Los amantes de la lengua italiana adoran a Dante, los cinéfilos se vuelven locos por Fellini, los hinchas del Nápoles veneran a Maradona. La burguesía italiana también tiene su ídolo: se llama Mario Draghi y tiene una sonrisa astuta. Desde que el presidente de la República, el austero democristiano Sergio Mattarella, decidió convocar al expresidente del Banco Central Europeo para formar un nuevo gobierno, en Italia ha estallado una auténtica Draghimanía.
Muchos han acogido la decisión de Mattarella para evitar unas nuevas elecciones como un hecho histórico. Draghi, a diferencia de otros tecnócratas del pasado que también llegaron a ser primeros ministros, como Carlo Azeglio Ciampi o Mario Monti, para muchos es mucho más que un tecnócrata. Sus defensores le describen como un héroe nacional, el hombre que salvó el euro, San Mario Draghi, Supermario, o el economista italiano más respetado del mundo.
Fue suficiente con que Mattarella pronunciara su nombre para que la bolsa de Milán subiera a la mañana siguiente y para que el diferencial entre los bonos del Estado italiano y alemán bajara. El primer ministro dimisionario Giuseppe Conte, que hasta hace unas horas era el campeón del heterogéneo ejército de centro-izquierda “giallo rosso” (amarillo-rojo), de repente pasó a la historia. Y Matteo Renzi, el astuto senador florentino que al retirar su apoyo al Gobierno de Conte el pasado enero desencadenó la crisis, está siendo aclamado por los medios de comunicación y las redes sociales como el autor de una verdadera “obra maestra” política: quitar de en medio a Conte y convertirse en el árbitro de la política italiana.
Una opción popular
Pero si Mattarella ha pedido a Draghi que forme un gobierno de alto nivel para hacer frente a “las graves emergencias sanitarias, sociales, económicas y financieras” a las que se enfrenta Italia, es porque sabe que Draghi no sólo goza de la confianza de millones de italianos: es apreciado sobre todo por la clase dirigente industrial y financiera del norte de Italia, por la alta burocracia de Roma, por los círculos académicos y los medios de comunicación de Milán, por antiguos jefes de gobierno como Romano Prodi y Silvio Berlusconi, y por el mundo católico. Es raro que Italia se una detrás de un solo hombre, pero por ahora parece que es eso lo que va a ocurrir.
Draghi cuenta también con el aprecio de Bruselas, Fráncfort y Berlín, y de los círculos financieros, académicos y económicos de Estados Unidos. La propia historia personal de Draghi parece un símbolo de la redención italiana, de un país que en los años 50 era muy pobre, provinciano y marginal, y que hoy –pese a sus muchos defectos– es un país rico, industrializado y bastante internacionalizado.
Su historia
Draghi nace en Roma en 1947. Su padre trabaja en un banco y es originario de Véneto, una región rural del norte, su madre es una farmacéutica del sur de Italia. Una familia burguesa en aquella Roma que acaba de empezar a olvidar el trauma de la Segunda Guerra Mundial y a convertirse en la capital de la Dolce Vita. Siendo aún adolescente, Draghi queda huérfano de padre y madre, una tragedia que, sin embargo, no le impide estudiar (y jugar al baloncesto) en un excelente colegio dirigido por los jesuitas y graduarse en la Universidad de la Sapienza de Roma haciendo su tesis con uno de los mejores economistas de la historia de Italia, Federico Caffè.
Tras licenciarse en Roma, se doctora en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, en inglés), que ya entonces es una de las mejores universidades del planeta. Tuvo la oportunidad de estudiar, entre otros, con Franco Modigliani, Premio Nobel de Economía, y con Robert Solow, otro genio de la 'ciencia triste'. Se casó a los 26 años y su tesis doctoral en el MIT la dedicó a su mujer, Serena.
En Italia, Draghi se impone rápidamente como uno de los economistas más brillantes de su generación. Enseña en varias universidades de prestigio (Trento, Padua, Venecia, Florencia...), en los años 80 es uno de los tecnócratas más respetados de Roma y en 1991 es nombrado Director General del Tesoro por el entonces poderoso primer ministro Giulio Andreotti. En ese periodo, la economía italiana sufre una profunda transformación, para bien o para mal, caracterizada por las privatizaciones, la liberalización de los mercados financieros, el esfuerzo por reducir la deuda: Draghi juega un papel decisivo, que hoy muchos a la izquierda del Partido Democrático (y la derecha euroescéptica) discuten. Después de todo, sólo en los últimos años, y especialmente durante el segundo gobierno de Conte, el Estado italiano ha vuelto a desempeñar un papel económico de cierta importancia.
Un “socialista liberal”
En 2005, tras una temporada como vicepresidente para Europa en Goldman Sachs, es nombrado gobernador del Banco de Italia y vuelve a desempeñar un papel clave en la modernización del arcaico y fragmentado sector bancario italiano. En 2015 se autodefine como “socialista liberal” (una fórmula que suena bastante vaga en Italia), pero a principios de la década de 2000, Draghi no se diferencia mucho de otros 'sumos sacerdotes' del liberalismo internacional. Sin embargo, precisamente por su ortodoxia moderada logra convertirse –gracias a un trabajo en equipo de Francia e Italia, y al visto bueno de Berlín– en presidente del Banco Central Europeo en 2011.
Precisamente como presidente del BCE desempeña un papel decisivo para proteger al euro en sus peores momentos. El 26 de julio de 2012, en la Conferencia de Inversión Global de Londres, Draghi pronuncia una frase que ya se ha convertido en una pieza de la identidad colectiva de Italia: “Dentro de los límites de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario (whatever it takes) para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”.
El euro se salva y ese whatever it takes se convierte en leyenda para millones de italianos. Este martes fue Mattarella quien invocó su propio whatever it takes convocando a Draghi para la mañana siguiente en el Quirinale, el palacio presidencial que fue residencia de los reyes de Italia. Un paso que muchos comentaristas llevan esperando desde hace años (ya se habló de Draghi como primer ministro de emergencia en 2012), y que en los últimos meses muchos han reclamado, por ejemplo el expresidente del Senado Marcello Pera, consultado por elDiario.es a mediados de enero.
Mattarella sabe que, en el revuelto Parlamento italiano, pocos tienen la fuerza necesaria para decir no a Draghi. No la tiene el Partido Democrático, ni el partido de Berlusconi, Forza Italia. Y quizá ni siquiera el M5S. Al encargar a Draghi la formación de un gobierno que dirija el país en un momento de extrema dificultad, Mattarella está obligando a los senadores y diputados a asumir responsabilidades, especialmente en la gestión del Fondo de Recuperación, que muchos en Italia ven como la última oportunidad de modernizar realmente una economía frágil y poco atenta hacia los jóvenes, las mujeres y la innovación.
Draghi pasa su tiempo libre en el campo de Umbria, región del centro de Italia famosa por ser tierra de milagros: San Benito de Nursia y San Francisco de Asís proceden de allí. Y quién sabe si algún milagro laico está a punto de hacerse realidad en Italia.