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Es el cambio climático, pero no solo el cambio climático: los agricultores canadienses, al borde del abismo

Leyland Cecco

Canadá —

Es una tarde de otoño en la llanura canadiense, cascarillas de trigo doradas salen volando por la boca de una ruidosa secadora de grano, brillando bajo el sol como copos de nieve. Clarence Zeleny está de pie junto a la máquina, con un gesto de irritación en el rostro. “Hoy me está dando faena”, dice este agricultor de 83 años mientras estudia los tubos y cables serpenteantes.

Este tipo de secadora de granos, que arroja el trigo y la colza recién cosechados con aire caliente, es esencial para los agricultores de la región en su intento por salvaguardar otra mala cosecha: semanas de lluvia y nieve han dejado los cultivos demasiado húmedos para ser cortados o vendidos.

“Los agricultores no podremos sobrevivir a muchos más años así”, afirma. Hace mucho tiempo que este mosaico de campos que alfombra el vasto paisaje de las llanuras en el oeste canadiense cubre gran parte del abastecimiento mundial de semillas de colza y trigo. Sin embargo, los agricultores de la región se sienten cada vez más cerca del abismo por culpa de una crisis que no da señales de atenuarse.

La pésima cosecha de este año es la cuarta mala temporada consecutiva --la peor racha de la que se tenga memoria-- y ha llegado junto al desalentador contexto de ingresos que caen en picado y una guerra comercial con China.

“Los agricultores siempre decimos que el año próximo será mejor”, dice Norma Zeleny mientras ella y Clarence comen unas galletas saladas con queso. Hace casi seis décadas que Norma ayuda a administrar el campo de la familia. Pero los cambios que ha notado en los últimos años han hecho que se cuestione esa creencia de antaño. “Es triste porque hay mucha gente joven que quisiera dedicarse a la agricultura. Pero la situación es desalentadora”, explica.

Según el organismo canadiense de estadística, en ese país los ingresos del sector agricultor cayeron en un 45% en 2018 --en Alberta la cifra se acerca al 70% – por el aumento de los costes operativos y los precios del grano estancados o en descenso. Mientras tanto, el precio de la tierra cultivable se ha disparado por la escasez y la especulación.

Cuando comenzaron a trabajar en este campo, hace casi 60 años, los Zeleny pagaron 100.000 dólares canadienses (unos 68.500 euros), ajustados por la inflación, por 64 hectáreas. Actualmente, un terreno de ese tamaño se vende por un precio seis veces mayor. El precio de la maquinaria ha aumentado a un ritmo mucho mayor que el de los ingresos: una cosechadora combinada puede costar 750.000 dólares canadienses (unos 512.400 euros), más del doble del precio de una casa en el pueblo, y muchos agricultores se encuentran ahogados por las deudas.

“No es raro que los agricultores tengan deudas de millones de dólares o que tengan una fortuna en maquinaria pero no tengan nada de efectivo”, explica Andria Jones-Bitton, una epidemióloga de la Universidad de Guelph que estudia la salud mental de los agricultores. “Una familia que conozco vive sepultada por una deuda de 5 millones de dólares canadienses (3,5 millones de euros)”.

Para empeorar la situación, desde hace casi un año los agricultores canadienses son rehenes de una disputa diplomática con China. Pekín ha puesto freno a todas las importaciones de colza canadiense tras el arresto de Meng Wanzhou, ejecutiva de la empresa de telecomunicaciones Huawei, en Vancouver por una orden de captura estadounidense.

La dura realidad de la agricultura moderna en un mundo globalizado impone presiones sin precedentes a los agricultores particulares. Casi la mitad de los agricultores de Canadá se sienten muy estresados con su trabajo, según una investigación de Jones-Bitton.

Aunque las comunidades y las agencias del gobierno están trabajando por despertar una conciencia sobre cuestiones de salud mental, el suicidio se ha convertido en un riesgo laboral cada vez más presente.

En Estados Unidos, el Centro de Control de Enfermedades concluyó que los agricultores se suicidan con una tasa cinco veces mayor que otros sectores de la población. Canadá no tiene estadísticas similares con tanto detalle, pero Jones-Bitton afirma que los agricultores de su país se suicidan mucho más que otros grupos.

“La gente piensa ‘a mi familia le sirvo más muerto que vivo, por el seguro’. Es desolador”, remarca Norma.

Sentado en la mesa de la cocina, bajo el sol del final de la mañana, Larry Kitz se siente exhausto. La noche anterior, aprovechó la breve oportunidad que le dio un cambio en el clima y contrató a un grupo de trabajadores para cosechar granos durante toda la noche, con temperaturas bajo cero. “Nos aprietan muchos tentáculos a la vez: el banco, el clima, el mercado”, dice. Él conoce muy de cerca el efecto que puede tener el estrés acumulado en los agricultores locales: su hermano Gary, que trabajaba en el campo junto a él, se suicidó hace dos años.

“Le estaba yendo mal en todo”, afirma Larry. “Ahora lo pienso y había señales por todas partes. Las señales estaban ahí. Me siento fatal porque, joder, no lo supe ver”. Larry admite que proviene de una región --y una generación-- en la que no se alentaba a los hombres a hablar de problemas de salud mental. Pero al ver cómo su novia, una enfermera de 25 años, se encuentra con sus amigas como una forma de procesar traumas relacionados con su trabajo, Larry decidió imitarla. En las últimas semanas, él y su grupo de amigos se han reunido en una cafetería para desayunar y hablar abiertamente de los desafíos de trabajar en el campo.

“Es la mejor terapia”, asegura. Todavía le cuesta hablar de sus preocupaciones, dice, pero hablar abiertamente de las incertidumbres de la cosecha, el clima y los mercados “marca una diferencia enorme”.

Otros agricultores son más optimistas, tanto respecto de su salud mental como del futuro de la industria. Obligado a quedarse dentro por una tormenta de nieve, Braden Halina se recuesta en su garaje con una lata de cerveza en la mano. Este joven de 28 años nacido en Vegreville, Alberta, es una rareza, uno de los pocos jóvenes que eligen dedicarse a la agricultura.

Tras el suicidio de su padre hace tres años, Halina se vio obligado a tomar las riendas del campo de su familia. Ahora que él mismo es padre, admite que el estrés del trabajo puede parecer abrumador pero él sigue siendo optimista. “Nunca he pedido ayuda porque no creo que la necesite, si soy sincero. Creo que lo tengo bajo control”, afirma. Halina dice que ha desarrollado instintos de defensa que espera que lo protejan de la imprevisibilidad de los mercados y el clima. Después de todo, concluye, el mundo todavía necesita a gente como él. “Los agricultores somos necesarios. Joder que lo somos”.

Pero el mundo en el que trabajan los agricultores está cambiando. Los expertos anticipan que en los próximos años esta región de llanuras se calentará, lo cual puede potencialmente mejorar la temporada de cultivos en algunas áreas; pero también aumentarán las precipitaciones, lo cual podría retrasar la cosecha.

Muchos agricultores de la zona son escépticos respecto de las afirmaciones de la ciencia sobre el cambio climático, pero la región ya ha comenzado a sentir los efectos. En 2017, los incendios forestales a cientos de kilómetros, en la Columbia Británica, cubrieron de humo las llanuras cercanas a Mundare, limitando dramáticamente la temporada de cultivo.

Mientras los agricultores debaten qué concluir de los cambios en el clima, a la vez se quejan de que sus voces caigan en oídos sordos. Recientemente, Canadá pasó por una campaña electoral de 16 semanas, con candidatos cruzando el país de costa a costa buscando votos. Pero ningún líder de partido ni ningún candidato local habló de los problemas a los que se enfrentan los agricultores, señaló Ryan Warawa, que administra un campo de 1.740 hectáreas en las afueras de Mundare, Alberta.

Como muchos agricultores de las llanuras, Ryan siente que el resto del país no conoce la ansiedad y la desesperación que aquejan a los agricultores. “Un agricultor pone todo su dinero y su corazón en el campo, y mucha gente de la ciudad no tiene ni idea de lo que conlleva trabajar en el campo. A nadie le importa de dónde sale su comida”, detalla.

A fines del otoño, Ryan y su padre, Danny, aún tienen casi 566 hectáreas de trigo y colza sin cosechar. Con el clima cambiando erráticamente de lluvia a frío helado, es poco probable poder cosechar todo antes de que llegue el invierno. Dejar el cultivo en la tierra les puede dar la posibilidad de cosechar lo que queda en primavera, pero entonces lo tendrán que vender por mucho menos dinero. Si continúa la racha de días fríos y húmedos, “igual nos conviene poner el campo a la venta”, afirma Danny, que está retrasando su jubilación para ayudar a su hijo.

Para compensar la cada vez más desalentadora perspectiva del trigo y la colza, Danny señala unas tierras de pastoreo más allá de los cobertizos y los silos, y la define como su póliza de seguro. En esas tierras pastan unos 54 bisontes que Danny compró hace poco con sus ahorros. “Son mi jubilación”, explica con una carcajada, “me dan mejores beneficios que una inversión en bonos que podría haber comprado”.

Ryan calcula que tienen unos 632.000 euros en trigo y colza todavía sin cosechar, pero le deben al banco una cifra similar. La familia no tiene secadora de granos, que cuesta más de 117.000 euros, así que no importa cuánto trabajen o planifiquen: el éxito de su negocio dependerá del clima. “Tengo un hijo de 11 años que adora el campo y dejaría el colegio mañana mismo si yo le dijera que puede trabajar aquí”, dice Ryan, mirando al suelo, con las manos en los bolsillos. “Pero no quiero que se dedique a esto”.

Traducido por Lucía Balducci

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