San Antonio es una ciudad de mayoría latina gobernada por una mujer negra y conservadora en el corazón de Texas, el feudo republicano más racista. Todas las combinaciones son posibles en este lugar, que parece un laboratorio de futuro para un país joven con menos de 300 años de historia, llamado Estados Unidos.
La pequeña población hindú que vive en la ciudad celebraba este sábado la festividad del Diwali. Sobre uno de los escenarios, un DJ con turbante y barba larga mezcla temazos indios para sus compatriotas con otras canciones populares para integrar al resto de vecinos de San Antonio. Suena Jennifer López. Suena “cho cho cho fer para el taxi”. Suena La Macarena.
La calle de la séptima ciudad más grande de Estados Unidos mezcla el español con el inglés, los sabores mexicanos con el carácter texano. El 65% de los habitantes de San Antonio son hispanos, la proporción más importante de las grandes ciudades americanas de más de un millón de habitantes. En Estados Unidos ya nacen más niños de origen latino que del resto de grupos demográficos. En 2050, uno de cada tres estadounidenses tendrá origen hispano, según Pew Research.
La explosión demográfica latina está teniendo un impacto directo sobre la política en Estados Unidos, también en el Partido Republicano. En el mismo año que entre los presidenciables conservadores estaban apellidos como el de Marco Rubio o Ted Cruz, Donald Trump obtuvo un apoyo histórico entre las primarias republicanas con un discurso encendido contra todo lo que suene a hispano. Es un mito pensar que, por ser hispano o mestizo, el voto de una persona será demócrata. De hecho, Bush se llevó el voto del 40% de los latinos que votaron en 2004 y Romney o McCain se movieron alrededor del 30%. Pero la campaña de odio de Trump, que cuenta con movilizar a los cabreados con la inmigración, previsiblemente bajará ese porcentaje considerablemente. Varios cargos públicos republicanos e hispanos de Texas reconocen en privado que les está poniendo muy complicado su papel.
A pesar de la influencia, y siendo ya mayoría en algunas ciudades, no manejan el poder. San Antonio es la gran ciudad más hispana y a la vez la ciudad con mayor segregación racial y económica de Estados Unidos, según las investigaciones anuales. La riqueza y las oportunidades se acumulan en el norte de la ciudad, fundamentalmente poblado por el 25% de la población blanca. El sistema educativo y administrativo favorece esa desigualdad creciente. Barrios ricos con colegios públicos y colegios privados ricos, y una ciudad pobre donde la mitad de los adultos no tiene ningún título educativo y el 60% no tiene trabajo. Como en Detroit, algo más del 40% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.
No es algo de lo que te des cuenta paseando por el centro de San Antonio. La ciudad vive un florecer económico y los edificios desprenden un aroma europeo, con un toque de Venecia y sus canales, con un toque de París y sus bombillas tenues cruzadas entre las fachadas de edificios renovados. Y una traza constante de colonialismo español. La ciudad fue uno de los primeros asentamientos de las misiones conquistadoras y evangelizadoras españolas hacia el norte de América, en el siglo XVII. Las autoridades locales están aprovechando ese legado histórico y monumental para potenciar el turismo y dotar a la ciudad de un carácter cosmopolita. Un grupo esforzado de emprendedores hispanos intenta reclamar su hueco en esa selva.
Tomás Ibarra, con su sombrero y sus tirantes, su bigote y sus 76 años, prefiere otra perspectiva para explicar la situación. “Aquí las élites se empeñan en construir la identidad local dejándonos a un lado, obviando que Texas de hecho era parte de México antes de que Estados Unidos existiera”. En efecto, el Estado fue, además de indígena, primero francés, luego español, luego mexicano y luego independiente antes de anexionarse a Estados Unidos en 1845. También Nuevo México, Arizona o California pertenecieron a México.
“Siempre se habla de los latinos o los hispanos como si fuéramos sencillamente inmigrantes. Bueno, durante siglos esta ha sido nuestra tierra. Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros. Una generación era mexicana y la siguiente era americana, pero los valores y sus gentes no cambiaron”. Tomás nació y creció en San Antonio, donde ha ejercido siempre de profesor.
Nobody expects the hispanic revolution
“Lo que estamos viendo ahora es una crisis de identidad del americano blanco y privilegiado”, dice Tomás Ibarra. “Tienen miedo a lo mestizo, y yo lo entiendo, pero es un proceso inevitable”. Recuerda que sus tiempos de niño eran una crisis constante de identidad. “Mi padre me decía que éramos estadounidenses y que hablábamos español. Yo luego iba a la escuela y me castigaban por hablar en español, porque los estadounidenses no hablan español”, recuerda. “Hoy lo tengo claro: yo soy muchas cosas a la vez, no solo mexicano, no solo estadounidense. Y también sé otra: en ninguna parte de la Constitución de Estados Unidos se dice que el inglés sea la lengua oficial del país”.
En el centro cultural Guadalupe, en una de las zonas más pobres de la ciudad donde estos días celebran el Día de los Muertos al estilo mexicano, también está Graciela Sánchez, una activista por los derechos de los latinos y su cultura en Estados Unidos. “Texas y Estados Unidos, especialmente durante el gobierno de Ronald Reagan, han desarrollado una idea totalmente materialista e individualista de la vida. Nuestras abuelas nos enseñaron lo contrario, y la comunidad hispana tiene otros valores”, dice desde sus cincuenta y muchos años. Esas abuelas vieron que conforme más “gente marrón”, como ironiza Graciela, empezaban a aparecer en el sur, más blancos se mudaban al norte, “se hacían sus propios barrios y sus propios presupuestos de educación”. Los que se quedaron tuvieron que luchar por tener agua y luz en el barrio.
Tomás Ibarra y Graciela Sánchez son mexicano-americanos, un término que se usa para definir a los estadounidenses de origen mexicano al igual que se usa ‘afroamericano’ para definir a los negros, cuyos antepasados fueron traídos a la fuerza para ser esclavos en el nuevo mundo. “Yo estoy orgulloso de ser mexicano-americano pero nadie llama ‘euro-americanos’ a los descendientes de los británicos que vinieron a Estados Unidos”. Y vuelve a tirar de la historia: “La conquista de América no fue un episodio que haya que rememorar como quien recuerda algo muy lejano. El proceso no ha terminado, nosotros hoy aquí somos un capítulo más, una consecuencia viviente de algo que ocurrió hace 500 años y que aún no ha terminado”.