Las cifras son ampliamente conocidas, pero merecen ser repetidas. Alrededor de 120 millones de personas han pasado a engrosar la lista de quienes viven en la pobreza extrema en 2020. Y esa cifra podría alcanzar los 150 millones en 2021. Se calcula que se han perdido 250 millones de puestos de trabajo en todo el mundo y que la cantidad de personas que sufre inseguridad alimentaria podría haberse duplicado hasta afectar a 272 millones de seres humanos a finales de 2020. Una década de progreso en los países más frágiles ha sido borrada del mapa.
Pongamos una dimensión humana en estos números. Más de 1.000 millones de niños han perdido días de escolarización debido a la pandemia de la COVID-19 y es menos probable que las niñas regresen a las aulas. Estos niños y niñas no solo pierden aprendizajes, también sus posibilidades de encontrar trabajos que permitan desarrollar su potencial.
Quienes han perdido sus principales fuentes de ingresos tienen muchas más dificultades para alimentar sus hogares y no son capaces de enviar las tan necesarias remesas que sus familias esperan en el mundo rural.
La comunidad internacional necesita garantizar un acceso justo a las vacunas
Para ponerle freno a esta destrucción de la vida y sus mecanismos de subsistencia, la comunidad internacional debe actuar de manera ágil y acelerar las medidas de apoyo a ciertos países para ofrecerles la posibilidad de una recuperación sostenible que garantice un futuro mejor para sus habitantes.
Como prioridad inmediata debemos asegurar que los países con menos ingresos tengan acceso completo a las vacunas que ya circulan por las economías más avanzadas. El riesgo de que estos países no sean capaces de hacerse con los suministros que necesitan para inmunizar a su población es real. La comunidad internacional necesita garantizar un acceso justo y equitativo a las vacunas de manera real, sin quedarse sólo en la retórica.
En segundo lugar, deben comprometerse importantes recursos para los países de ingresos medianos y bajos. Durante los últimos seis meses, muchos países han puesto en marcha medidas para mitigar los impactos sociales y económicos de la pandemia. Los países industrializados han gastado hasta el 20% de su producto interno bruto en medidas de estímulo. Pero en el caso de los países más pobres no han llegado al 2%.
Es crucial que los estados inviertan en la recuperación, pero si no se enfoca con una perspectiva más amplia, nos arriesgamos a que aumente aún más la distancia entre países ricos y pobres.
El Banco Mundial ha aumentado los recursos de la Asociación Internacional de Fomento, nuestro fondo para los países más pobres, y vamos camino de comprometer 55.000 millones de dólares para esos países entre abril de 2020 y junio de 2021.
Pero es necesario aligerar la carga de la deuda para liberar recursos, de modo que los gobiernos puedan combatir al virus al tiempo que mantienen el funcionamiento de servicios esenciales. La iniciativa de alivio de la deuda del G20 ha ayudado. Ahora necesitamos más implicación del sector privado.
No hay fronteras, se necesita una respuesta global
Las pandemias, las recesiones globales y la crisis climática no respetan las fronteras nacionales. La respuesta debe ser global.
Son necesarias transiciones fundamentales en nuestros sistemas energéticos, alimentarios, de transporte y vida urbana. Necesitamos construir mecanismos de resistencia en todos los ámbitos de la economía, promoviendo un crecimiento más verde y fortaleciendo el capital humano con servicios de salud, educación, vivienda, agua y protección social mejores que los actuales.
También debemos priorizar los sistemas de protección ante futuras crisis, no solo actuando ante los impactos sobre el clima -que ya ocupan un lugar prominente en el pensamiento de muchas personas-, sino también a través de la estabilidad macroeconómica, los sistemas de protección social y las infraestructuras.
La desigualdad se ha agravado y eso significa que debemos priorizar la intervención a favor de los más desfavorecidos, sobre todo de mujeres, niñas y jóvenes con discapacidades. Los sistemas de protección social deben ser inclusivos, apoyar a los hogares más vulnerables y evitar que aquellos que no han caído en la pobreza sigan ese camino.
Para lograrlo es de vital importancia una cooperación internacional sostenida en el tiempo. Cuanto más la retrasemos, el daño será más profundo. No solo para los países en vías de desarrollo sino para todos.
La respuesta de la comunidad internacional a la crisis está sometida a un escrutinio intenso, como tiene que ser. Un enfoque de “que siga todo igual” no va a ofrecer resultados. Sin sentar bases sólidas, los países se verán atrapados en costosos ciclos de retrocesos y recuperación.
El Banco Mundial continuará trabajando con las instituciones internacionales y las autoridades nacionales para ayudar en la coordinación de la respuesta mundial.
Trabajando juntos, podemos estar a la altura del desafío de una recuperación verde, inclusiva y que se adapte a las circunstancias para todos.
- Axel van Trotsenburg es el director general de operaciones del Banco Mundial.
Traducido por Alberto Arce