En Rocinha, la favela más grande de toda Latinoamérica, la guerra ya se ha perdido. Con sus raíces en la disputa entre bandas por el control de tráfico de drogas, ha perturbado la vida en Río de Janeiro desde mediados de septiembre. Los disparos no cesan, vienen de todas partes y fuerzan a las escuelas y las tiendas a cerrar. Hace poco, una bala perdida mató a una turista española. La guerra no es lo único que se está perdiendo.
Brasil ha mantenido la misma política antidrogas durante décadas. Policía, armas y muchos arrestos. No hace falta ser un experto para llegar a la conclusión más obvia: la estrategia ha fallado. El tráfico y el consumo de drogas no ha hecho más que crecer. Se atribuye a Einstein una frase –aunque al parecer no es suya– que se aplica bien a este caso: locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes.
En un caso todavía en el Tribunal Supremo de Brasil, voté por despenalizar la posesión de marihuana para consumo propio. El caso se encuentra suspendido y no se ha puesto fecha a su revisión. También propuse abrir a debate la legalización de la marihuana para empezar, y después, si tiene éxito, de la cocaína. El tema es extremadamente delicado y el resultado depende de la decisión del poder legislativo.
Las drogas son un tema con un profundo impacto en el sistema de justicia criminal, y el Tribunal Supremo tiene toda la legitimidad para participar en el debate público. Así que aquí expongo mi opinión al respecto.
En primer lugar, las drogas son malas y por ello es deber del Estado y de la sociedad desalentar su consumo, tratar a los dependientes y combatir el tráfico. La lógica detrás de la legalización se basa en la creencia de que ayudará a alcanzar estas metas.
En segundo lugar, la guerra contra las drogas ha fallado. Desde los años ‘70, bajo la influencia y el mando de los Estados Unidos, el mundo ha abordado este problema mediante el uso de las fuerzas policiales, ejércitos y armamentos. La trágica realidad es que 40 años más tarde y miles de millones de dólares, cientos de miles de prisioneros y miles de muertes después, las cosas están peor. Al menos en países como Brasil.
En tercer lugar, como defiende el economista americano Milton Friedman, el único resultado de la penalización es asegurar el monopolio del traficante.
Con esto en mente, ¿qué conseguiría la legalización?
En la mayoría de países norteamericanos y europeos, la mayor preocupación de las autoridades son los usuarios y el impacto que tienen las drogas en sus vidas y en la sociedad. Todas estas son cosas importantes a tener en cuenta. Sin embargo, en Brasil, el objetivo principal tiene que ser acabar con el dominio que ejercen los traficantes de drogas en las comunidades pobres. Las bandas se han convertido en el principal poder político y económico en miles de barrios modestos de Brasil. Este clima impide a una familia honesta y de gente trabajadora mandar a sus hijos lejos de la influencia de las facciones criminales, que intimidan, controlan y tienen una ventaja injusta sobre toda actividad legal. Este poder del tráfico deriva fundamentalmente de su propia ilegalidad.
Otro beneficio de la legalización sería la prevención del encarcelamiento masivo de juventud empobrecida sin expediente criminal, jóvenes arrestados por tráfico al ser pillados en posesión de cantidades insignificantes de marihuana. Un tercio de los detenidos en Brasil son encarcelados por tráfico de drogas. Una vez arrestados, los jóvenes prisioneros tienen que incorporarse a una de las facciones que controlan los centros penitenciarios, y ese mismo día se vuelven peligrosos.
Es más, crear una plaza en prisión cuesta 40.000 reales (unos 10.220 euros) y mantenerla unos 2.000 reales al mes (unos 511 euros). Y lo que es peor, al día siguiente de que un hombre sea arrestado, otro es reclutado de la reserva del ejército, existente en las comunidades más pobres.
Por estas razones, considero que debemos tener en cuenta métodos alternativos para combatir las drogas, y por supuesto mejor planificación, la participación de expertos y una atención mayor a las experiencias de otros países. Deberíamos considerar la posibilidad de lidiar con la marihuana de la misma manera que lo hacemos con los cigarrillos: un producto legal, regulado, de venta en lugares específicos, con impuestos, y sujeto a restricciones de edad y publicidad, mensajes de alerta y campañas que desalienten el consumo. En las últimas dos décadas, el consumo de cigarrillos en Brasil ha disminuido en más de un 50%; luchando a la luz del día, con ideas e información que han dado mejores resultados.
No podemos estar seguros de que una política progresiva y cautelosa de despenalización y legalización tenga éxito. Lo que sí podemos afirmar es que las políticas actuales de criminalización han fallado. Tenemos que arriesgarnos; por lo contrario, sólo nos arriesgamos a aceptar la situación. Como dijo el explorador brasileño Amyr Klink: “El peor naufragio es no zarpar”.
Traducido por Marina Leiva