El asesinato de varias vacunadoras de la polio pone en peligro la campaña de erradicación en Afganistán

Ruchi Kumar

25 de abril de 2021 21:04 h

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Gul Meena Hotak estaba haciendo su ronda rutinaria, yendo de puerta en puerta para vacunar contra la polio en la ciudad de Jalalabad, situada en el este de Afganistán, cuando oyó disparos.

La preocupación más inmediata de esta joven de 22 años fue saber el estado en el que se encontraban su amiga Negina y otras compañeras que estaban cerca del lugar donde se produjeron los hechos. “Negina y mi supervisora estaban en un barrio cercano cuando un hombre armado se acercó y les disparó. Mi supervisora escapó, aunque con heridas de bala, pero Negina murió en el acto”, dice Hotak.

Traumatizada y asustada, Hotak volvió a su oficina, donde se enteró de que otras compañeras habían sido víctimas de otro ataque. Otras dos de trabajadoras contra la polio, Samina y Basira, que al igual que Negina eran conocidas por su nombre de pila, fueron asesinadas en la ciudad de Jalalabad.

Ningún grupo se ha atribuido por el momento la autoría de los atentados ocurridos el pasado 30 de marzo, que forman parte de una oleada de asesinatos en Afganistán desde que Estados Unidos firmó un acuerdo con los talibanes el año pasado. La Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán registró 2.250 asesinatos en 2020, un aumento del 169% desde 2019.

Tras los asesinatos, las campañas contra la poliomielitis, vitales para la erradicación de la enfermedad, quedaron suspendidas en toda la provincia. En estos momentos permanecen pausadas en al menos tres distritos, incluida la ciudad de Jalalabad.

“La situación en las provincias del sur y del este ha sido problemática durante muchos años debido a las prohibiciones impuestas por los talibanes, así como por el ISIS, que controló durante un corto periodo de tiempo algunas partes del país. No permitieron las campañas de vacunación puerta a puerta”, indica Merjan Rasekh, responsable de sensibilización del programa de erradicación de la polio del Ministerio de Sanidad.

La violencia se ceba con las mujeres

Afganistán es, junto con Pakistán, uno de los últimos países del mundo donde la polio sigue siendo endémica. Según Rasekh, los talibanes no están en contra de la vacunación como tal, pero desconfían de las campañas, ya que temen que el personal que inmuniza contra la polio sea utilizado para obtener información sobre su paradero. “Pero los recientes asesinatos de las trabajadoras han sido espantosos y no tienen precedentes en la historia de nuestras campañas de inmunización”.

Las mujeres que participan activamente en la vida pública han sido el principal blanco de ataque de esta nueva ola de violencia. En la ciudad de Jalalabad se habían producido seis asesinatos en los cuatro meses anteriores a los ataques contra las trabajadoras de la polio. “No habíamos recibido ninguna amenaza ni advertencia [antes del ataque], pero la violencia y los asesinatos se están convirtiendo en parte de nuestra vida cotidiana. Están matando a mujeres periodistas y activistas todos los días”, dice Hotak, que ahora teme por su vida.

Además de estos problemas de seguridad, las trabajadoras de Afganistán se enfrentan a muchos problemas. En una sociedad profundamente conservadora, las mujeres que trabajan rompen los estereotipos y las normas culturales. “Nos acosan, nos maltratan; algunos utilizan un lenguaje ofensivo. Hay veces que la gente nos echa de sus barrios, pero seguimos con nuestro trabajo”, dice Hotak.

A raíz de los asesinatos, muchas mujeres afganas han dejado sus trabajos. “Hay una presión tremenda sobre las mujeres –por parte de sus familias–, y muchas de nuestras voluntarias no están dispuestas a reincorporarse a las campañas. Al menos la mitad de ellas tiene ahora miedo de salir de sus casas”, dice Hotak. Enikass TV, un medio de comunicación de la provincia oriental, pidió a sus empleadas que dejaran temporalmente de acudir al trabajo tras el asesinato de cuatro trabajadoras.

Preocupación por el aumento de casos

Rasekh reconoce que obligar a las mujeres a abandonar la vida pública tendría, sin duda, un impacto negativo en la sociedad, en este caso en la campaña contra la polio. “En el contexto afgano, las trabajadoras se encuentran entre el personal de primera línea más importante. Porque culturalmente, las madres afganas de los hogares conservadores no pueden salir a la calle ni permitir que un hombre entre en la casa para vacunar a sus hijos. Pero las vacunadoras pueden acceder a estos hogares e incluso convencer a las personas que tengan dudas”.

Con menos mujeres dispuestas a ser voluntarias o a trabajar en la campaña, el departamento que gestiona la operación contra la polio teme un aumento de los casos en los próximos meses y un retroceso en el progreso logrado durante años.

El país ya ha tenido 56 casos –el más alto en 20 años– durante los confinamientos por la pandemia. “En 2020, solo tuvimos dos casos en la región oriental, gracias a los esfuerzos de las numerosas mujeres que trabajan en esta campaña. Pero ahora nos preocupa mucho el incremento de casos si las mujeres no pueden retomar el trabajo por los problemas de seguridad”, indica el doctor Jan Mohammad, coordinador de la campaña nacional.

A pesar de las dificultades, algunas mujeres no están dispuestas a dar un paso atrás. “Sí, tengo miedo, pero no puedo rendirme ahora porque para estos niños es una cuestión de vida o muerte”, dice Hotak, que está dispuesta a volver al trabajo en cuanto se reanude la campaña. “Si dejamos el país en manos de los insurgentes, lo destruirán”.

Traducido por Emma Reverter.