Amenazar el arte no es una respuesta a la crisis climática
Un día más, un museo más: los ataques al arte en nombre de la acción climática se han convertido en una obsesión que acapara titulares siguiendo una espantosa lógica de escalada. Cuanto más bruto es el trato que recibe una obra de arte famosa, mayor es la cobertura mediática.
Una de las últimas acciones fue la de los miembros de la Letzte Generation Österreich (Última Generación), que rociaron con “petróleo falso, no tóxico” el cristal que recubre Muerte y vida de Gustav Klimt, una pintura colorista en rosa y oro de cuerpos humanos entrelazados amenazados por la lúgubre figura de la muerte. No es que se pueda ver mucho de eso en las inquietantes imágenes del ataque en el Museo Leopold de Viena porque una mancha negra y púrpura casi recubre por completo el delicado cuadro. La agresividad del ataque lleva esta oleada de acciones un paso más allá del tomate triturado sobre Los girasoles de Vincent van Gogh y el puré de patatas sobre un Monet. ¿Pero un paso más hacia dónde?
No hay ninguna posibilidad de que los gobiernos cambien sus políticas a raíz de estas protestas. Sin embargo, es altamente probable que una gran obra de arte acabe siendo destruida.
La acción en Viena lo hace terriblemente evidente. Esto es iconoclasia. Hay un coqueteo deliberado con la destrucción del arte, una amenaza implícita de llegar hasta las últimas consecuencias, que expresa desprecio por el arte y por los museos que tratan de conservarlo y protegerlo.
Amar el arte no devalúa la vida
No puedo respetar esta forma de protesta. No tiene ningún sentido ni coherencia moral. Es arrogante entrar en un museo y dar por sentado que todos los que te rodean son una especie de estetas complacientes a los que no les importa el medioambiente. “¿Qué vale más? ¿El arte o la vida?”, se preguntaban los activistas de Just Stop Oil que arrojaron el tomate a Los girasoles de Van Gogh. Qué debate tan ridículamente falaz. Amar el arte no devalúa la vida: al contrario, nos ayuda a ver y valorar la naturaleza. Todo el arte de la National Gallery de Londres, donde se produjo el ataque de la sopa, desde Giotto hasta Van Gogh, se basa en mirar la vida con atención. Es un elogio a nuestro planeta.
Este verano, en uno de sus primeros ataques, los activistas de Just Stop Oil empapelaron El carro de heno de John Constable. Sin embargo, Constable era crítico con la revolución industrial. Pintó chimeneas oscureciendo el cielo con hollín en su lienzo La apertura del puente de Waterloo. El mismo amor romántico por la naturaleza que se respira en sus cuadros inspiró al crítico de arte John Ruskin a luchar tanto por el mundo natural como por la justicia social.
Pero los atacantes del arte no parecen mostrar ningún interés por el contenido o la finalidad de las obras maestras que atacan. Por el contrario, parecen totalmente ajenos al arte en sí.
Atacar arte “icónico” llama la atención y supuestamente provoca un debate. Sin embargo, el único debate aquí gira alrededor de la protesta. Todavía no he visto pruebas de una reflexión o sensibilidad renovadas en lo que respecta a la crisis climática. En su lugar, estas acciones engendran artículos como este sobre los aciertos y errores del acto. Los gestos dramáticos en los museos no expresan ni curan el dolor del planeta, la acción colectiva sí. Esta tiene que basarse en un acuerdo democrático, no en la coacción de un hombre con una bomba de gasolina junto al Guernica de Picasso. Parece que es hacia allí donde nos dirigimos.
¿Realmente queremos adentrarnos en un mundo en el que cualquier obra de arte se convierta en un blanco en nombre de una causa superior?
El día del ataque, la entrada al Museo Leopold era gratuita gracias al patrocinio de una empresa petrolera y de gas. La relación entre el mundo del arte y la industria petrolera es un asunto que debe abordarse. Sin embargo, esto no es culpa de Klimt, quien trabajaba principalmente para clientes judíos, a principios del siglo XX, pintando visiones sensuales de mujeres fuertes y celebrando el amor. A lo largo de su vida creativa y apasionada no se le conoció como defensor de las grandes petroleras, ni contribuyó especialmente a la emergencia climática. No hay ninguna razón en la tierra para escoger su arte en una protesta climática.
Los manifestantes por el clima deberían saber que existe un desafortunado precedente para el sabotaje de los amorosos y tiernos cuadros de Klimt. En 1945, tras la muerte de Hitler, una unidad de las SS incendió un castillo en el sur de Austria que contenía algunas de sus mejores obras y las destruyó para siempre.
Muerte y vida es el nombre de la pintura de Klimt. Los que la atacaron creen que luchan por esta última, pero bien podrían estar luchando por la muerte del arte mismo.
Jonathan Jones escribe sobre arte para The Guardian
Traducción de Julián Cnochaert.
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