La advertencia resultó ser profética. Hace poco más de dos semanas, cuando la campaña para las elecciones presidenciales rusas llegaba a su recta final, la embajada de Estados Unidos en Moscú informó de que estaba “siguiendo de cerca las informaciones según las cuales extremistas tienen planes inminentes de atentar contra grandes concentraciones en Moscú, incluidos conciertos” en las 48 horas siguientes a la alerta.
Esta alerta inusualmente explícita fue repetida por el Reino Unido, que reiteró su vieja advertencia a los ciudadanos británicos de no viajar a Rusia. Como estrecho aliado en la alianza de inteligencia de los Cinco Ojos, Gran Bretaña seguramente tuvo acceso a la información en bruto en la que se basó la advertencia de Estados Unidos, probablemente comunicaciones interceptadas.
No se produjo ningún atentado en los dos días siguientes a la advertencia, pero ahora queda demostrado de forma trágica que esa tregua fue sólo temporal. Un atentado terrorista perpetrado el viernes por la noche por un grupo de hombres armados contra la multitud que asistía a un concierto de música pop en las afueras de Moscú ha dejado al menos 133 muertos y 140 heridos, y ha sido reivindicado por el Estado Islámico.
No se sabe con certeza si Estados Unidos transmitió a las autoridades rusas más detalles sobre la amenaza, habida cuenta de que ambos países mantienen una guerra por poderes en Ucrania, ni si la alerta habría sido aceptada como veraz. Pero es un incómodo recordatorio de que los atentados terroristas a gran escala siguen existiendo.
Moscú, mientras tanto, intenta promover una teoría alternativa. El presidente ruso, Vladimir Putin, trató de acusar a Ucrania de estar implicada, afirmando que los cuatro sospechosos ahora detenidos habían “tratado de esconderse y se dirigieron hacia Ucrania, donde, según datos preliminares, se les preparó una vía en el lado ucraniano para cruzar la frontera estatal”.
Teniendo en cuenta la guerra en Ucrania, esta afirmación no resulta sorprendente. Sin embargo, a primera vista carece de credibilidad. Aunque Ucrania ha tratado de atacar objetivos militares e industriales a cientos de kilómetros dentro de Rusia, sus dirigentes entienden perfectamente que perderían rápidamente el apoyo internacional si llevaran a cabo una masacre de civiles.
Ucrania ha atacado bases aéreas y puertos marítimos dentro de Rusia, e incluso es posible que haya sobrevolado el Kremlin con dos drones. Este año, es casi seguro que Kiev haya atacado una terminal de gas en San Petersburgo y refinerías en Yaroslavl y Volgogrado, escalada suficiente para provocar inquietud en Estados Unidos, preocupado por el impacto en los precios mundiales del petróleo. Sin embargo, no se trata de ataques con un elevado número de víctimas y dirigidos contra civiles que estaban reunidos de forma pacífica.
Incluso si los detenidos por Moscú resultaran ser los atacantes y se dirigieran hacia el sur, no sería obvio que su mejor estrategia fuera cruzar la línea del frente de una guerra activa. “Todo en esta guerra se decidirá en el campo de batalla”, declaró el viernes por la noche Mykhailo Podolyak, alto asesor del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y añadió: “Los atentados terroristas no son la solución a ningún problema...”.
Moscú puede parecer estar lejos de Occidente, pero también lo está de Kerman (Irán), escenario en enero de un atentado terrorista reivindicado por El Estado Islámico Provincia de Jorasán (ISKP) en el que murieron 84 personas. Si se confirma que el atentado de Moscú fue perpetrado por el mismo grupo, será un incómodo recordatorio de que esta rama del ISIS está en auge.
Esta facción también estuvo detrás de otro atentado suicida en el aeropuerto de Kabul, Afganistán, en agosto de 2021, en el que murieron 170 afganos y 13 soldados estadounidenses, en plena retirada del país ordenada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, unos meses antes. Puede que en esta última ocasión se haya centrado en Rusia, pero hace menos de tres años tenía en el punto de mira a las fuerzas estadounidenses.
La matanza masiva en una sala de conciertos también tiene ecos escalofriantes y evidentes del ataque sangriento, también perpetrado por hombres armados del ISIS, en el Bataclan de París en noviembre de 2015, en el que murieron 89 personas, y del atentado suicida en el Manchester Arena en 2017 tras un concierto de Ariana Grande, en el que murieron 22 personas.
El año pasado, unas filtraciones de los servicios de inteligencia estadounidenses revelaron que el ISKP, con base en Afganistán, estaba llevando a cabo “ conspiraciones” en Estados Unidos, Europa y Asia, con la vista puesta en objetivos como el último Mundial de Fútbol de Catar. Sea cual sea la relación más amplia de Occidente con Moscú, los investigadores antiterroristas saben que tendrán que estar muy alerta.
Traducción de Emma Reverter.