Las familias de las víctimas de la mafia siguen esperando justicia en Italia
Aferrado al ataúd de su hijo, Vincenzo Agostino juró solemnemente que no se cortaría el pelo ni la barba hasta que se hiciera justicia. Fue en agostosi de 1989, cinco días después de que dos sicarios de la mafia en motocicletas asesinaran a Antonino Agostino, un oficial de policía, y a su mujer, Ida, que estaba embarazada de cinco meses.
La pareja fue herida de muerte a plena luz del día sobre la rambla marítima de Villagrazia di Carini, un pueblo a 30 kilómetros de Palermo. Vincenzo vio a su hijo agonizar después de que los asesinos le vaciaron un cargador encima. Vio a su nuera, a quien le dispararon en el corazón, acercarse a su marido en un vano intento por consolarlo.
El mes pasado un juez publicó un informe que revelaba que Antonino Agostino fue asesinado porque investigaba a unos mafiosos fugitivos. Uno de los asesinos, el capo mafioso Nino Madonia, fue sentenciado a cadena perpetua en marzo. Fue un pequeño paso hacia adelante, a pesar de las preguntas todavía abiertas y de que muchos de los involucrados en el asesinato todavía están fugados.
La sentencia ha reencendido el debate en Italia sobre el lento proceso legal y la agonía de los familiares de las víctimas inocentes de la mafia. 32 años más tarde, Vincenzo conserva su promesa: su larga barba ahora le llega al pecho y se ha vuelto un símbolo de la resistencia contra los capos de la mafia y de la dura cruzada por la verdad a la que se enfrentan cientos de parientes de víctimas del crimen organizado en Italia.
Según un informe de la asociación antimafia Libera, casi el 80% de los aproximadamente 600 casos de víctimas del crimen organizado han sido resueltos en Italia solo de forma parcial o están completamente abiertos. La mayoría de las investigaciones se han cerrado por falta de pruebas, mientras muchas otras están atrapadas en juicios interminables y aguardan acciones judiciales.
El malestar y la frustración que cargan los parientes de las víctimas causan diversos problemas psicológicos, como la depresión, los ataques de pánico, las tendencias suicidas y el estrés postraumático. The Guardian ha viajado a cuatro regiones del sur de Italia que tienen una larga historia de crimen organizado y ha entrevistado a padres e hijos de víctimas de la mafia que, décadas después de las muertes de sus seres queridos, demandan la reapertura de sus casos.
“Te destruye la vida”
Durante más de 30 años, Vincenzo Agostino ha perseguido incansablemente a los fiscales para convencerlos de que reabran la investigación sobre la muerte de su hijo, que ha sido cerrada una decena de veces. Durante una investigación anterior se reveló que durante la violenta guerra que libró la mafia contra el Estado italiano en esos años, Antonino trabajaba como agente secreto encargado de localizar a mafiosos fugitivos. Su muerte descubrió la supuesta relación entre miembros del servicio secreto italiano y los capos de la mafia, que continúa siendo un foco de las investigaciones actuales.
“Hoy hay algo en claro: algún miembro prominente del Estado traicionó a mi hijo Antonino e informó a la mafia de su papel como agente secreto”, dice Vincenzo. “¿Quiénes son los representantes institucionales desleales y embusteros que traicionaron a este país y dictaron las sentencias de muerte de miembros de la policía y de la magistratura? No, aún no es hora de cortar mi barba.”
En una ronda de reconocimiento en 2016, Vincenzo señaló a un colega de su hijo que estaba implicado en el asesinato. Por esta razón, a los 86 años, se ve obligado a vivir bajo protección policial 24 horas al día.
“Ver morir a tu hijo, a tu nuera y a tu nieto por nacer te destruye la vida. Cargo en mi corazón con una herida del tamaño de un cráter”, dice Vincenzo. Él y su mujer, Augusta, comandaron la batalla para descubrir a los asesinos de su hijo. Augusta falleció en 2019. En su lápida, junto a la de su hijo en el cementerio Santa Maria di Gesù en Palermo, está inscrito: “Aquí yace Augusta, madre de Antonino, que todavía espera verdad y justicia”.
Momento equivocado
En otro cementerio, a unos 300 km en el territorio de la 'Ndrangheta calabresa, otro padre golpea la lápida de su hijo. Le pregunta si puede escucharlo y quiere saber cómo es el cielo allí arriba. El nombre del padre es Martino Ceravolo, y dice que no ha conocido la paz desde que la ‘Ndrangheta mató por error a su hijo Filippo de 19 años el 25 de octubre de 2012 cerca de Soriano Calabro.
“Esa noche Filippo planeaba visitar a su novia, que vivía en un pequeño pueblo a cuatro kilómetros de aquí”, dice Martino, de 52 años, que tenía un puesto de pastelería con su hijo. “Su coche no funcionaba e intentó hacer autostop. Un joven de Soriano Calabro se ofreció a llevarlo. Desafortunadamente, terminó en el coche equivocado en la noche equivocada”.
En ese momento, una guerra violenta ardía en el interior de la ‘Ndrangheta entre el poderoso clan Emanuele y el clan Loiero. Filippo no podría haber sabido que Domenico Tassone, que le ofreció llevarle en coche, estaba en la lista negra del clan rival. A las diez de la noche cuatro hombres rodearon el auto de Tassone y comenzaron a disparar. Las balas apuntadas a Tassone le dieron a Filippo en la cabeza y en el pecho.
“Cuando llegué a la escena del crimen, mi mundo entero colapsó”, dice Martino, que toma tranquilizantes todos los días para lidiar con sus ataques de pánico. “Tassone abandonó el auto gritando '¡quisieron matarme!' Sobrevivió de milagro y Filippo quedó tendido en un charco de sangre”.
El caso de Filippo se cerró por falta de pruebas, a pesar de que los fiscales identificaron a los cuatro hombres responsables por el ataque, que conservan el control del área local. “Esos criminales se llevaron la vida de mi hijo y también la nuestra”, dice Martino.
Una de las hijas de Martino sufre de depresión, y su mujer intentó suicidarse hace tres años después de que el caso de su hijo fuera cerrado una vez más.
“Hemos sido abandonados sin ningún tipo de apoyo psicológico”, dice Martino. “Yo también he pensado en quitarme la vida. He pensado prenderme fuego frente al Ministerio de Justicia”.
Impacto psicológico
El impacto psicológico en las familias puede ser devastador, especialmente en los casos donde los cuerpos de las víctimas nunca son recuperados. Los miembros cercanos de la familia quedan en un limbo constante que los lleva a depresiones severas o al alcoholismo.
“Después de la muerte de mi padre sufrí de ansiedad y ataques de pánico durante años, mientras mi madre lidió con la depresión durante el resto de su vida”, dice Daniela Marcone, de 52 años, vicepresidenta de Libera.
El padre de Daniela, Francesco, fue herido de bala la noche del 31 de marzo de 1995 en las escaleras de su edificio por un asesino de la mafia local de Foggia, Puglia. Era el director de la agencia de impuestos públicos, que había denunciado corrupciones en su oficina y evasión impositiva entre algunas empresas.
A pesar de que el asesinato de Marcone parece sacado del manual de la mafia, su caso permanece sin resolver. “Conozco madres que han contactado con los capos de la mafia pidiendo que revelen la ubicación del cuerpo solo para darle a sus hijos un entierro digno”.
Familiares convertidos en detectives
La espera por justicia puede volverse tan frustrante que los parientes de muchas víctimas se han convertido en una suerte de detectives. Cuando Angelina Landa comprendió que la Policía no estaba investigando la muerte de su padre, Michele, un guardia de seguridad de 62 años asesinado supuestamente por la Camorra napolitana, decidió hacer algo ella misma.
En 2006, el clan Casalesi de la Camorra, que inspiró la serie televisiva Gomorra, se había volcado al lucrativo negocio del robo de baterías telefónicas industriales. Michele había sido apostado para vigilar una estación transmisora cerca de Mondragone, en Campania, que está controlada por la Camorra. Su cuerpo calcinado fue encontrado el 5 de septiembre de 2006 dentro de su pequeño Fiat.
“Mis hermanos y yo decidimos que debíamos actuar rápido”, dice Angelina, de 48 años, una maestra de escuela primaria. “Cinco días después de su desaparición, saltamos la cerca del depósito donde la policía había dejado su auto quemado. Encontramos sus huesos entre las cenizas. Cinco días después todavía no habían retirado sus restos del auto”.
Los investigadores cerraron el caso después de unos pocos meses, citando falta de pruebas.
Código de silencio
Otro factor involucrado en la resolución de los casos es la omertá, el código de silencio de la mafia. “Los mafiosos rara vez presentan testimonio en contra de los suyos, incluso de sus rivales”, dice Marcone.
“En los asesinatos mafiosos es difícil encontrar testigos entre las personas comunes, especialmente en pequeños pueblos donde los grupos del crimen organizado están profundamente enraizados y la omertá es un fenómeno social”, dice. “La gente es reacia a alzar la voz porque teme las represalias de los capos”.
“El código de silencio es el fundamento de la fuerza de la mafia”, dice Federico Cafiero de Raho, fiscal nacional contra la mafia. “Las investigaciones sobre los asesinatos mafiosos pueden ser muy complicadas. Un asesinato ordenado por los capos nunca tiene un solo autor material, sino una serie de responsables. Esto dificulta mucho la investigación, a menos que un mafioso encarcelado decida hablar”.
Paradójicamente, algunas veces la esperanza de reabrir casos de la mafia está en manos de los mismos que cometieron esos asesinatos: mafiosos arrestados que deciden colaborar con la Fiscalía a cambio de reducciones en las penas. En años recientes, estas situaciones han volcado nueva luz sobre muchos “casos pendientes”.
“Hojeo los diarios todos los días con la esperanza de encontrar noticias sobre algún tránsfuga reciente de la mafia”, dice Marcone. “Sé que es frustrante, pero nunca busqué venganza, solo justicia. Y hasta que la encuentre, regresaré a golpear la tumba de mi hijo para hacerle saber que no me he dado por vencido”.
“Sin justicia, no hay paz”, dice. “Ni para mí, ni para él”.
Traducido por Ignacio Rial Schies
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