En la entrada de la Universidad Nacional Taras Shevchenko de Kiev, un busto de Mijailo Hrushevski hecho en bronce mira hacia el pórtico pintado rojo. Historiador de formación, Hrushevski fue uno de los personajes clave en el renacimiento nacional de Ucrania de principios del siglo XX y ocupó brevemente la jefatura del Parlamento revolucionario ucraniano, la rada, en 1918.
El actual vicedirector del Departamento de Historia, Taras Pshenychnyi, se detiene a contemplar la imagen de su distinguido predecesor, mientras reflexiona sobre los tiempos extraordinarios que le ha tocado vivir a la universidad desde la invasión rusa. El director y otros cinco profesores de su departamento se han unido al ejército junto a 15 estudiantes, dice. Uno de ellos ya ha muerto por los combates.
Pero, para personas como Pshenychnyi, lejos del fuego cruzado del frente, se está librando otra guerra más sutil en estos momentos: la dura batalla por la memoria del pasado de Ucrania y de su relación con Rusia, un país del que Ucrania fue parte durante siglos, hasta que en 1991 logró la independencia con el derrumbe de la Unión Soviética (URSS).
Por un lado, como escribe Mark Galeotti en su reciente libro Una historia breve de Rusia, está la versión de la historia “crudamente recortada y recompuesta” que defiende Vladímir Putin. Galeotti describe al presidente ruso como “un importante historiador amateur”, que se ha valido de la historia para justificar su guerra contra Ucrania y para hacer sus “propios planes de batalla a partir de lo que no comprende de la historia”.
Putin ha argumentado que Ucrania no tiene experiencia de “auténtico Estado” fuera de la URSS y que, al querer abandonar su legado soviético, se ha deslegitimado. “Querían la descomunización”, amenazó Putin a Ucrania antes de la guerra. “Les vamos a enseñar qué significa realmente la descomunización”, dijo.
La historia como arma
Haciéndose eco y alargando la visión que las élites rusas bolcheviques y las anteriores tenían de la historia, Putin considera que Ucrania no es un país propiamente dicho y que el ucraniano no es una lengua real. En vez de eso, es un lugar por el que luchar, un territorio que debe ser dominado y saqueado periódicamente.
Todo esto ha forzado a los ucranianos a seguir el consejo de Hrushevski de escribir su propia historia.
“Rusia utiliza la historia como un arma”, dice Pshenychnyi, que escribió su tesis doctoral sobre el Holodomor, la devastadora hambruna que Stalin propició en Ucrania a principios de la década de 1930, durante la que murieron más de tres millones de personas. El Holodomor también fue suprimido de la historia oficial soviética.
“[Rusia] ya lo ha hecho antes, por eso ahora estamos teniendo el conflicto, porque Rusia ha robado y malinterpretado la historia de Ucrania”, dice Pshenychnyi.
Es una historia llena de funestas repeticiones, al menos la del último siglo. Pshenychnyi apunta que el robo que los rusos están haciendo hoy del grano es una réplica de la monopolización bolchevique, y luego estalinista, de los cereales ucranianos que produjeron hambrunas en dos ocasiones. También dice que se parece, por la eliminación de la cultura ucraniana y por la persecución letal por usar el idioma y los símbolos ucranianos.
“La manipulación de la historia [por parte de Putin] ha creado un espacio de falsedad en Rusia que permite la percepción de Ucrania como algo parecido a un estado nazi”, dice. Se refiere a uno de los principales argumentos del Kremlin: que su “operación militar especial” es necesaria para “desnazificar” a Ucrania.
En medio del brutal conflicto y de la opresiva ocupación, la “guerra por la memoria” de Ucrania no se limita al campo académico. Ya se han destruido varios museos, incluido uno en Járkov donde se rendía homenaje al filósofo del siglo XVIII Grigori Skovoroda. En las regiones ocupadas se están imponiendo en los colegios los libros rusos de historia.
“Nuestra principal tarea es luchar contra el relato pseudohistórico ruso”, dice Pshenychnyi. “Pero una segunda tarea es crear un nuevo espacio histórico limpio del discurso ruso, porque desde el 24 de febrero [cuando Rusia lanzó su invasión], ha habido un cambio total en la percepción nacional. Ahora mis alumnos quieren saber sobre la historia de la Unión Soviética, sobre el totalitarismo. Uno de los cursos que imparto es sobre la protección del patrimonio cultural de Ucrania”, asegura.
Más nacionalismo
Sin embargo, para otros, el deseo de refundar la historia tiene tintes más populistas, en línea con una tendencia vigente desde la independencia de 1991, que reivindica la historia ucraniana en términos explícitamente nacionalistas.
Valery Galan, fundador del Museo del la fundación del Estado ucraniano, ha colocado carteles en su restaurante de temática cosaca desde los que se dice a los clientes y al personal: “Hablamos ucraniano. La lengua importa”.
Galan es un historiador amateur que admite sentir admiración por Stepan Bandera (el jefe de la organización de nacionalistas ucranianos que colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y fue asesinado en Alemania por agentes de la KGB en 1959) y entiende la instrumentalización de la historia de una manera menos sutil.
“Mi esperanza es que la gente abra los ojos después de esta terrible agresión. Los museos son armas contra la historia falsa. La historia no es como un rifle que se dispara una sola vez. Es un arma que dura décadas”, dice. “Sigue habiendo una parte de nuestra sociedad, los rusos étnicos o los que apoyaron a Rusia, que ya debería haber recibido una educación”, indica.
Exoficial de las Fuerzas Armadas soviéticas, Galan tiene un nuevo proyecto: una serie de museos y exposiciones en conmemoración de la guerra que están viviendo hoy. En una sala trasera, muestra los artefactos que está recolectando. Entre ellos, un misil antitanque Javelin usado. “Prohibieron nuestra lengua. Nuestros cosacos fueron enviados a Siberia. Tenemos que mostrar nuestros logros a la gente, la forma en que llevamos siendo un parachoques para Europa desde la Horda de Oro [el periodo de dominio mongol que duró hasta 1502]”, dispara.
Amnesia histórica
Para Yaroslav Hrytsak, historiador de la Universidad Católica de Leópolis, la práctica de recuperar la historia durante una guerra de supervivencia nacional no debe incluir la demagogia: “Yo diría que en este momento la función principal del historiador es proporcionar estabilidad, y la seguridad de que Ucrania tiene reivindicaciones legítimas y de que está destinada a ganar”.
“La historia cumple una función terapéutica. El objetivo principal de Putin es crear caos y confusión. Utiliza la historia. Contraatacar es volver a afirmar la historia real”, dice. “La cuestión es que Putin sabe que está mintiendo. Pero piensa que todo el mundo miente y que no hay verdad. Pero existe la verdad histórica”, opina.
“Yo pasé la mitad de mi vida bajo la Unión Soviética. Es importante recordar el alcance de la amnesia histórica que se impuso contra Ucrania. Yo no tenía ni idea del Holodomor porque había sido borrado”, dice. “Se minimizó el Holocausto para sugerir que los judíos soviéticos fueron asesinados por ser ciudadanos soviéticos, y no por ser judíos. Aunque la historia se trató de forma diferente en las distintas repúblicas soviéticas, la eliminación de la historia fue radical en Ucrania”, asegura.
“Ucrania y Rusia tienen dos estrategias completamente diferentes respecto al pasado. Para Rusia, se trata de volver a hacer grande a Rusia, y lo hace manipulando la historia”, añade. “Tengo un amigo que es un intelectual progresista ruso. Dice que Rusia es como un todoterreno que circula por caminos de tierra. El parabrisas está cubierto de barro así que lo único que puede ver es lo que queda por atrás”, asegura.
“La visión ucraniana de la historia es otra. Quiere dejar atrás un pasado en el que solo hay grandes sufrimientos, guerras y revoluciones. Para Ucrania, la historia consiste en no tener que volver atrás nunca”, concluye.
Traducción de Francisco de Zárate