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Cuba despierta a la realidad de un futuro sin Fidel Castro

Rory Carroll y Jonathan Watts

La Habana —

No hay una calle con su nombre ni una estatua en honor. Fidel Castro nunca quiso o necesitó este tipo de reconocimientos. Dedicó toda su vida a convertir a Cuba en una creación suya.

Niños con pañuelos rojos se dirigen a la escuela pública. Las familias racionan el papel higiénico y viven en casas destartaladas. Los pensionistas disfrutan de una salud pública universal. Los periódicos están llenos de artículos propagandísticos y monótonos. Todo ello lleva en cierto modo el sello de un solo hombre.

A partir de ahora, serán muchos los historiadores que analizarán durante décadas el legado de Castro pero lo cierto es que los logros y los fracasos de la revolución son muy visibles, incluso a pesar de las reformas de los últimos años. En la Cuba actual está muy presente la huella de medio siglo de fidelismo.

El “líder máximo” era un adicto al trabajo al que le gustaba supervisar hasta el más mínimo detalle. Convirtió la isla caribeña en un laboratorio económico, político y social que ha inspirado, horrorizado e intrigado al mundo.

“Cuando Fidel se hizo con el poder en 1959 muy pocos podrían haber vaticinado que podría transformar la sociedad cubana, cambiar la agenda de Estados Unidos en América Latina y conseguir que toda la comunidad internacional siguiera la evolución de la isla”, indica Dan Erikson, un analista del think-tank Inter-American Dialogue (Diálogo interamericano) y autor del libro The Cuban Wars (Las guerras de Cuba).

Lidiar a diario con la escasez

El aspecto negativo más evidente de su legado es la escasez material. El ciudadano cubano lidia a diario con la escasez de servicios y bienes, por ejemplo transporte, vivienda y comida, o con precios excesivos de bienes que no se puede permitir, como jabón, libros y ropa.

Esta situación no cambió cuando Fidel traspasó la presidencia a su hermano Raúl en 2008. A pesar de que la relación con Estados Unidos ha mejorado y a que se han impulsado pequeños negocios en el país, el Estado sigue controlando las principales empresas y servicios, y el salario medio ronda los 20 euros mensuales. Muchos se han buscado la vida para tener una segunda fuente de ingresos. Esto incluye la prostitución y la corruptela. Los más afortunados, aquellos que trabajan en el turismo o tienen familiares en Florida, consiguen hacerse con dólares u otras divisas fuertes.

Los cubanos son improvisadores natos y consiguen vivir con dignidad a pesar de la escasez. Sin embargo, les gustaría que la situación mejorara: “Nos gustaría tener cosas bonitas, como las que tenéis los que vivís en otros países”, indica Miguel, un chico de veinte años, mientras admira unas zapatillas deportivas Adidas en una tienda de la calle Neptuno.

Castro afirmaba que el embargo de Estados Unidos, una opresión vengativa y prolongada en el tiempo que costó a la economía miles de millones, era el culpable de estas penurias. Pero la mayoría de los analistas y también muchos cubanos creen que una mala gestión y el control excesivo del gobierno han sido todavía más perjudiciales para la economía. Los cubanos suelen decir que “ellos fingen que nos pagan y nosotros fingimos que trabajamos”.

Alfabetización y esperanza de vida

Sin embargo, una educación y unos servicios de salud universales y gratuitos han permitido que Cuba se sitúe entre los países con mejores niveles de alfabetización y de esperanza de vida. El comandante se aseguró de que el Estado llegara hasta los más pobres; algo que no ocurre en muchos países de América Latina.

Este idealismo está muy presente en sitios como el instituto para invidentes de La Habana, donde Lisbet, una joven doctora, trabaja sin parar: “Visitamos a todos y cada uno de los pacientes. Este es nuestro trabajo y es nuestra aportación a la revolución y a la humanidad”.

A pesar de que Castro se apartó de la vida pública en la última década de su vida, continuó ocupando un lugar en los corazones y en los pensamientos de los cubanos. Cada vez más enfermo, pasó gran parte de este tiempo cuidando de su jardín en la Zona Cero (un distrito de máxima seguridad en La Habana) y desmintiendo rumores en torno al empeoramiento de su salud y su muerte con fotografías en las que mostraba el ejemplar más reciente del periódico estatal Granma. De vez en cuando también escribía una columna, que no estaba exenta de críticas gruñonas por la deriva de Cuba hacia la economía de mercado y la reconciliación con los Estados Unidos.

Cada vez era menos influyente. Si bien se reunió con el Papa Francisco en 2015, lo cierto es que ya pasaba más tiempo con sus plantas que con los líderes nacionales e internacionales. Incluso antes de su muerte, había dejado de ser un personaje político para convertirse en un personaje histórico.

“Si bien Fidel ha dominado la política cubana durante décadas, Raúl es quien decide ahora”, indica un diplomático europeo en La Habana. Pronostica que la muerte de Castro tendrá una relevancia más simbólica que política. “¿Puede ser que su mera presencia haya frenado el proceso de reforma? Es posible. Es probable que su muerte tenga un impacto sobre los jóvenes pero no creo que veamos muchos cambios políticos. De hecho, lo que realmente cambiaría el rumbo del país sería la muerte de Raúl ya que se ha convertido en el líder de las reformas”.

Cuba ya se estaba distanciando de la era de Fidel de forma gradual. De alguna forma, la situación actual recuerda a la de China tras la muerte de Mao Zedong o la de Vietnam tras la muerte de Ho Chi Minh.

Mayor autonomía para el sector privado

Tras el Plan de Modernización Económica de 2010, el Estado permitió que se crearan un millón de puestos de trabajo en el sector privado y pequeños negocios, como por ejemplo, paladares (restaurantes gestionados por una familia) y casas particulares (alquiler de habitaciones). A los agricultores se les ha dado una mayor autonomía y más incentivos en la política de precios para que produzcan más alimentos. El Gobierno ha reducido las restricciones de viajes al extranjero, ha dejado de controlar las ventas de automóviles y ha buscado socios extranjeros para construir una zona de libre comercio en la antigua base de submarinos en Mariel.

El cambio más sustancial se ha producido en la esfera diplomática. Cuba ha fortalecido sus lazos con el Vaticano y ha firmado un acuerdo histórico con Estados Unidos que ha permitido rebajar la tensión acumulada durante medio siglo de Guerra Fría.

Fidel Castro es el hombre que ha dejado una huella más profunda en la isla. Cuando uno pisa los peldaños de mármol situados en el centro de la Plaza de la Revolución o se queda parado donde Castro solía pronunciar sus discursos maratonianos ante más de un millón de personas, todavía se puede apreciar cómo ha transformado el país la revolución que él lideró. En uno de los extremos de la plaza se encuentran los perfiles gigantes, iluminados de noche, de sus dos colaboradores históricos: Che Guevara, en la fachada del Ministerio del interior, y Camilo Cienfuegos, en la fachada del Ministerio de comunicaciones.

También se pueden vislumbrar las siluetas de las torres que en su día eran las sedes de grandes compañías estadounidenses como ITT y General Electric y que tras la revolución Castro nacionalizó, y hoteles como el Habana Libre, que había pertenecido a mafiosos estadounidenses y que ahora está en manos del Estado.

Una ciudad congelada en el tiempo

Parte del encanto que tiene Cuba para los turistas (y una maldición para muchos de sus habitantes) es que resulta fácil apreciar cómo era la ciudad cuando empezó la revolución, ya que prácticamente no ha cambiado en los últimos cincuenta años. Debido al embargo, la Cuba de Castro se convirtió en una “cápsula del tiempo”.

A pesar de que la ciudad se preparó para la visita del Papa Francisco en 2015 y se llevaron a cabo algunas reformas, muchas calles están llenas de fachadas coloniales en mal estado. Los hoteles de la mafia, que antes de la revolución eran frecuentados por gánsters como Meyer Lansky y Charles 'Lucky' Luciano, han cambiado poco desde entonces y solo han recibido algunas capas de pintura. Y, evidentemente, los clásicos automóviles de los años cincuenta, Buicks, Chryslers, Oldsmobiles y Chevrolets, siguen recorriendo el Malecón.

Cerca de la Plaza de la Revolución se encuentra el deteriorado barrio de La Timba, donde Fidel Castro fue un joven abogado que defendía a los propietarios de chabolas que luchaban contra las órdenes de desalojo de los promotores. Juvelio Chinea, un anciano que siempre ha vivido en el barrio, señala que su vida no ha cambiado mucho con la revolución pero que sus hijos y sus nietos han podido ir a la universidad. Es la primera generación de la familia que lo logra.

Chinea recuerda haber oído los discursos del comandante desde su casa. El disparo de 21 salvas de cañón solía penetrar dentro de la casa y hacía temblar la cubertería. La multitud cantaba y gritaba, y más tarde, Castro empezaba a hablar y se hacía el silencio. “Algunos de sus discursos eran mejores que otros”, señala. “Ojalá hubiera podido permanecer más tiempo en el poder”.

No todos opinan lo mismo. En la facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, donde Castro estudió, lo admiran pero también creen que frenó el desarrollo del país. “Lo mejor que hizo por Cuba fue darnos una atención sanitaria digna de un país desarrollado”, explica un estudiante: “Y lo peor es que demoró los cambios económicos. Si Fidel y Raúl hubieran reaccionado a tiempo, muchos de los problemas que tenemos ahora ya se habrían resuelto”.

A este estudiante le gustaría tener un despacho de abogados. Sin embargo esto todavía no está permitido: “El Gobierno prefiere tener bajo control a los abogados y los tribunales”. Se está planteando marchar a Estados Unidos, ya que su hermano se mudó allí recientemente. A pesar de todo, está orgulloso de su país y de la historia de la universidad donde ha estudiado: “Es fantástico que en esta misma escuela haya estudiado un símbolo como Fidel”.

A pesar de que Fidel impulsó políticas económicas fallidas, muchos siguen apreciando al “jefe máximo” ya que tienen en cuenta sus triunfos nacionalistas y no el fracaso de sus políticas comunistas. La principal fuente de inspiración de Fidel Castro no fue Karl Marx sino José Martí, el héroe de la independencia cubana del siglo XIX, que luchó para expulsar a los colonizadores españoles. Castro luchó para terminar con el control neoimperialista de Estados Unidos y expulsar a las grandes corporaciones y a los gánsters estadounidenses.

Camilo Guevara, hijo del compañero de armas de Castro, Ernesto Che Guevara, cree que estos logros permanecerán, pese al acercamiento reciente de Washington. “Los revolucionarios cambiaron el orden establecido y construyeron los cimientos para que Cuba pudiera ser independiente, soberana, progresista y económicamente sostenible. Y así hemos llegado a la situación actual”, nos explicó desde el Instituto Che Guevara, que promueve el legado ideológico de la generación de su padre.

Este mensaje también está muy presente en el Museo de la Revolución, cuya sede es el antiguo palacio presidencial. En el exterior del edificio se muestran algunos de los trofeos del inicio del castrismo, como por ejemplo el yate Granma, utilizado en 1956 por Castro y otros 81 compañeros revolucionarios para llegar a Cuba desde México y empezar una lucha contra el dictador Fulgencio Batista, que contaba con el apoyo de Estados Unidos.

También se puede ver el motor del avión espía estadounidense U-2 que fue derribado en 1962 durante la crisis de los misiles. En el interior del museo, las exposiciones y las fotografías muestran cómo esta pequeña isla, bajo el liderazgo de Castro, desafió a la superpotencia yanqui a pesar de la amenaza de aniquilación nuclear.

Un segundo trabajo

Para muchos cubanos de una cierta edad, esos fueron tiempos emocionantes y aterradores, y creen que Fidel supo guiar al país y le siguen estando agradecidos por ello.

Frank López, un profesor jubilado, tiene buenos recuerdos de esos años: “Era aterrador. Los aviones de Estados Unidos sobrevolaban la ciudad y las ventanas templaban a su paso. Todos aprendimos a utilizar rifles y ametralladoras y hacíamos ejercicios y simulacros de emergencia todas las noches. Al final, no pasó nada y pudimos volver a las aulas. La gente debería enfrentarse a Estados Unidos más a menudo”.

Su agradecimiento no le impide mostrarse crítico. Si bien admira las reformas de educación y del sistema de salud que se llevaron a cabo al inicio de la revolución, se muestra crítico con la política económica y con unos servicios de seguridad amenazantes. A él lo vigilaron durante seis años porque uno de sus amigos conspiraba contra Castro.

En estos momentos, su principal problema es mantener una fuente complementaria de dinero para comprar productos básicos: “Todos tenemos que buscarnos la vida y tener un segundo trabajo. Ha sido así durante los últimos 20 años. Así que si bien damos gracias a la revolución porque nos dio educación y una atención médica, nos preguntamos cuánto tiempo más tendremos que dar las gracias sin obtener más a cambio”.

Castro se convirtió en un icono de la lucha armada revolucionaria a lo largo de América Latina y en otros países del mundo. En cambio, la popularidad del guerrillero no era ni mucho menos universal en su país de origen cuando se hizo con el gobierno. Las expropiaciones, la falta de libertad religiosa y la represión contra sospechosos de ser enemigos hizo que muchas personas, en especial la clase media, lo detestaran; un sentimiento que ha pasado de generación en generación.

La oposición

Cuando era un niño, Antonio Rodiles se rebeló cuando supo que a su madre le habían confiscado las propiedades y que uno de sus primos había sido ejecutado por ser un presunto agente de la CIA: “Me decían, Fidel es tu papá y yo les decía, no, no lo es. Odiaba que me obligaran a hacer determinadas cosas. Cuando crecí me percaté que este tipo de sistema no es normal”. En la actualidad es el líder del grupo opositor Los ciudadanos piden otra Cuba. Ha sido detenido y ha sufrido agresiones en numerosas ocasiones: “La sombra de Fidel sobre Cuba es alargada. Ha dejado un legado horrible. Ha destruido familias, personas y también la estructura de la sociedad”.

La experiencia de Rosa María Payá es parecida. Durante su infancia. Vio como su padre luchaba contra un sistema que no admitía voces en contra. Oswaldo Payá era el líder de una campaña que pedía elecciones libres y que fue encarcelado; primero por sus creencias religiosas y más tarde por sus campañas políticas. Murió en un accidente de automóvil en 2014. Rosa María cree que unos agentes que lo seguían provocaron el accidente al obligarlo a salir de la carretera. Afirma que los Castro han dejado un legado de tiranía que no ha cambiado a pesar de algunas reformas que se han hecho para mejorar la imagen del gobierno y a pesar de los acuerdos diplomáticos de los últimos años.

“Desde los años cincuenta, los cubanos no tienen alternativa”, indica: “Mi padre pasó tres años en un campamento de trabajo forzado porque era católico. Otros fueron encarcelados porque eran homosexuales o vestían de una forma que se consideraba errónea. Lo cierto es que no puedes tener otra ideología que no sea la de Fidel y Raúl”.

A partir de la década de los sesenta, la Dirección de Inteligencia espió a la oposición y siguió todos sus pasos. Muchos de estos opositores fueron agredidos por la policía o pasaron años en la cárcel. Si bien el gobierno cubano accedió a liberar a decenas de presos políticos en el marco de la negociación del acuerdo con Estados Unidos alcanzado en 2014, muchos activistas fueron detenidos o recibieron amenazas antes de las visitas de Barack Obama, en 2016, y del Papa Francisco, un año antes.

En comparación con el pasado, ahora hay cierto margen para la crítica y es más fácil viajar al extranjero. La crisis parece menos acusada. Si bien es cierto que Cuba está más alineada con Venezuela que con Estados Unidos, sus apuestas geopolíticas son más prudentes. La Cuba actual es diferente de la que no dudó en colgar una placa en la Avenida Salvador Allende con una cita del líder socialista chileno: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción prácticamente biológica”.

En cambio, ahora los jóvenes que se dan cita en la Avenida G, una zona bohemia llena de cafeterías y puntos de encuentro para los adolescentes de La Habana, no hablan de política sino de iPods, moda, películas y de la liga de béisbol de EEUU.

En un discurso de clausura del Congreso del Partido Comunista Cubano de 2016, Castro pidió a sus compatriotas que se mantuvieran fieles a los ideales socialistas a pesar del acercamiento de posiciones con Estados Unidos. También reconoció que su generación ya forma parte del pasado.

“Pronto, seré como ellos”, dijo en alusión a sus compañeros ya fallecidos: “A todos nos llega la hora pero las ideas de los comunistas cubanos permanecerán y demostrarán al mundo que si se ponen en práctica con pasión y con dignidad pueden producir los bienes materiales y culturales que la humanidad necesita. Tenemos que luchar sin descanso para que así sea”.

A pesar de su voz temblorosa y del tono sombrío del discurso, era el típico y combativo llamamiento a las armas. El último de muchos. Puede que hayan pasado muchos años desde sus discursos maratonianos y atronadores, pero Cuba sentirá desde ahora una extraña sensación de silencio sin él.

Traducido por Emma Reverter