Mucho antes de que Jair Bolsonaro, el nuevo presidente de ultra-derecha de Brasil, se convertirse formalmente en candidato, sus partidarios más fervientes inundaron las redes sociales con una expresión que repetían constantemente: “Acepta que duele menos”. En español es equivalente a “No te resistas, que te va a doler más”. Con esa frase, expresaban que su llegada al poder era “inevitable” y era mejor que quien se opusiera lo fuera asumiendo.
En los últimos dos años, la frase era repetida contra todos los que criticaban la virulencia del discurso de Bolsonaro al defender que se den armas a todos los “ciudadanos de bien” hasta exaltar la dictadura militar, o para criticar argumentos que los bolsonaristas identificaban como “izquierdistas” o “ feminazis ”, es decir, cualquier cosa desde la defensa de la igualdad salarial entre hombres y mujeres a la crítica de la violencia policial. El mensaje de “No te resistas que es peor” tiene una relación directa con lo que los estudiosos llaman “cultura de la violación”, en un país donde una mujer es violada cada diez minutos (fueron 60 mil violaciones en 2017) y cerca de 4.700 mujeres al año son víctimas de homicidio.
No es casualidad que el mayor movimiento civil de oposición a Bolsonaro, en vísperas de la primera vuelta de la elección presidencial, haya sido liderado por mujeres, que ocuparon las calles de Brasil gritando #EleNão.
Bolsonaro, excapitán del Ejército y diputado durante 27 años, ya ha demostrado en dos semanas que su gobierno será enemigo de las mujeres. En el discurso de posesión, prometió “combatir la ideología de género”, al tiempo que preveía “unir al pueblo y poner en valor a la familia”. Bolsonaro y su clan forman parte de una corriente de la ultra derecha religiosa que afirma la existencia de una conspiración mundial para “destruir a la familia” al articular políticas públicas contra desigualdades entre hombres y mujeres y en favor de derechos LGTB.
Su hijo más activo, Eduardo Bolsonaro, pidió por Facebook que profesores de la Enseñanza Media eviten en clase temas como el “feminismo”. En el ministerio de Derechos Humanos, el Gobierno ha colocado a una pastora evangélica cuya prioridad es crear garantías legales para el feto antes del nacimiento, abriendo camino para la criminalización completa del aborto –en Brasil sólo es legal en caso de violación o niños sin cerebro–. El vicepresidente, el general Mourão, ha dicho que los niños criados sólo por la madre y la abuela –una realidad cotidiana en las clases más bajas– son “fábricas de elementos desajustados, que tienden a ingresar en narco-cuadrillas”.
Lejos de ser un gobierno que se queda en los discursos, la gestión de Bolsonaro ya ha tomado decisiones que tendrán consecuencias directas en la vida de las mujeres brasileñas.
La semana pasada el presidente firmó una ley que permite la posesión de armas a cualquier persona mayor de 25 años sin antecedentes penales. No hubo ningún debate público antes del decreto, y los cambios no pasaron por el Congreso, aunque investigaciones recientes muestran que el 61% de los brasileños está en contra de la liberalización de las armas.
El decreto elimina en la práctica la necesidad de una justificación para que cualquier persona tenga un arma. Basta pasar por una prueba atestando la capacidad de manejar un arma y ser aprobado en evaluación psicológica. No se permite la posesión de armas en la calle pero sí sus tenencia dentro de casa, en oficinas o establecimientos comerciales. No hay límite en el número de armas que puede comprar una persona.
Y en casa, en privado, sabemos quién será la víctima de esas armas: la mitad de los asesinatos de mujeres son cometidos por armas de fuego. El 24% de ellos ocurrieron dentro de casa.
Los expertos ya advierten de que veremos crecer número de mujeres asesinadas en feminicidios, muchas de ellas asesinadas por familiares u hombres con quienes mantienen relaciones afectivas. Quiera o no, es una realidad ante la que el nuevo gobierno tendrá que responder.
Al decidir combatir la “ideología de género”, lo que el nuevo presidente quiere es acabar con la discusión pública sobre esas cuestiones, resultantes de las propias políticas que están adoptando. Un “cierra la boca” a las mujeres. “No te resistas, que es peor”.