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The Guardian en español

La ruptura del panorama político de Estados Unidos queda al descubierto

Los caucus de Iowa, un cóctel de entusiasmo, caos y paciencia

Gary Younge

Tengo hijos pequeños y a menudo me sorprendo a mí mismo cuando les doy órdenes como “no juegues dentro de la secadora”, “no te metas más comida en la nariz” o “intenta no hacerte caca en la alfombra”. Todas las palabras, si las analizas por separado, son habituales, sin embargo, antes de ser pronunciadas nada hace pensar que juntas vayan a formar la frase que voy a soltar. Lo que es realmente sorprendente es encontrarse ante una situación en la que esas palabras tengan sentido y sean necesarias.

Si analizamos los resultados de los caucus de Iowa tendremos una sensación parecida. Para explicar por qué Donald Trump se sitúa solo por detrás de Ted Cruz en el Partido Republicano o por qué la candidata demócrata Hillary Clinton ha ganado al “socialista democrático” Bernie Sanders por un margen tan ajustado, deberíamos primero preguntarnos cómo hemos llegado hasta una situación que todo el mundo hubiera considerado imposible un año atrás.

La derrota de Trump ha causado sorpresa porque durante meses dimos por hecho que era el candidato con más posibilidades. Aunque lo que es realmente alucinante es el mero hecho de que fuera candidato. El empate entre Clinton y Sanders era previsible ya que en las tres últimas semanas estaban muy igualados. Sin embargo, el hecho de que la victoria haya sido tan ajustada no deja de ser asombroso.

En ambos casos, las encuestas nos prepararon para el nuevo concepto de normal, que básicamente es todo lo que se salga de lo habitual. Y ahora que ya tenemos los resultados deberíamos volver a enfocar la mirada.

Los resultados de los caucus republicano y demócrata tienen tres elementos en común. El primero es que resulta evidente e incontestable que se trata de un castigo a la “casta” de los partidos. Cruz, un senador por Texas guiado por sus ideas religiosas y que ha conseguido irritar a sus colegas en el Senado, es mucho más detestado por los líderes republicanos que Trump. Si al 52% de los apoyos logrados por ambos candidatos (27,6% Cruz y 24,31% Trump) sumamos el 9% que logró Ben Carson, el neurocirujano que afirma que las pirámides servían para guardar cereal y llamó a Vladímir Putin “un país de un solo caballo”, y verás que dos tercios de los republicanos de Iowa están muy lejos de un candidato de consenso con la capacidad real de unir al partido.

Clinton tiene el prestigio, el dinero, un marido que ha sido presidente de Estados Unidos, una campaña presidencial a sus espaldas y el apoyo de  toda la maquinaria del partido. El caucus de Iowa tenía que ser un mero trámite de coronación en el que Sanders pareciera un simple bufón. El resultado ha sido lo más parecido a un regicidio.

Los sectores más rebeldes de los dos partidos están modelando los contornos de la política estadounidense. En 1999, tras el estreno del film Bulworth le pregunté al actor Warren Beatty si era socialista. No quiso mencionar al demonio. “Hablar de ideología política no está de moda”, dijo: “Así que es mejor aprovechar que a nadie le interesa para no identificarse con una palabra que es bastante polémica”.  Una encuesta que se dio a conocer a principios de mes mostraba que el 43% de los demócratas de Iowa se consideran socialistas. No sabemos con qué comparar este resultado ya que, simplemente, esa no es una pregunta que nadie hubiera formulado antes de que Sanders apareciera en escena.

Entre los republicanos, el senador por Florida Marcos Rubio, joven y que da buena imagen en televisión, ha sido presentado como moderado, y ha logrado una sólida tercera posición que lo ha convertido en el candidato favorito de la “casta”. Es moderado si lo comparas con Trump o con Cruz, aunque lo cierto es que con este marco de referencia Ronald Reagan y George W Bush también lo eran. Sin embargo, es importante recordar que Rubio, que se opone al aborto y es un “halcón” en materia de política exterior, se presentó junto al candidato Mitt Romney en las elecciones pasadas, con el apoyo del Tea Party.

Tercero, estamos ante dos largas carreras que se extenderán hasta la primavera. La pista de la carrera republicana está repartida a partes iguales entre Trump, Cruz y Rubio. Y ahora que Sanders ha demostrado que es un candidato con posibilidades, más de uno va a replantearse su voto. Hasta la fecha, las encuestas no nos han ayudado, pero prevén que tanto Sanders como Trump ganarán la próxima semana en New Hampshire. Parece improbable que los demócratas o los republicanos tengan un candidato para “el supermartes” (el martes, en esta ocasión el 1 de marzo, en que diez estados votan).

En muchos aspectos las dos contiendas son muy diferentes. La derrota de Trump parece indicar que algunas viejas normas de la participación electoral siguen vigentes. Cruz pasó más tiempo en Iowa que ningún otro candidato con posibilidades de ganar, y visitó los 99 condados del estado, tenía un apoyo sólido de los evangelistas y un impresionante despliegue en el terreno. Su campaña tradicional se impuso frente al espectáculo fanfarrón de karaoke que ofreció Trump. Así que el éxito de una campaña radica en una organización capaz de movilizar el voto; Trump nunca tuvo nada remotamente parecido.

Del resultado también se desprende que la soberbia vulgar y los insultos descarados ahuyentan a los votantes. La característica más buscada por los votantes era que el candidato compartiera sus valores. Solo el 5% de los republicanos sintió que Trump tuviera esa virtud, mientras que dos de cada tres valoraron el hecho de que “dice las cosas con honestidad” y una mayoría pensó que podía “propiciar un cambio”. El abanico republicano, que se ha reducido de 17 a 11, pronto será más pequeño. Los candidatos restantes podrán resituarse y buscar nuevos apoyos. Hasta la fecha, ya se han manchado los unos a los otros con lodo y todo parece indicar que la parte más sucia aún está por llegar.

Los demócratas han hecho una campaña mucho más positiva y con contenido, y están en mejor forma. Sanders ha conseguido captar el voto de un segmento de población, los más jóvenes y comprometidos, que nunca se interesaría por alguien como Clinton. Salvo que consiga el apoyo de la comunidad afroamericana y latina, nunca logrará el apoyo que consiguió Obama en las pasadas elecciones y le será muy difícil tener un impacto real una vez su campaña deje Iowa y New Hampshire,

Pese a ello, su éxito pone al descubierto un problema de difícil solución para los demócratas. Su candidata favorita, la apuesta del establishment, es una mujer de éxito pero una candidata vulnerable. Una encuesta realizada sobre una muestra de participantes en los caucus que se publicó ayer mostraba que creen que Clinton es la candidata con más posibilidades y elogian su experiencia. Al mismo tiempo, dijeron que no confían en ella y tampoco se identifican con ella. Son dos problemas de difícil solución y si eso es lo que piensan los demócratas, no quiero ni pensar qué dirían los republicanos.

Los resultados de los caucus dejan al descubierto las dimensiones y la profundidad de un problema que este país tiene desde hace décadas: una polarización de la derecha y la izquierda que hace que las elecciones sean más imprevisibles, haya un mayor estancamiento político, y suba el tono del discurso. Un socialista se presenta como candidato demócrata, Donald Trump podría ser presidente. Si estas son las afirmaciones que ya podemos hacer en febrero, imagina lo que podemos llegar a decir cuando se celebren las convenciones demócrata y republicana en julio.

Traducción de Emma Reverter

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