Seamos claros: los principales problemas económicos y políticos a los que se enfrenta Estados Unidos son la extraordinaria desigualdad de ingresos y riqueza, la creciente concentración de la propiedad, el declive desde hace tiempo de la clase media y la evolución del país hacia un sistema oligárquico.
Sabemos que son temas muy importantes porque nuestra clase dirigente trabaja entregada para evitar que se hable en serio sobre ellos. Apenas se mencionan sus nombres en los pasillos del Congreso, donde la mayoría de los representantes dependen de contribuciones electorales hechas por los ricos y sus Super Pacs [comités de acción política que pueden gastar dinero sin límites para apoyar u oponerse a un candidato federal]. Tampoco se habla mucho en las empresas mediáticas, donde un puñado de conglomerados decide lo que vemos, oímos y discutimos.
¿Qué está pasando?
Nuestro nivel actual de desigualdad en ingresos y riqueza es mayor que en ningún otro momento de los últimos 100 años. Este año, tres personas multimillonarias poseen más riqueza que el 50% de la sociedad estadounidense: 160 millones de personas. Ahora mismo, el 45% de todos los nuevos ingresos que se generan va a parar al 1% más rico y las remuneraciones de los directores generales de grandes empresas multiplican por 350 los ingresos de sus trabajadores, una cifra récord.
Mientras eso pasa, mientras los muy ricos se hacen mucho más ricos, las familias trabajadoras siguen pasando dificultades. Increíblemente, y a pesar del enorme aumento en la productividad de los trabajadores, los salarios reales (descontando la inflación) son más bajos hoy que hace casi 50 años. Cuando yo era niño, la mayoría de las familias podía mantenerse con un solo ingreso. Ahora, una mayoría abrumadora de hogares necesita dos sueldos para pagar las facturas y sobrevivir.
Actualmente, la mitad de nuestra sociedad vive al día y millones de personas reciben salarios de miseria. Pese a llevar toda la vida trabajando, la mitad de los estadounidenses de edad avanzada no tiene ahorros y es incapaz de imaginar una jubilación digna, y el 55% de los ancianos trata de sobrevivir con ingresos inferiores a 25.000 dólares al año.
Desde 1975 se ha producido una inmensa redistribución de la riqueza en EEUU que ha ido exactamente en la dirección equivocada. En los últimos 47 años, según la Rand Corporation, 50 billones de dólares de riqueza han pasado del 90% más pobre de la sociedad estadounidense al 1% más rico, en gran medida porque una parte cada vez mayor de los beneficios empresariales ha ido a parar a carteras de acciones propiedad de ricos y poderosos.
Sin acceso a necesidades básicas
Durante esta pandemia terrible en la que miles de trabajadores esenciales murieron cumpliendo con sus obligaciones, unos 700 multimillonarios de Estados Unidos aumentaron su riqueza en casi 2 billones de dólares. Mientras la clase trabajadora retrocede aún más, multimillonarios como Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson viven en mansiones de 25 baños, compran superyates de 500 millones de dólares y se pasean en cohetes por el espacio exterior.
Desgraciadamente, Estados Unidos tiene ahora la tasa de pobreza infantil más alta de prácticamente todas las naciones desarrolladas del planeta. Millones de niños sufren inseguridad alimentaria, que afecta desproporcionadamente a los niños racializados.
Los psicólogos dicen que los cuatro primeros años son los más importantes para el desarrollo humano, pero nuestro sistema de guarderías es en gran medida deficiente: faltan plazas, el coste para los ciudadanos es escandalosamente elevado y los salarios de su personal son patéticos. EEUU sigue siendo el único país sin bajas por salud y paternidad.
En cuanto a la educación superior, debemos recordar que hace 50 años la matrícula era gratuita, o casi gratuita, en las principales universidades públicas del país. Hoy son millones los jóvenes que no pueden pagar una educación superior y hay unos 45 millones de estadounidenses luchando con el problema de la deuda estudiantil.
En la actualidad, más de 70 millones de estadounidenses no tienen seguro médico o tienen uno que no les cubre lo suficiente. También son millones los que tienen dificultades para pagar el creciente coste de la atención sanitaria y los medicamentos que les recetan, más caros en EEUU que en cualquier otra parte del mundo.
El coste de la vivienda también se está disparando: hay unos 600.000 estadounidenses sin hogar y casi 18 millones de hogares gastan en vivienda el 50% o más de sus reducidos ingresos.
El dinero detrás del poder
No es solo una desigualdad en ingresos y riqueza la que asola al país. Es también un mal reparto de poder económico y político.
La propiedad está más concentrada que en ningún otro momento de la historia moderna del país. En un sector tras otro, un puñado de corporaciones gigantescas controla lo que se produce y cuánto pagamos por ello. Increíblemente, solo tres empresas de Wall Street (Blackrock, Vanguard y State Street) controlan activos por más de 20 billones de dólares y son los accionistas principales en el 96% de las empresas que forman el índice bursátil S&P 500. En cuanto a los medios de comunicación, ocho conglomerados multinacionales controlan lo que vemos, oímos y leemos.
En términos de poder político es la misma situación. Valiéndose del dinero opaco, las contribuciones de campaña y los Super Pacs, un número reducido de multimillonarios y directores generales tiene un peso gigantesco a la hora de decidir quién es elegido y quién sale derrotado.
Cada vez hay más campañas en las que los Super Pacs gastan más que los propios candidatos, convertidos en marionetas de sus titiriteros. En las primarias demócratas de 2022, los multimillonarios se han gastado decenas de millones de dólares en tratar de derrotar a los candidatos progresistas que luchaban por los intereses de las familias trabajadoras.
Martin Luther King Jr. tenía razón cuando dijo: “Debemos reconocer que no es posible resolver nuestro problema hasta que haya una redistribución radical del poder económico y político” en Estados Unidos. Su afirmación es aún más cierta hoy.
Tengamos la valentía de unirnos para luchar contra la avaricia de las empresas. Luchemos contra la enorme desigualdad en ingresos y riqueza. Luchemos contra un sistema político corrupto. Permanezcamos unidos y creemos por fin una economía y un gobierno que funcione para todos y no solo para el 1%.
Traducción de Francisco de Zárate