Danzan Purev irradia un haz de luz mientras muestra a los miembros de un grupo de apoyo fotos de su sobrino pequeño que guarda en el móvil. El geólogo de 68 años es carismático y bromea con las demás personas que se reúnen en una sala de Ulán Bator. Pero su estado de ánimo cambia rápidamente cuando empieza a relatar su larga experiencia con la hepatitis, una enfermedad que ha arruinado su vida.
Purev fue diagnosticado de hepatitis B y C a comienzos de los 90. A finales de esa década, su salud y su calidad de vida se habían deteriorado, algo que le hacía estar constantemente enfermo y fatigado. Tuvo que vender su negocio para financiarse un viaje a Corea con el objetivo de someterse a un tratamiento que no funcionó. “Me arruiné”, lamenta.
De vuelta en Mongolia, no podía permitirse los medicamentos para combatir la hepatitis, y comenzó a perder la esperanza, al tiempo que la enfermedad continuaba afectando a su hígado. “Tenía mucho miedo”, asegura Purev. “Mi padre y todos los familiares por parte de padre murieron de cáncer de hígado y enfermedades hepáticas. No quería terminar como ellos. Quise seguir luchando para curarme”.
Por suerte, oyó hablar de la fundación sin ánimo de lucro Onom, que ofrece vigilancia y tratamiento para la hepatitis. Hoy por fin está curado de hepatitis C, tiene niveles bajos de hepatitis B, y la salud de su hígado, que en un momento dado llegó a tener dos tercios no funcionales, ha mejorado.
Purev ha tenido suerte. Según la Organización Mundial de la Salud, Mongolia tiene la tasa más alta del mundo de casos de cáncer de hígado, así como la tasa más alta de mortalidad causada por esta enfermedad. Cada año, el cáncer de hígado y la cirrosis suponen el 15% del total de muertes. La hepatitis crónica es el factor de riesgo más común en el desarrollo de cáncer hepático, y 400.000 de los 3 millones de ciudadanos de Mongolia son diagnosticados con el virus de la hepatitis.
Se reutilizaron jeringas durante mucho tiempo
La OMS dice que los casos de hepatitis aumentaron en Mongolia en los años 70 y 80, época en la que las jeringuillas se reutilizaban regularmente y las prácticas dentales y quirúrgicas no eran siempre higiénicas. Además, tiene altas tasas de “superinfección por hepatitis B y D”, que se produce cuando alguien con hepatitis crónica B se infecta también de la D.
“No hay otro país en el mundo que tenga un problema como este”, explica el doctor Naranbaatar Dashdorj, cofundador de la fundación Onom, que organiza sesiones de terapia de grupo en la capital de Mongolia para aquellos que, como Purev, conviven con la hepatitis. Esta organización también hace pruebas para la detección de la enfermedad y da tratamiento a miles de personas.
Pero el gobierno se está dando cuenta ahora de la crisis sanitaria, invirtiendo mucho dinero en la detección y tratamiento de la enfermedad para intentar que el número de casos se reduzca. Para el año 2020, los ministros quieren eliminar la hepatitis C y reducir de manera significativa las muertes por cáncer de hígado y cirrosis.
El año pasado, el Parlamento invirtió 23.400 millones de tugriks mongoles (casi ocho millones de euros) en el plan de seguro médico del país para subvencionar las medicinas para la hepatitis. Este año, el gobierno invirtió 226.000 millones de tugriks (unos 80 millones de euros) para detecciones y tratamientos hasta el año 2020. Este dinero también cubre pruebas gratuitas de la hepatitis para aquellos de edades comprendidas entre los 40 y los 60 años, que constituyen el grueso de pacientes con cáncer de hígado. Esta medida se extenderá a un segmento de población más joven a partir de 2018.
Ahora sí que pueden permitirse las medicinas
Esta inversión de dinero reducirá los costes para los pacientes. Después de que se apliquen las ayudas, los pacientes pagarán entre 2,5 y 11 euros por sus medicamentos para la hepatitis B, y entre 56 y 185 euros por los medicamentos para la hepatitis C. Antes de que se introdujesen las ayudas, todas estas medicinas podían costar miles de dólares.
“En el área del tratamiento, Mongolia está haciendo un verdadero progreso a la hora de detectar a la gente con hepatitis crónica”, dice Narantuya Jadambaa, desde la OMS en Mongolia. “Pero también vamos a necesitar más trabajo para detener la transmisión dentro de toda la sociedad. Esto requeriría más esfuerzos e incluso más apoyo financiero”.
El Centro Nacional contra el Cáncer, un concurrido hospital al que ciudadanos de todas las partes del país llegan para ser diagnosticados y tratados, realiza 450 cirugías cada año. Este año ha empezado a realizar trasplantes de hígado. El doctor Chinburen Jigjidsuren, el director general del centro, asegura que en los últimos dos años unos 160 mongoles han viajado al extranjero para someterse a un trasplante. Ahora espera que más gente se quede en el país para pasar por esta cirugía. Unas 70 personas están en la lista de espera del gobierno para conseguir un trasplante de hígado.
Pero el gran factor para reducir las muertes por cáncer de hígado es el diagnóstico precoz. Muchas personas no son diagnosticadas hasta que se encuentran en un estadio tardío de la enfermedad y no puede operarse. Jigjidsuren explica que mucha gente viaja desde sus hogares en zonas rurales hasta la capital y solo consiguen que se les diga que no se puede hacer casi nada por ellos. Espera que el centro pueda establecer un sistema para conectar los centros de salud de las provincias vía Internet para que los pacientes puedan hacer consultas online con médicos antes de venir hasta la ciudad. “Espero que Mongolia sea un ejemplo para el mundo de cómo lucha contra el cáncer de hígado”.
Myamjav Jargalsaikhan tiene 63 años y es otro miembro del grupo de apoyo de la fundación Onom. Le diagnosticaron hepatitis C y cirrosis hepática hace 30 años, y ha estado recibiendo tratamiento desde entonces. En el año 2013, después de retirarse de su carrera de 40 años de ingeniero técnico en una imprenta de Ulán Bator, le diagnosticaron cáncer de hígado.
“Todos los planes que había hecho se desvanecieron”, cuenta. Pero a diferencia de otros pacientes, el cáncer de Jargalsaikhan se podía operar. Lleva tres años libre de cáncer. A pesar de todos los desafíos, cree que es afortunado. “Creo que tengo mucha suerte de haber padecido la enfermedad durante tantos años y de haber sobrevivido”.
Traducido por Cristina Armunia Berges