Hay un dicho que utilizan los partidarios del derecho a las mujeres a decidir sobre su cuerpo para hablar del Partido Republicano: el Gobierno es tan pequeño que cabe en vuestros úteros. Con el paso de los años, este aforismo puede aplicarse a cualquiera de los pequeños espacios que el partido ha ido sumando en su camino: consultas médicas, clases, dormitorios.
Por lo que parece apropiado decir que el hito por el que algunos republicanos quieren que se les recuerde se esconde en un retrete. El último jadeo de su agitada guerra cultural –el proyecto de ley HB2, una norma de Carolina del Norte que quiere prohibir a la gente trans decidir qué baño es más apropiado, sano y quieren utilizar– apesta. Y la justificación de esta ley atufa al proteccionismo hipócrita que el Partido Republicano utiliza habitualmente como excusa para discriminar.
Los republicanos insisten en que la HB2 simplemente protege a las chicas jóvenes de los depredadores –de la misma manera que ellos aseguran que las leyes que limitan el acceso al aborto protegen a las mujeres de nosotras mismas, de nuestros médicos, o que las políticas de inmigración defienden a las mujeres de los “violadores”.
¡Es alucinante cuánto parece que se preocupa el partido Republicano por el bienestar de las mujeres! Dada la extraordinaria inquietud que dicen sentir los republicanos en torno a la violencia sexual, se podría pensar que están trabajando duro para erradicarla globalmente.
Las violaciones en el ejército son tan frecuentes –26.000 casos en 2012– que han captado la atención de un grupo de trabajo sobre derechos humanos de la ONU. Aún así, el ya casi candidato del partido, Donald Trump, cree que ese nivel de asaltos sexuales es el resultado previsible de que haya mujeres trabajando junto a hombres.
Una de cada cuatro mujeres universitarias han sido asaltadas sexualmente en sus campus universitarios, pero la derecha tacha estas estadísticas de exageraciones histéricas. La Universidad de Carolina del Norte solo ha abierto tres investigaciones federaciones en la población de Chapel Hill sobre supuestas malas gestiones en casos de violación, y aún así el gobernador Pat McCrory cree que es mucho mejor utilizar su tiempo en asignar los baños que utiliza la gente transgénero.
De hecho, McCrory insistió la semana pasada en su apuesta por la HB2. Presentó un recurso en el que sostiene que la petición del Ministerio de Justicia de retirar la legislación discriminatoria es una extralimitación de las competencias federales.
Dada la gran importancia política que McCrory y otros están arriesgando –Ted Cruz gastó el último aliento de su campaña política con este tema– se podría llegar a pensar que hay una epidemia de gente trans atacando a la gente que va al baño. Pero no, el número es exactamente cero.
Este lunes, en unas emotivas declaraciones, la fiscal general del Estado Loretta Lynch tomó nota de la absurda defensa de la propuesta de ley de Carolina del Norte: “Te están diciendo que esta ley protege a las personas vulnerables de sufrir daños pero ese no es el caso. En su lugar, lo que esta ley hace es causar una grave humillación a la gente que ya ha sufrido más de lo que les correspondía”.
De hecho, la gente que está en riesgo real en los baños públicos son los transgénero y la gente que no está conforme con su propio género. El 70% de ellos ha sido acosado en un baño público. El peligro que el partido Republicano ha invocado en esta batalla es uno que vive exclusivamente en sus mentes –mentes que no están listas para evolucionar y progresar con el resto del país. Un país al que no le ha importado mucho quién usa qué baño.
Algunos republicanos saben que esta es una batalla perdida, pero para aquellos que no lo saben –aquellos que prefieren fingir preocupación por acosos sexuales imaginarios en vez de por los reales– llegará un momento, quizá muy pronto, en el que se sentirán incómodos en cualquier tipo de espacio.
Traducido por Cristina Armunia Berges