Por mucho que los nacionalistas hablen de lo que valoran la unidad, la democracia y la tradición, el nacionalismo siempre resulta ser el principio político más divisivo, antidemocrático e irrespetuoso que se pueda imaginar.
La variedad del Brexit no es diferente. Era totalmente predecible que no iba a liberar a un país soberano de sus supuestos grilletes europeos, sino que iba a liberar a una élite política de toda restricción.
Ahora que el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, ha caído en desgracia y ha sido desenmascarado por lo que es y por lo que todo el mundo sabía que era, en Bruselas se respira una sensación de alivio. Y, por supuesto, en el continente europeo hay un poco de schadenfreude (complacencia por la desgracia ajena) porque finalmente ha recibido su merecido.
Sin embargo, nadie se hace ilusiones de que la marcha de Johnson de Downing Street resuelva ninguno de los problemas de fondo de la relación entre Reino Unido y la Unión Europea. El daño causado por el primer ministro saliente, con el proyecto que instrumentalizó para alcanzar el poder, perdura.
Un disparate económico
En la economía, persiste hasta el punto de que incluso a los laboristas les resulta imposible distanciarse del problema central que ahora perjudica a Reino Unido: el propio Brexit. Intentar “hacer que el Brexit funcione”, el eslogan que utiliza el líder laborista Keir Starmer cuando descarta volver a entrar en la UE en el futuro, podría ser un imperativo político al menos durante otra generación. Pero sigue siendo un disparate económico fuera de toda lógica.
Ningún ajuste de los detalles prácticos del Brexit puede remediar la incoherencia de fondo que genera. El aislamiento autoimpuesto del socio comercial más cercano y más importante perjudica a las pequeñas empresas de Reino Unido cuando intentan comerciar con clientes de los países vecinos, hace que las grandes empresas busquen invertir en otros lugares y desmantela los mercados laborales en detrimento tanto de los empleadores como de los solicitantes de empleo.
La autodestrucción de la democracia
En cuanto a la relación política de Reino Unido con la UE, creo –aunque me alegrará que me corrijan si me equivoco– que ninguno de los nombres que suenan en el Partido Conservador para la candidatura de primer ministro ha tenido una actitud mucho más constructiva que Johnson.
En cuanto a la unidad geopolítica del Occidente democrático, no se equivoquen, puede que no exista una traducción exacta de la palabra schadenfreude, pero los autócratas, desde Moscú hasta Pekín, saben lo que es a la perfección. Están disfrutando cada minuto del espectáculo, cuya trama no es solo la destitución del primer ministro, sino la autodestrucción de una de las democracias más importantes del mundo y el impacto que esto tiene en sus alianzas democráticas.
La semana pasada, la embajada china en Irlanda troleó a Johnson después de que éste tuiteara que Reino Unido había cumplido sus obligaciones con Hong Kong. “Hicimos una promesa al pueblo de Hong Kong hace 25 años. Tenemos la intención de cumplirla”, se jactó Johnson. El Gobierno chino replicó sarcásticamente su afirmación con la burla: “Hace dos años hicimos una promesa con el Protocolo de Irlanda del Norte. Estamos decididos a incumplirla”.
Toda política tiene un alcance global. La política populista desacreditada, agotada y fracturada que dejan Johnson y el hombre al que tanto admiraba, el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, nos perseguirá a todos durante años.
Si algo positivo puede salir de la inminente contienda por el liderazgo, sería un compromiso del próximo primer ministro de Reino Unido de que resolverá las cuestiones pendientes en el marco del protocolo de Irlanda del Norte y abandonará las fanfarronadas destructivas y las acciones que socavan el derecho internacional.
Los ciudadanos de la Europa continental solo pueden esperar que el Partido Conservador de Reino Unido dé la espalda de una vez por todas no solo a este hombre, sino a su método. Es hora de que las democracias estén a la altura de las circunstancias.
Guy Verhofstadt es eurodiputado. En 2016, fue elegido por el Parlamento Europeo como representante de la Unión Europea en las negociaciones para la salida de Reino Unido de la UE. Fue primer ministro de Bélgica entre 1999 y 2008.
Traducción de Emma Reverter