster, no hay ningún grupo organizado que defienda cuál quiere y que sea capaz de ahormar a su alrededor una mayoría.
Si eso no pasa de aquí al 21 de enero, May caerá. Y una vez caiga, el nuevo gobierno tendrá que elegir: intentar aprobar el acuerdo que enterró a May; convocar un nuevo referéndum; convocar elecciones y que se ocupe el siguiente o ir a un Brexit caótico y desordenado sin acuerdo.
O, en el mejor de los casos, llegar a un acuerdo sobre lo qué tipo de relación quiere Reino Unido con la UE para negociarla dentro de los plazos y así evitar quedar atrapados en un backstop que nadie quiere. No sólo los diputados de Westminster.