A cuatro metros bajo tierra, en un túnel lleno de señas de reciente actividad del Estado Islámico, el Corán calza en un hueco bajo el techo. Mientras el comandante Hama Chawri, de los peshmerga kurdos, alumbra la sala con una linterna, uno de sus jóvenes combatientes pide permiso para retirar el libro sagrado.
“¡No, no no!”, grita el comandante, su voz resuena en todo el túnel. “¡Sal de aquí!”. Un interruptor al lado del Corán había encendido su alarma. “Es una trampa”, indica.
Mientras se lanzaban esta semana en la batalla para reconquistar la ciudad de Mosul y los pueblos colindantes de las manos del ISIS, las fuerzas peshmerga han estado desempeñando un papel fundamental junto al ejército iraquí y las fuerzas especiales de Estados Unidos, Reino Unido y Francia.
Hasta el lunes, cuando comenzó la ofensiva, alrededor de una docena de terroristas del ISIS habían estado escondiéndose en casas en el pueblo Pequeña Badana, a unos 20 kilómetros del este de Mosul.
Cuando the Guardian visitó el pueblo junto a Hama y sus fuerzas al día siguiente de comenzar la operación, los únicos sonidos provenientes del pueblo abandonado en las llanuras de Nineveh eran los cantos de los gorriones y el rugido de los aviones en el cielo. Los peshmerga habían encontrado los cuerpos de dos combatientes del ISIS. A uno de ellos un bombardeo de la coalición le había cortado la cabeza.
Lo que estos dos y el resto de sus hombres habían dejado atrás dio una imagen sin igual de cómo los yihadistas habían estado viviendo y preparando las defensas para la ofensiva de Mosul. El túnel encontrado por Hama en la Pequeña Badana había sido cavado a unos 20 metros de una de las casas, con un agujero en el suelo que abría a una oscura zona de descanso subterránea y una improvisada cocina.
“Aquí es donde dormían y rezaban”, señala Hama, de 46 años y soldado peshmerga desde 1987, mientras visita el túnel. Con el conocimiento de que ISIS había colocado artefactos explosivos improvisados en el pueblo, el comandante exigió a sus hombres ser muy cautelosos.
Dentro del túnel, los cables recorren una red de pasadizos. Los yihadistas han intentado que las paredes no se derrumbasen utilizando postes de hierro y de madera para soportar el techo. Hay basura esparcida por todos lados y el polvo dificulta la respiración. En la pared, una bandera que reza: “No hay más Dios que Alá.
Los signos de una retirada precipitada son claros. En un pasillo, varias sartenes están sobre una cocina de gas, una de ellas con garbanzos frescos en remojo. Al lado, una bandeja de huevos —algunos rotos—. Las cáscaras de las pipas que probablemente servían de picoteo a los combatientes están esparcidas por todos lados.
Parece que los yihadistas de dentro del túnel estaban preparados para luchar hasta el final. Un peshmerga, Hadi Mohammed, señala que un montón de sacos de arena en el interior servirían como defensa en caso de que los kurdos entrasen en el túnel. En la superficie, las habitaciones de la casa a las que daba el túnel estaban llenas de sacos de arena, casi hasta el techo.
Para las fuerzas kurdas, la reconquista de Pequeña Badana ha sido una lección en la dura batalla de Mosul y los inmensos riesgos que plantea. Durante la visita, Hama presume de que, a pesar de haber combatido al Estado Islámico desde el primer día, ningún peshmerga bajo su mando ha muerto.
Dos horas después de la visita al túnel, sin embargo, un combatiente kurdo informaba de que un artefacto explosivo colocado en el pueblo por ISIS había explotado. Dos peshmerga habían muerto y otro estaba gravemente herido.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti