En mi memoria, la boda de Harry y Meghan estará para siempre vinculada a otro acontecimiento del pasado reciente: la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012. Como la boda real en aquel soleado día en Windsor, la inauguración del estadio olímpico fue un momento en el que Reino Unido proyectó al mundo una imagen de país moderno y seguro de sí mismo, un país al que ser global le salía natural, a gusto con su multiculturalidad y con unas instituciones antiguas que se adaptan a los tiempos cambiantes.
Para saber cómo nos ven a los británicos ahora los demás, echen un vistazo a los titulares de prensa del resto del mundo. Luego, comparen después la conmoción y simpatía que han generado Meghan y su familia fuera con el desprecio a fuego lento que la parte más tóxica de nuestra prensa sensacionalista aún está incubando y transmitiendo.
El verano pasado –el del movimiento Black Lives Matter y el del derribo de la estatua de Edward Colston en Bristol– dejó claro que millones de personas en Reino Unido consideran que el racismo es un problema estadounidense, más que británico.
Tras la muerte de George Floyd, periodistas y columnistas de periódicos y cadenas de televisión rechazaron una y otra vez cualquier insinuación de que el movimiento generado en Estados Unidos tuviera alguna relevancia para las experiencias de las personas negras en Reino Unido. “¿Está poniendo a Estados Unidos y Reino Unido en el mismo plano?”, preguntó la presentadora Emily Maitlis al rapero George the Poet en el programa Newsnight.
Ahora, a pesar de este negacionismo, en Estados Unidos y otros lugares hay millones de personas hablando de los problemas reales de Reino Unido con la raza y el racismo como nunca antes.
Mientras los titulares de todo el mundo se están centrando en las declaraciones de Meghan Markle sobre preguntas que hicieron miembros de la familia real acerca del color de piel de un niño que aún no había nacido, en Reino Unido parte de los medios siguen entregados a otro objetivo.
Sensacionalismo y victimismo
La mayoría de las personas negras que han trabajado en alguna de nuestras grandes instituciones, o que han salido a la palestra, conocen perfectamente la ley fundamental de la dinámica racial que opera en el Reino Unido de nuestros días. Sus postulados son simples y universales: una persona o institución blanca acusada de racismo ha sufrido mucho más que una persona negra víctima del racismo.
A pocas horas de la entrevista a los duques de Sussex, y siguiendo los principios de esa ley fundamental, en el programa Good Morning Britain Piers Morgan acusó a Meghan y a Harry de mentir y de haber sugerido que “todos en la familia real son supremacistas blancos”, una fea exageración sensacionalista y una llamada a la guerra cultural.
El mismo programa incluyó entre sus invitados a Megyn Kelly, una tristemente célebre presentadora de la cadena Fox News con un historial dudoso en cuestiones raciales (su programa fue cancelado después de los polémicos comentarios que hizo sobre el 'blackface' [la práctica de los blancos de pintarse la cara de negro, que tiene sus orígenes en la segregación racial de EEUU], por los que luego pidió disculpas), y eso es tan revelador como inquietante, una señal de hacia dónde podemos encaminarnos como nación.
Descartar la idea de que la raza haya influido en el acoso de la prensa sensacionalista a Meghan, o en el abandono que parece haber sufrido por parte de las autoridades de Palacio, cumple una función tan necesaria, al igual que negar el racismo en otros ámbitos de la vida británica. Permite prolongar la creencia, entre los que se lo quieren creer, de que somos “el país más tolerante y encantador de Europa”, como dijo Laurence Fox el año pasado.
Andrew Pierce, del Daily Mail, llegó a despojarla de su identidad racial para así negar el papel que había jugado el racismo en el acoso a Meghan. “¿La miran... y ven a una mujer negra? Porque yo no; yo veo a una mujer muy atractiva”, dijo Pierce, durante un insólito espacio de llamadas de su programa de radio en la emisora LBC en el que descartó el racismo como un factor determinante en el maltrato sufrido por Meghan a la vez que exhibía exactamente el tipo de racismo que según él no existe.
Cuando se admite que hay racismo en Reino Unido no se presenta como un problema social estructural sino como un hecho menor. Un hecho lamentable pero parte de la vida, algo que los negros tienen que tolerar y con lo que deben aprender a vivir.
Las peticiones de ayuda o de apoyo suelen ser calificadas erróneamente como solicitudes de trato especial. Esa actitud, o algo parecido, es la que parece haber prevalecido en la institución a la que los corresponsales reales llaman respetuosamente “Palacio” y que Meghan y otros llaman “la corporación” (en inglés, The Firm). “Para mí, la diferencia fue el elemento racial”, dijo Harry sobre el trato que tuvo que soportar su esposa. Una diferencia que parece haber sido invisible para los guardianes de la tradición y del protocolo.
La crisis más grave desde la muerte de Lady Di
No hay duda de que estamos ante la crisis más grave que afronta “la corporación” desde la muerte de la princesa Diana. Hay quien dice que es la peor desde que Eduardo VIII abdicó en 1936. Pero esta no es solo una crisis para la familia real sino para el propio Reino Unido.
Sin embargo, me temo que en lugar de aprovechar la ocasión para abrir un debate nacional y honesto sobre la raza y el racismo, habrá una mayor demonización de Meghan y Harry. Hay partes de la sociedad británica atrapadas en la negación del racismo cotidiano, del racismo estructural, de la esclavitud y del imperio que no solo parecen incapaces de cambiar, sino hasta de dar el imprescindible paso anterior, el de la autorreflexión sincera.
La verdad es que era demasiado difícil estar a la altura de la imagen que en dos ocasiones proyectamos al mundo, convertirnos en el país de los Juegos Olímpicos de 2012, una tierra en la que había una “princesa” negra y un niño mestizo en la línea de sucesión real. Para eso habría sido necesario controlar nuestra prensa desbocada y sustituir nuestras manidas declaraciones sobre multiculturalismo y sueños de “país tolerante y encantador” por una dura autocrítica. Habría hecho falta un ajuste de cuentas con las verdades difíciles de nuestra historia imperial.
Meghan y Harry ya eligieron cuando abandonaron Reino Unido y renunciaron a sus vidas como miembros de la familia real. Nosotros, como país, también parecemos haber hecho nuestra elección cuando permitimos que la prensa los expulse y escogemos el bando de presentadores de programas de llamadas y periódicos sensacionalistas.
- David Olusoga es historiador y presentador.
Traducido por Francisco de Zárate