Días después de que el primer ministro de Irak, Haider al-Abadi, declarara la victoria sobre ISIS en Mosul, el miércoles seguían saliendo personas esqueléticas de los túneles y sótanos de la ciudad en ruinas. Ancianos cargados en hombros de sus hijos; madres arrastrando a sus hijos sedientos vestidas con abayas polvorientas y hechas jirones.
Sobre las ruinas de lo que en su día fue la mezquita Al Nuri, construida en el siglo XII y destruida por terroristas de ISIS el mes pasado durante los últimos y desesperantes días de batalla, un oficial de las fuerzas especiales iraquíes señala a las familias sin hombres jóvenes que emergen de los escombros.
“Esos son todos de ISIS”, afirma. “Los combatientes traían a las familias leales a la ciudad antigua, pero ¿qué vamos a hacer?”.
Dos hombres heridos, ambos en edad militar, son detenidos en el mismo momento, a pesar de los ruegos de sus familias. “Os juro que fue herido por un francotirador cuando fue a buscar agua al río”, asegura una mujer joven, señalando a un hombre con una cicatriz grande y fresca en el abdomen.
Casi tres años después de que el líder de ISIS Abu Bakr al-Baghdadi declarara un califato en esta ciudad del norte de Irak desde los escalones de esta mezquita ahora destruida, su “estado terrorista” por fin ha caído, según palabras de Abadi durante su visita a la ciudad el pasado domingo.
Sin embargo, tras su discurso, los combates continúan en algunos callejones de la ciudad vieja de Mosul, donde la última y desesperada resistencia de ISIS está atrapada. Durante nueve meses, los soldados iraquíes y de las fuerzas especiales han luchado por recuperar la ciudad, pero las últimas semanas han sido las más difíciles, con combates en el distrito antiguo de la ciudad, en angostos callejones, casas de piedra y por redes de túneles y sótanos conectados.
“Durante los tres años que llevamos luchando contra ISIS hemos visto de todo y perdido muchas vidas, pero nada se compara a las últimas semanas aquí en la ciudad vieja”, asegura el brigadier general Flah, jefe de personal de las Fuerzas de Operaciones Especiales iraquíes.
En estas calles inextricables, donde no ha habido un frente de batalla fijo ni zonas seguras, los civiles se han llevado la peor parte. Aquí no existió ese cuidado que las fuerzas iraquíes tuvieron en otros sitios para salvar las vidas de los civiles. Cuando los soldados encontraban resistencia al avanzar, se llamaba al apoyo aéreo. Los bombardeos han destruido gran parte de la ciudad, junto con sus habitantes.
Un informe de Amnistía Internacional publicado este martes acusa a ISIS de tender trampas a civiles para usarlos como escudos humanos. A su vez, el informe acusa a las fuerzas del Gobierno y sus aliados de la Coalición de utilizar armas explosivas imprecisas y de cometer potenciales crímenes de guerra. El comandante británico adjunto de la coalición contra ISIS desestimó el informe, calificándolo de “profundamente irresponsable”.
Dentro de una iglesia, soldados cansados descansan apoyados en las grandes columnas color rosado, mientras rayos de luz penetran por la bóveda parcialmente destruida, iluminando el suelo cubierto de escombros, armas y trozos de comida. Algunos soldados recogen su equipo y sus armas y salen a seguir buscando a los yihadistas que aún se esconden en sótanos y túneles.
Para hacerlo, tienen que trepar grandes trozos de hormigón, pedazos de mampostería de piedra y persianas dobladas de tiendas. Los ataques aéreos han derribado edificios enteros, dejando grandes cráteres y haciendo volar enormes cantidades de tierra y escombros, lanzando coches incluso hasta encima de los tejados.
La destrucción ha sido tan devastadora que en algunos sitios sólo quedan pequeños vestigios de lo que fueron enormes edificios: una puerta, el marco de una ventana, un sofá roto y patas arriba, todo de color gris por la ceniza. Por todos lados hay cadáveres tirados y el olor a los cuerpos en descomposición, los excrementos y la comida podrida lo impregna todo.
A través de una grieta en la pared, los soldados logran entrar a una habitación llena de sujetadores y ropa interior de todos los colores. Se topan con el cuerpo mutilado de un combatiente, cuya pierna cuelga de la rueda de una motocicleta. Luego, cruzan una pequeña calle llena de edificios destruidos, evitando pisar los cadáveres de otros dos combatientes.
En la última semana de combates, el avance se medía en metros, ya que los soldados y los yihadistas estaban a menudo en el mismo edificio, lanzándose granadas y bombas caseras a través de los agujeros de las paredes.
Un soldado, el sargento Walaa, señala una casa donde sólo ha quedado una habitación en pie. “Allí nos atacaron dos terroristas suicidas. Uno de ellos vino corriendo hacia nosotros con muletas”, recuerda. Otros cuatro se hicieron explotar a la vuelta de la esquina, asegura. En una guerra en la que no ha habido prisioneros, los yihadistas, al verse atrapados, se envolvían en chalecos suicidas y esperaban que llegaran los soldados.
Hace dos días, un combatiente de ISIS herido hizo detonar su chaleco en un edificio que, hasta entonces, funcionaba como hospital de campaña. En la planta baja sigue estando el cuerpo carbonizado del terrorista. Sus dientes son lo único blanco en la habitación ennegrecida.
Los soldados lanzan granadas por la puerta de un sótano antes de cerrarlas y luego suben a un edificio que todavía está ardiendo en el límite de la ciudad antigua. Desde la fachada derruida, miran el paisaje de Mosul: las calles comerciales destruidas, el puente de acero roto, el movimiento azulado del río Tigris.
Un francotirador de ISIS desesperado dispara contra un pelotón de la policía federal apostado en el extremo del puente, obligando a los hombres a protegerse detrás de su vehículo blindado mientras las balas lo hacen vibrar en cada impacto.
Luego desciende un avión de combate, un cohete ruge y después se oye una explosión. Una columna de humo blanco se eleva hacia el cielo. Otro combatiente silenciado.
Traducido por Lucía Balducci