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Silencio y discreción, el precio de la ayuda humanitaria

“Si lo que deseáis hacer en Somalia solo tiene que ver con vuestro trabajo médico, sed bienvenidos. Pero si entiendo –añadió elevando el tono– que en el restablecimiento de vuestras operaciones estáis teniendo contacto de algún tipo, o favoreciendo, aunque sea lejanamente, el establecimiento de esa autodenominada administración, entonces ordenaré a mis hombres y a nuestras familias que disparen contra vuestros aviones, contra vuestros coches, y si tenéis cabras, también contra vuestras cabras”.

Así de rotundo se mostró en 1998, Musa Sudi, un temido señor de la guerra somalí, en su reunión con un representante de Médicos Sin Fronteras (MSF) cuando la organización quería restablecer sus operaciones en el país y los señores de la guerra y diferentes clanes estaban inmersos en una sangrienta guerra civil –los mismos a los que posteriormente apoyaría EEUU para derrocar a la Unión de Tribunales Islámicos en el marco de la guerra contra el terrorismo–.

La neutralidad es el eterno gran dilema del trabajo humanitario. Durante toda su historia, las ONG han tenido que hacer malabarismos –entre los que se incluye agachar la cabeza ante graves violaciones de derechos humanos– para poder asistir a la población civil. Pero para las partes en conflicto, la neutralidad no existe. Solo conciben la victoria y, todo lo demás, es estar con el enemigo. Incluso rescatar a inmigrantes que se mueren ahogados en el Mediterráneo deja de ser neutral y pasa a ser tráfico de personas a ojos de algunos gobiernos europeos en guerra contra las mafias. Una afirmación polémica para emergencia de tal calibre. En 2014 murieron ahogados en el Mediterráneo 3.283 migrantes. En 2015, 3.783. En 2016, 5.143. En 2017, 3.139. En lo que llevamos de 2018, 1.443.

¿Ayuda o daño humanitario?

Plegarse demasiado a las exigencias de los actores en conflicto para poder trabajar puede acabar teniendo consecuencias fatales, como ocurrió durante la hambruna de 1984 en Etiopía. Tras una gran operación internacional de ayuda humanitaria, MSF se dio cuenta de que los centros de distribución de alimentos eran trampas: las autoridades reservaban la ayuda alimentaria a las familias que aceptaban participar en un programa de traslado al sur del país, despoblando así las zonas rebeldes del norte. Los que se negaban a ir eran llevados a punta de pistola. Según los cálculos de MSF, por lo menos 100.000 personas murieron durante estos traslados forzosos. Tras denunciarlo, MSF fue expulsado del país.

Un ejemplo más cercano. En 2004, Médicos Sin Fronteras anunció su retirada de Afganistán tras el asesinato de cinco de sus miembros a manos de los talibanes, que les acusaban de espionaje. La ONG denunció que EEUU intentaba aprovecharse de la ayuda humanitaria para ganar legitimidad y ello había creado el clima de inseguridad en el que tenían que trabajar.

“MSF denuncia los intentos de la coalición internacional de apropiarse de la ayuda humanitaria y de utilizarla para 'ganar mentes y corazones'. Haciendo esto, proporcionar ayuda ya es percibido como algo imparcial, poniendo en peligro la vida de los voluntarios humanitarios”, afirmó la ONG en la rueda de prensa. Días antes del ataque a los cinco trabajadores de MSF, EEUU había distribuido folletos en el sur del país en los que se informaba a la población de que dar información sobre los talibanes y Al Qaeda era necesario si querían que continuase la ayuda humanitaria.

“En muchas ocasiones te tienes que callar”

“Más que ser un fin en sí mismo, la neutralidad es una herramienta que nos sirve para atender a todas las víctimas de un conflicto armado”, señala Carlos Batallas, director de la subdelegación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Yemen. “No es que no tengamos sentimientos o no sepamos distinguir entre el bien y el mal, sino que la mejor forma de ayudar a las personas que sufren es no entrar en disputa. No hacemos declaraciones públicas. Nuestra posición implica que, en muchas ocasiones, te tienes que callar”, añade.

Con este enfoque pragmático, la Cruz Roja es el paradigma de la neutralidad. La postura oficial de este organismo concibe la acción humanitaria como algo opuesto a la acción política. En el lado opuesto, Médicos Sin Fronteras (MSF) ve normalmente una incompatibilidad entre neutralidad y justicia. Es decir, no puede mantener la neutralidad ante injusticias y denuncia a las partes enfrentadas cuando considera que han cometido graves violaciones del derecho humanitario. Las consecuencias de estos posicionamientos ideológicos son evidentes.

En Siria, por ejemplo, el gobierno de Bashar al Asad no ha autorizado a MSF a trabajar en las zonas bajo su control, tanto por las críticas de la ONG como por su trabajo en zona insurgente. La Cruz Roja, en cambio, sí que ha recibido autorización para trabajar en zonas del régimen. Conversaciones vía Skype en las que no faltaban dificultades técnicas, contratos firmados por internet e incluso entregas de ayuda humanitaria a través de agujeros en la valla fronteriza con Jordania. En muchas ocasiones, la ayuda a distancia es todo con lo que se ha podido conformar MSF en una de las grandes emergencias humanitarias de nuestro tiempo.

Rehan Zahid, del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, se ha sentado en la misma mesa con criminales de guerra de Sudán del Sur para intentar demostrar la neutralidad de su organización y que estos autorizasen su trabajo humanitario. “La neutralidad es clave o, mejor dicho, como percibe la gente tu neutralidad. Nosotros podemos decir que nuestras acciones son neutrales, pero es una cuestión de percepciones. Al fin y al cabo es un juego de confianza”, señala. “Lo que descubres con el tiempo es que en conflictos complejos, la noción de lo que es político y lo que no es confusa y difícil de distinguir”, añade.

No es fácil explicar a alguien que comete crímenes de guerra la necesidad del trabajo humanitario. “Hay que separar a la persona del problema, por muy horrible que sea esa persona. He entrado en una negociación y mi objetivo es lograr acceso a una comunidad y salvarla del hambre. No me tengo que olvidar de quiénes son, pero no puedo permitir que eso sesgue la negociación”, explica Zahid. “Hay que pensarlo como una asociación, no como una transacción en la que ambas partes obtienen algo”, añade Zahid.

“La neutralidad no es no hacer nada”, insiste Francisco Rey, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). “La historia demuestra que muchas veces la denuncia no es la mejor opción y en muchos casos ha paralizado el acceso a las víctimas. Poner la denuncia como única opción puede ser fácilmente comprable por ciertos sectores de la población, pero no siempre es así”, añade.

La neutralidad, e incluso el silencio, pueden facilitar el trabajo humanitario en situaciones de crisis, pero hay una delgada línea que separa la ayuda de la colaboración, y las partes en conflicto a menudo buscan la segunda.