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The Guardian en español

Dibujando monstruos en el sótano: el último niño de un pueblo ucraniano en ruinas

Un hombre come dentro de un sótano utilizado como refugio en Kutuzivka el pasado 13 de mayo.

Daniel Boffey

Kutuzivka (Ucrania) —

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Tymofiy Seidov es el único niño que queda en su pueblo, situado cerca de la ciudad de Járkov, en el noreste de Ucrania. Tiene ocho años y pasa la mayor parte del tiempo dibujando en una mesita, iluminada tenuemente por una diminuta lámpara LED, en un rincón del oscuro sótano de 40 metros de ancho por cinco de largo y que comparte con otras 23 personas, entre ellas su madre, su tía y su abuela.

Los tanques aparecen en muchos de sus dibujos. Sin embargo, hoy, en la penumbra, dibuja un monstruo parecido al robot extraterrestre de la serie británica Doctor Who. Explica que se ha inspirado en un video que vio en YouTube antes de la guerra. A veces, las escenas que dibuja son más alegres, con casas bajo el sol y arcoíris en el cielo. Sin embargo, hace meses que el niño no tiene acceso al mundo que hay fuera de esta especie de mercadillo subterráneo, lleno de cachivaches, colchones, sillas, tendederos, tarros gigantes de verduras en escabeche, edredones cubiertos de polvo, bolsas de plástico llenas de ropa e iconos enmarcados que se exhiben con orgullo encima de cajas que se han convertido en improvisadas mesitas.

En el rincón de Tymofiy hay un muñeco de Spiderman, barajas de cartas, un juego de mesa de la serie infantil Mike el Caballero y una colección de rotuladores y lápices. Sin embargo, Tymofiy no ha visto a otro niño desde el 30 de abril, cuando la mayoría de personas que se refugiaban en el sótano fueron evacuadas.

Desde que estalló la guerra el 24 de febrero, este niño, tranquilo y educado, y su familia viven en el sótano de lo que había sido una guardería y un centro médico de dos plantas, ahora destruidos por la guerra, en la población de Kutuzivka, situada a 19 kilómetros al este de Járkov.

Una zona clave en la frontera

Los enfrentamientos en los alrededores de Kutuzivka han sido encarnizados. Situada más cerca de Rusia que cualquier otra gran ciudad ucraniana (a 50 kilómetros), Járkov ha sido desde el inicio un objetivo clave para Vladímir Putin. La zona de Kutuzivka es un punto estratégico y de acceso a la ciudad. Antes de la guerra, 1.500 personas vivían en Kutuzivka. Ahora son menos de 50.

El Ejército ruso tomó la aldea el 18 de marzo. Dos semanas más tarde, el Ejército ucraniano recuperó el control. Los chalecos antibalas y cascos abandonados, los vendajes para heridas y los platos de polenta a medio terminar esparcidos por lo que fue el cuartel general ruso en el centro comunitario de la aldea indican que se fueron apresuradamente.

Los rusos se marcharon precipitadamente tras muchas semanas de ocupación. Sin embargo, todas las personas que se refugian en el sótano de Tymofiy, agotadas y con lágrimas en los ojos, saben que los soldados rusos podrían volver con la misma rapidez. Ellos o los ataques.

Gran parte de los daños en su pueblo y en las casas situadas más arriba se han producido desde la llegada de los soldados ucranianos, que es cuando los rusos empezaron a bombardear sus posiciones... y cualquier otro objetivo que se interpusiera en su camino.

Ocho soldados ucranianos han muerto en las cercanías esa misma mañana en la que visitamos el refugio. Aunque parece que ya no quedan objetivos que atacar, solo edificios en ruinas y trozos de metal, el sonido de los bombardeos sigue siendo constante, a menudo muy fuerte y cercano.

Mientras suena otra descarga de artillería, la madre de Tymofiy, Rita, de 32 años, dice que no piensa en el mañana. “Sólo pienso en sobrevivir hoy”, afirma. Rita, que antes de la guerra era pintora, no ha sido capaz de hacer un esbozo desde el 24 de febrero. “Quiero olvidar, no pensar en lo que está pasando. De todos modos, no tengo el material necesario para pintar. Pero no quiero inspirarme en lo que está pasando”, dice. “Tymofiy hoy está tranquilo, pero cuando los combates fueron intensos estuvo muy nervioso”.

El sótano tiene cuatro habitaciones sin puertas. En cada una de ellas hay un calendario con los días del mes transcurridos desde que estalló la guerra tachados. Los vecinos creen que es importante recordar el tiempo que llevan en el sótano y reafirmar que es una situación temporal.

Un niño de 15 años que se refugiaba en el sótano durante la ocupación rusa dibujó un calendario, que está pegado encima de la mesita donde Timofiy pinta, junto con bocetos de dos banderas ucranianas. El joven soñó que los soldados ucranianos conseguían recuperar el control del pueblo un 27 de abril.

Cuando su profecía se cumplió, él fue evacuado con sus padres, al igual que la mayoría de las 150 personas, incluidos 40 niños, que habían estado viviendo en el sótano. Pero Timofiy y su familia se quedaron porque no tenían dónde ir. Las personas que permanecen en el sótano se tienen las unas a las otras.

Otros residentes del sótano

Alla Lisnenko, de 59 años, es la cocinera. Se ilumina con una linterna sujeta a su cabeza por una goma. Corta berenjenas para la cena de esta noche. Cuando los lugareños se refugiaron en el sótano el 24 de febrero, se llevaron con ellos la comida que tenían en la despensa. Sin embargo, durante todo este tiempo han escaseado los alimentos frescos. Algunos hombres cavaron pozos y a los pocos metros encontraron agua potable. Lamentablemente, todos enfermaron porque el humo acre de las casas quemadas había contaminado el agua.

Natalya Leus, de 40 años, una enfermera que había trabajado en el centro médico destruido, desempeñó un papel relevante en ese momento. Trató a los niños con los medicamentos que encontró y consiguió mantenerlos hidratados, ya que les costaba retener el agua y los alimentos.

El marido de Alla, Alexander, es una de las personas más populares del sótano. Había construido una estufa de leña para alguien antes de la guerra y, tres semanas después de que los rusos invadieran el país, la trajo al gélido sótano y la mantiene encendida con troncos. También ha conseguido las cuatro luces LED conectadas a una vieja batería de camión que ofrecen al menos algo de iluminación a su hogar subterráneo.

Nadiya Ryzkova, de 75 años, cuya casa fue destruida recientemente, es quien suministra grandes cantidades de leche. Se escapa por la mañana temprano para ordeñar las cabras. “La bebemos todos los días”, explica y muestra una botella gigante. “Sin duda, podemos compartirla”, se ríe.

Algunos expertos occidentales creen que la batalla por Járkov ha terminado y que el retorno de las fuerzas ucranianas marca el principio del fin. Alla, la cocinera, fue la primera en ver las caras de los soldados ucranianos cuando regresó a su casa a por provisiones y llevó la buena noticia a sus compañeros del sótano. “Escuché algunos tanques que se movían y vi soldados ucranianos”, dice.

“Les mandé un beso, pero me hicieron una señal para que me pusiera a cubierto. 'Ponte a cubierto, abuelita'”, dice riendo. “Grité ¡gloria a Ucrania!”.

¿Lo celebraron? “Todavía no”, dice Rita. “No sabemos qué pasará”.

Traducción de Emma Reverter.

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