'Semana', la revista convertida por los multimillonarios Gilinski en el escudo de la derecha colombiana
Los Gilinski, familia de multimillonarios banqueros colombianos, siempre supieron que en caso de hacerse con el control total de la tradicional revista Semana, debían darle un giro drástico a la gestión editorial. A pesar de que la publicación llevaba casi 40 años marcando la pauta del debate público, con algunos reportajes de investigación explosivos y artículos de análisis político, en los últimos tiempos la crisis de la prensa y un accidentado tránsito al mundo digital habían lesionado su calidad y credibilidad.
En noviembre de 2020, el conglomerado dirigido por Jaime Gilinski, de 64 años, ejecutó la opción de compra de la totalidad de las acciones del Grupo Semana. Un año antes ya había adquirido el primer 50%, en una operación tasada en unos 18 millones de dólares, según la revista Forbes. Los nuevos propietarios designaron en la dirección a Vicky Dávila, periodista de 48 años con amplia experiencia en radio y televisión, que venía liderando la fusión de las ediciones de papel y digital.
La renuncia y despido de reporteros históricos, editores, caricaturistas y columnistas que habían trabajado durante décadas, incluyendo el director, Alejandro Santos, se precipitó desde entonces como un dominó. Otros partieron debido al giro editorial hacia la derecha, o agobiados por las directrices focalizadas en potenciar la audiencia en la web. La nómina del grupo pasó en un par de años de casi 800 empleados a poco más de 200.
Ricardo Calderón, exjefe de investigaciones y exdirector, recuerda en una conversación con elDiario.es que la orden de “apostarle a los clics, en detrimento de la calidad periodística, llegó desde la nueva gerencia”, y fue desgastando el espíritu de una parte de la redacción. Se trataba de una catarata de cambios traumáticos para una cabecera que durante cuatro décadas había cimentado una imagen estable, marcada por una innegable cercanía al poder y a los postulados liberales de su fundador y propietario histórico, Felipe López, abogado de 74 años, hijo y nieto de expresidentes de Colombia.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, Semana nunca logró acomodarse como un grupo multimedia sólido, y mes a mes arrojaba pérdidas que rondaban los 220.000 euros, según el portal La Silla Vacía. Se trataba del tema que más inquietaba a Gabriel Gilinski, financiero y politólogo de 35 años, escogido por la familia como nuevo accionista mayoritario del Grupo Semana y quien por su gran dominio de los temas digitales ha comandado el proceso al detalle desde su residencia en Miami.
“Fox News a la colombiana”
Quizás por eso, su aterrizaje fue visto como vertiginoso por más de uno. Toda la energía disponible se destinó a la edición online, ahora bajo el mando del recién fichado Víctor Rottestein, un sagaz estratega argentino con experiencia en medios. Asimismo, las direcciones web de otras cabeceras del grupo pasaron a concentrarse bajo la URL de Semana. “Nosotros teníamos un muy buen contenido sobre justicia rural, líderes sociales o restitución de tierras, y en el cambio de estrategia todo ese trabajo desapareció. ¡No existe!”, dice un reportero que trabajaba en una separata dedicada a contar la Colombia rural.
Pero Alejandro Manrique, director del programa de Periodismo de la Universidad Javeriana, apunta que el momento clave de la crisis detonó en marzo de 2020, en los albores de la peor pandemia vivida en un siglo, con el cierre de la revista cultural Arcadia. “Estaba muy bien hecha y era una voz muy crítica con el Gobierno de Iván Duque. Siempre quedará la duda de si la causa real del cierre fueron únicamente los asuntos financieros”.
Muchos de los lectores tradicionales descartaron a su vez la renovación de los abonos. La llegada de articulistas escorados a la derecha confirmó los presagios del despedido columnista Daniel Coronell, uno de los más leídos del país, quien explicaba por aquellos días que los Gilinski pretendían convertir la revista Semana en una suerte de “Fox News a la colombiana”: pugnaz y conservador.
La ruptura
La foto que abría una edición de mayo del año pasado queda como ejemplo. “Petro, ¡basta ya!”, se leía bajo una imagen del aspirante presidencial de izquierda. La mitad de su rostro dejaba traslucir las llamas de un incendio provocado por los desmanes del paro nacional del año pasado. El editorial culpaba sin rodeos al senador del partido Colombia Humana como promotor del descontento e incitador de la “división, el odio y la lucha de clases”.
Aquel número marcó, según diversos analistas, una ruptura. Si bien es cierto que con anterioridad grandes diarios como El Espectador o El Tiempo ya habían caído en manos de magnates con intereses en múltiples frentes políticos y económicos, su intervención en la línea editorial solía tener ciertos límites. Lo de Semana, afirman, rompió con todos los moldes. En los días siguientes a la publicación de la portada de Gustavo Petro, la sede de la revista en Bogotá fue objeto de ataques con piedras y pintadas, y la fuente de agua que adorna la fachada del edificio fue manchada de rojo.
Germán Rey, ex defensor del lector del diario El Tiempo, explica que se trató de una reacción violenta a la cobertura de aquellas movilizaciones, donde nunca hubo “voluntad por tratar de comprender, analizar, o explicar el inconformismo que se estaba expresando”. El nuevo enfoque de Semana privilegió, en cambio, investigaciones cargadas de fuentes oficiales anónimas, empeñadas en sustentar la tesis sobre la participación de células guerrilleras, o de agentes del régimen venezolano, en un plan para desestabilizar al país de cara a las elecciones presidenciales de este año.
“¡Atención!”, “¡pilas!”, “¡cuidado!” o “¡impactante!” se convirtieron de igual manera en fórmulas recurrentes para aderezar los titulares de la edición digital. La doctora en Comunicación Catalina Uribe sostiene que la revista ha incorporado títulos que apelan al miedo como método de exaltación. Un atajo oportunista, opina, para ganar más clics. Y añade en una columna del diario El Espectador: “poco importa que la información sea falsa, intrascendente e irrelevante”.
Dos curtidos reporteros europeos, colaboradores de medios de ideología conservadora, confiesan que la revista ya no les resulta una fuente fiable para enterarse de lo que sucede en Colombia. Ninguno ha querido que su nombre sea publicado debido a sus lazos con periodistas de la región. Sin embargo, uno de ellos reconoce que el estilo de la nueva Semana le parece “algo violento”. Un intento atropellado, prosigue, en su afán por revertir el fracaso de la dirección anterior, incapaz de trasladar la potencia de la edición de papel al Internet“. ¿Por qué ya no la lee? ”Porque utiliza la polarización y el miedo para conseguir una audiencia acrítica e ideológicamente afín“.
Hoy las informaciones contra los miembros de los partidos de oposición se han multiplicado en la misma proporción en la que surgen noticias positivas para la formación de Gobierno, el derechista Centro Democrático. Para un analista de medios argentino, que pide no citar su nombre, el problema, sin embargo, no es ideológico. “Yo detecto una estrategia de clickbait absolutamente objetable y censurable, porque se centra en producir titulares que generan sistemáticamente una ‘brecha de la curiosidad’. Es decir, una forma de ocultar la información, que va dejando medias verdades por el camino para obligar al lector a deslizarse por el texto”.
Los datos sobre el funcionamiento del negocio periodístico en Colombia han sido históricamente un misterio. Ni antes del periodo digital se conocía con precisión cuál era el número de diarios vendidos o impresos, ni hoy tampoco se tiene acceso al detalle de la evolución del ecosistema publicitario, o a una medición fiable de audiencias online. De cualquier forma, los datos de tráfico disponibles señalan que los índices de audiencia de Semana.com se han disparado.
Mes a mes, rivaliza en los dos primeros puestos de tráfico, según medidores como Comscore o Analytics, con el diario El Tiempo. El consultor Guillermo Franco anotaba en un artículo para el diario La República que detrás del repunte ha habido una estrategia digital estructurada e inversiones importantes en tecnología, como la adquisición de ARC, el mismo sistema de administración de contenido que utiliza The Washington Post.
James Rodríguez y los caballos de Uribe
“Ahora la producción de contenidos es mayor”, dice un reportero que también pide el anonimato. “En un turno de seis o siete horas cada periodista tiene que producir seis o siete historias”. Piezas elegidas, añade, por su impacto en los motores de búsqueda y no por una custodia editorial dirigida a jerarquizar la información u ofrecer lo más relevante. “El editor nos entrega una lista con los temas mejor posicionados al iniciar el turno. De acuerdo a esa tabla de tráfico, indistintamente de que haya noticias con más peso, solemos escribir sobre temas llamativos, como el aniversario de un cantante popular o sobre algún lío amoroso en la política americana”.
Los cambios de contenido, con acento en las tendencias, han enganchado a una nueva gama de lectores. Catalina Uribe, investigadora del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes, describe a una audiencia más atenta a lo local, interesada en los chismes de la farándula o la parte más “macabra” y “sensacionalista” de los sucesos. Un cambio de ciclo que sirve como espejo, agrega el crítico cultural Omar Rincón, para identificar una “reconfiguración de las élites colombianas”.
Si, en general, el lector promedio “creía en el disenso, en los derechos humanos, la democracia, la cultura y el proceso de paz”, dice Rincón, a la nueva audiencia le “importan cero” estos asuntos y se muestra más inquieta por el estado de salud del cantante J Balvin, las dietas sin sustento científico, las características del avión privado del futbolista James Rodríguez o los vídeos en la cuadra de caballos del expresidente Álvaro Uribe.
Juanita León, fundadora del portal independiente La Silla Vacía, lo resumía en un artículo de noviembre de 2020. “En dos años, la entrada de Gilinski, con su apuesta por Vicky Dávila como el eje central del crecimiento de la revista, desmontó los elementos distintivos de Semana: (…) el periodismo investigativo de largo aliento; el análisis del poder y del Establecimiento; y sobre todo, un modelo construido más alrededor de la influencia que de la rentabilidad”.
Asuntos de familia
La familia Gilinski, de raíces lituanas, cimentó su fortuna con un catálogo inicial de negocios en la banca, la industria y los hoteles. Durante años había tenido poca resonancia en la opinión pública colombiana, a pesar de ser una de las familias más poderosas.
Al dar el salto al mundo de los medios, se especulaba mucho sobre la capacidad de Semana de conservar su talante periodístico. Gabriel Gilinski trató de difundir en principio la idea de que la cabecera sería “un medio equilibrado” con “un periodismo sano”. Pero las expectativas de los últimos nostálgicos se desvanecieron en noviembre, cuando el grupo empresarial lanzó dos ofertas de adquisición públicas hostiles contra uno de los principales conglomerados del país.
La cobertura de la revista, según el académico Germán Rey, fue un “proceso de desinformación constante, de desprestigio de la contraparte del negocio. La información fue completamente instrumental a los intereses de los Gilinski. Hubo una utilización muy burda de la información, que además ha afectado el curso de un proceso que se debía apoyar en lazos de confianza”.
El portal La Silla Vacía analizó 70 artículos publicados por Semana sobre las opas, donde evidenció la forma en que el medio boicoteaba la reputación del Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), conglomerado bajo el cual se hallan las dos compañías en juego, a la vez que ensalzaba las estrategias y pretensiones del clan familiar.
Una fuente anónima de La Silla Vacía reconocía que tras la autoría de más de un artículo relacionado con las negociaciones estaba directamente el joven magnate Gabriel Gilinski –Forbes calcula en 3.800 millones de dólares su fortuna–. Para el doctor en Ciencias de la información Guillermo Mastrini, la amenaza de la avalancha de intereses corporativos sobre la independencia y calidad de los medios excede al caso colombiano. Por eso abre el angular con dos preguntas: ¿Quién, en América Latina, está dispuesto a financiar el periodismo de investigación de calidad ? ¿Y qué tipo de periodismo, en realidad, demandan las sociedades latinoamericanas?“.
Las ofertas del grupo Gilinski fueron catalogadas por el Financial Times como “ondas de choque” para un mercado financiero acostumbrado al statu quo como el colombiano y que van afianzado con fuerza a Jaime Gilinski en “una de las bestias comerciales más grandes del país”. Con operaciones en Paraguay, Perú y Panamá, el clan ofertó 2.200 millones de dólares por el 62,6% de Nutresa, la compañía de alimentación más grande del país. Y tres semanas más tarde anunció otra apuesta por 1.200 millones de dólares para hacerse con el 31,7% del holding financiero Grupo Sura.
El pasado miércoles, el grupo empresarial se convirtió en el segundo mayor accionista de Sura al lograr hacerse con el 25,42% de la sociedad. Al día siguiente, los medios informaron de que el conglomerado familiar también reforzaba su presencia en el GEA al obtener el 27,69% de la propiedad de Nutresa.
La web de Semana tardó segundos en salir con la portada “¡Gana Gilinski!”. Su directora, Vicky Dávila, tuiteó un artículo que se titulaba: “Cómo los Gilinski construyeron un emporio y penetraron el enroque del GEA”. La estrategia de emplear al viejo semanario como caballo de batalla para los negocios de sus adinerados dueños había funcionado.
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