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Cráteres, colas y despedidas: la vida en una ciudad ucraniana bombardeada a diario

Peter Beaumont

Mykolaiv (Ucrania) —
30 de julio de 2022 22:31 h

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En la puerta del autobús de evacuación del centro de la ciudad portuaria de Mykolaiv, en el sur de Ucrania, Lyubov Verba aprieta el brazo de su hija Diana, de 20 años, mientras su hijo Viacheslav, de 12, la mira. 

Es un momento breve y emotivo. Lyubov está agotada. Los bombardeos rusos que tienen como objetivo la ciudad desde el inicio de la guerra en febrero no le permiten dormir, y le han aparecido temblores.

Ahora se va a Odesa, a dos horas de viaje en bus por la costa, acompañada por Ksenia, una de sus hijas, de 15 años. 

Mykolaiv antes era una ciudad de casi 500.000 personas, pero su población se ha reducido a casi la mitad en los últimos cinco meses. Cada día se van más vecinos, como Lyubov.

Bombardeos de madrugada

El marido de Lybov, Serhiy, seguirá en la ciudad con Viacheslav y Diana, que está casada con un soldado ucraniano. Dicen que no se quieren ir. 

“Estoy muy nervioso por la situación”, admite Serhiy al bajarse del autobús. “Pero para ella era mucho peor. Cuando el bombardeo la despertaba, no se podía volver a dormir. No podía quedarse más tiempo aquí. Pasamos demasiado tiempo en el sótano, y había desarrollado temblores”. 

“Es como si [los rusos] tuvieran un horario”, dice. “Empiezan a disparar a las 3:00 de la madrugada, y siguen hasta las 7:00 u 8:00 horas de la mañana. La gente se siente más segura durante el día. No es tan intenso como por la noche”. 

Como prueba de ello, esa mañana, apenas después de las de las 3:00 horas, un misil había caído a pocas manzanas, dejando un enorme cráter en medio de un lavadero de coches, y destruyendo las ventanas de las casas de alrededor.

Ventanas rotas

La vivienda de Oleksandr Golovkin, de 49 años, era una de las más cercanas a la explosión, que esparció cristales por toda su casa y resquebrajó una pared desde el suelo hasta el techo. Justo debajo de su ventana, se puede ver la aleta de un cohete.

Golovkin, frutero, dice que había tenido la premonición de que sucedería algo malo, de modo que había dormido en una casa en un pueblo en las afueras de la ciudad. “Sabe”, dice. “Yo sabía que algo iba a pasar. Así que ayer nos trasladamos al pueblo, y la misma noche que nos trasladamos pasó esto. ¡Me ha salvado Dios!”. 

Golovkin lleva en las manos una lámina de plástico doblada que ha traído para sellar sus ventanas rotas. Repite lo que cuenta Serhiy. “Es como si tuvieran un horario”, dice. “Empiezan a las 3:00 horas de la madrugada”. 

Una semana antes, atacaron la universidad cercana. Aún se pueden ver los casquillos de las municiones, reventada entre los escombros. Mientras el dueño del lavadero de coches y otros comerciantes se dedican a barrer el polvo y los restos, en la universidad hay demasiados daños para usar escobas o palas. Hay un amasijo de escombros y vidrios desparramados por todo el pavimento. 

“Solo ha habido 21 días en los que no nos bombardearon”, dijo el alcalde Alexander Senkevich cuando se cumplían 148 días de guerra.

Algunos daños de la guerra son menos evidentes.

Lejos de la ciudad, la tubería principal que abastece de agua a Mykolaiv resultó dañada por el fuego ruso. La ciudad está bombeando agua salada para lavar y para abastecer los retretes. El agua potable proviene de camiones cisternas para los que los residentes deben hacer cola.

La comida es otro problema. Junto a la cola para el agua, Vaneeva Valentyna, de 68 años, y Vasyukova Rymma, de 84, llegaron a las 9:00 horas de la mañana, al igual que otra veintena de personas que querían estar primeras en la fila, para la distribución de comida que comienza a las 14:00 horas.

“Si vienes a las 14:00, habrá 200 personas aquí”, dice Valentyna. 

“Un día tranquilo”

A pesar del misil que cayó en el lavadero de coches, la gente dice que ha sido un “día tranquilo”. 

Las tiendas están abiertas, al igual que algunas cafeterías. A las 11:00 de la mañana, hay familias paseando por la calle. La gente hace recados. Algunos se sientan en las terrazas de los cafés.

Un joven con zapatillas amarillas está tumbado en un banco bajo un árbol con la cabeza en el regazo de una mujer mayor, quizás su madre, mientras ella consulta su teléfono móvil. 

Sobre el puente que cruza el río Bug Meridional, en el lado de Odesa, una columna de humo negro y denso se eleva por encima de las grúas del puerto de la ciudad. 

En Mykolaiv, los días tranquilos nunca son del todo tranquilos. 

Traducción de Patricio Orellana.