Los enamorados de Jersón cuentan la resistencia contra el invasor: “Éramos soldados sin uniforme”
Yulia y Roma* eran una joven pareja de enamorados cuando Rusia invadió su país el 24 de febrero. Vieron cómo cundía el pánico en su ciudad, Jersón, en el sur de Ucrania, a medida que los alimentos y las medicinas desaparecían rápidamente de las estanterías y los pacientes de cáncer —incluido el abuelo de Yulia— morían por la falta de medicamentos esenciales.
La pareja organizó entregas junto a amigos y familiares. Llevaron por toda la ciudad alimentos y medicinas a quien lo necesitaba, según se iban enterando a través del boca a boca y de las redes sociales. Por el camino, vieron cosas terribles. Un joven adolescente y un anciano, muertos a causa de la onda expansiva tras un ataque contra un centro comercial, tendidos boca abajo, sin que nadie pudiera recogerlos. Un soldado que había quedado reducido a carne esparcida en el parabrisas de un camión del Ejército.
Ante el ataque de las fuerzas rusas, los soldados ucranianos que defendían la ciudad recibieron la orden de retirada. A principios de marzo, Jersón ya se encontraba ocupada. Vehículos marcados con una Z, el símbolo de Rusia en la guerra contra Ucrania, patrullaban las calles.
Durante los meses siguientes, Roma y Yulia formaron parte de la resistencia al dominio ruso en Jersón, trabajando en el territorio para el Ejército ucraniano. “Antes de la guerra, mi vida era Instagram, cafeterías y viajes a Kiev”, dice Yulia, de 24 años. Más tarde, se convirtieron en “soldados, simplemente sin uniforme”, dice mientras hace el gesto de ponerse un casco.
El “sótano”
A mediados de septiembre, diez hombres de las fuerzas especiales rusas se presentaron enmascarados en el apartamento de la pareja. Tiraron al suelo a Roma, que estaba en ropa interior, lo apresaron y lo arrastraron por la escalera.
“Me pusieron la pistola en la cabeza y me dijeron: 'sabemos que estabas trabajando con las fuerzas ucranianas, eres del Sector Derecho'”, dijo. El Sector Derecho era un movimiento nacionalista ucraniano de extrema derecha que ya no existe en la misma forma, pero que ha sido noticia en la propaganda rusa.
Roma cuenta: “Cuando me pusieron la pistola en la cabeza, me dijeron ‘Ahora todo depende de ti, lo que hagas después será la decisión de tu vida’. No entendí lo que querían y dije ‘Vale, vale, chicos, haremos todo lo que digáis’”.
Los hombres enmascarados le dijeron que iría al “sótano”, un término que designa los centros de detención rusos. Allí lo golpearon y le dijeron que, si no hablaba, lo enviarían a una colonia penitenciaria en Rusia. Le pusieron una pistola en la cabeza y apretaron el gatillo, pero no había balas en la recámara.
A pesar de la tortura, Roma no les habló de su trabajo en la resistencia ucraniana. “Dije que [los periodistas] me habían entrevistado pero que habíamos hablado de corrupción, no de asuntos políticos”. Dice que los soldados rusos comprendieron que la presión que ejercían era insuficiente.
“Me pusieron electrodos en los testículos, pero no conectaron la corriente”, dice Roma. “Me preguntaron qué sabía de los partisanos [fuerzas ucranianas ocultas detrás de las líneas enemigas] y les dije: ‘Chicos, no sé nada, habéis revisado todos mis teléfonos y ordenadores, así que dejadme ir, joder’”.
Roma fue llevado a una celda donde había otros siete hombres, algunos de ellos detenidos desde marzo.
“No había vida en sus ojos, eran personas destrozadas”, dice Roma. También dice que todos habían sido torturados con electrodos, no se habían lavado y no contaban con medios básicos para la higiene personal, como cepillos de dientes.
Roma dice que escuchó a uno de sus compañeros de celda gritar llamando a su madre durante las sesiones de tortura. Mientras tanto, podía oír a gente riendo y niños jugando en la calle, en un quiosco junto al centro de detención, lo que describe como “una tremenda disonancia cognitiva”.
Un coche bomba
Tras su liberación, Roma se mudó junto a Yulia para evitar que le pidieran el voto en el falso referéndum que Rusia celebró a finales de septiembre, tras el cual Moscú declaró a Jersón y otras partes de la Ucrania ocupada como parte de Rusia. La medida fue rechazada por la comunidad internacional.
Roma dice que apenas salió de su piso desde su liberación hasta la recuperación de la ciudad por parte del Ejército ucraniano. Los rusos le señalaron por las acciones de resistencia. El alcance de su participación es algo de lo que, según dice, solo hablará una vez termine la guerra.
Justo antes de que llevaran a Roma al centro de detención, hubo un intento de asesinato en una universidad cercana al bloque de apartamentos donde vivía con Yulia. Desde marzo, casi 20 colaboradores han sido asesinados en las zonas ocupadas por Rusia, supuestamente por fuerzas partisanas ucranianas que actuaban bajo instrucciones de la inteligencia militar de Ucrania.
Antes, en junio, los rusos habían encontrado armas guardadas en un garaje situado en el patio de su edificio. Y en mayo, cuenta Roma, un colaborador al que conocía desde su adolescencia y que había vivido en su edificio fue asesinado por un coche bomba. Roma dice que hasta la explosión ni siquiera sabía que el hombre seguía viviendo allí. “Estaba durmiendo en nuestro balcón, era verano, y pum. Vi a mi madre corriendo en el patio trasero y mi madre no corre por cualquier tontería”.
Roma bajó corriendo las escaleras y vio a Yulia sosteniendo en brazos a la madre del colaborador, que gritaba desconsolada. Sacaron al hombre del coche, pero había perdido las piernas y ya estaba muerto.
Según Roma, el hombre se había mudado a Rusia tras la revolución de 2014 y regresó en 2018 como parte de la órbita de Volodímir Saldo, alcalde de Jérson de 2002 a 2012 y de 2014 a 2015. Saldo es un político ucraniano prorruso. Roma dice que, cuando los rusos ocuparon Jersón en marzo, nombraron a Saldo jefe de la región de Jersón, y al vecino de Roma, ministro de Deportes de la región. Roma cree que su difunto vecino fue reclutado por los servicios de seguridad rusos cuando se mudó a Rusia y que había regresado a Jersón para trabajar como uno de sus agentes.
Soldados rusos y una tropa de coches marcados con la letra Z llegaron al lugar del atentado causado por el coche bomba. “Imagínate que te despiertas por un coche que explota en tu patio trasero, llegan todos [esos] coches Z y sabes que tienes información que podría matarte”, dice Roma.
Mientras él hablaba con los rusos sobre lo que había visto, Yulia subió a hurtadillas, juntó todos sus aparatos electrónicos y los llevó al apartamento de un amigo. “Estuvo muy cerca. Estuvimos a punto de morir muchas veces aquí [en Jersón]”, dice Roma.
Resistencia digital
Ni él ni Yulia quieren entrar en detalles sobre todo lo que han hecho por la causa ucraniana. Dicen que no participaron en la colocación de bombas, de las que se encargaban las fuerzas especiales ucranianas. Pero afirman que, gracias a su trabajo voluntario, recorrieron la ciudad y pudieron precisar la ubicación exacta de tropas y equipamiento, incluido un Pantsir, un sistema de misiles ruso que tiene un valor de unos 13 millones de dólares.
Dicen que no le contaron a nadie sobre sus comunicaciones con el Ejército ucraniano, ni siquiera a sus amigos afines a la causa. Una de las tácticas clave de los partisanos ucranianos, explican, era no reunirse con otros implicados.
“No debemos reunirnos con otras personas [que estén involucradas]. Cuando alguien te lleva al sótano, no puedes dar información si no tienes información”, dice Roma. “Esta es la era de la resistencia digital”.
La pareja dice que hacía gran parte de su trabajo en una de las dos salas de una cafetería en el centro de Jersón. Es propiedad de un amigo suyo que huyó pero les dejó las llaves. Cubrieron con papel las ventanas que daban a la calle desde el exterior, y parecía vacía.
Durante la ocupación, la sala principal de la cafetería permaneció abierta a los clientes, en su mayoría soldados rusos. Yulia dice que, hasta la llegada de las fuerzas ucranianas y a excepción de los militares rusos, la ciudad estaba vacía, hasta tal punto que uno podía sentarse a meditar en medio de la carretera.
“Eso era lo más divertido. Todos los días tomaban café detrás de este muro”, dice Roma sonriendo y señalando la pared que dividía las dos salas de la cafetería. Uno de los comandantes rusos a los que atendían solía referirse a Roma como “el tipo gracioso”.
“Si deseas encubrir algo”, dice Roma, “debes hacerlo a la vista del enemigo”.
* Los nombres han sido modificados por razones de seguridad.
Traducción de Julián Cnochaert.
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