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La guerra de China contra el cristianismo: “Estamos asustados pero tenemos a Jesús”

Benjamin Haas

Al pastor Jin Mingri nadie le ha tenido que contar en qué consiste uno de los ataques más duros del presidente chino Xi Jinping contra la religión. Zion, la iglesia de Jin en Pekín, es una de las principales congregaciones no oficiales del país. Este mes, las autoridades la demolieron y le enviaron la factura: 1,2 millones de yuanes (unos 150.000 euros) por los gastos. Jin llevaba décadas predicando allí.

“Antes, si no te metías en política, el gobierno te dejaba en paz”, dice. “Pero ahora, si no sigues la línea del partido comunista, si no demuestras tu adhesión, te conviertes en un blanco (…) Por supuesto que estamos asustados, estamos en China, pero tenemos a Jesús”.

Zion formaba parte de una amplia red de iglesias “caseras” no oficiales que operaban fuera del sistema regulado por el gobierno, aunque las autoridades llevasen décadas tolerándolas. Siempre fueron vulnerables pero se volvieron más frágiles ahora que los líderes de China exigen una “sinificación” [aculturación china] de la práctica religiosa.

En febrero ha entrado en vigor una nueva regulación que exige un control más estricto de los lugares de culto. Algunas iglesias se han visto obligadas a instalar cámaras de vídeovigilancia para retransmitir en directo a las autoridades locales. En los últimos meses, empleados del gobierno de todo el país han ido quitando cruces de iglesias y demoliendo a las que consideraban demasiado grandes. El objetivo, hacer menos visible la práctica religiosa.

El movimiento represivo coincide con el acuerdo provisional firmado la semana pasada entre el Vaticano y Pekín para que el Papa tenga voz y voto en el nombramiento de obispos dentro de China, un tema que lleva años provocando fricciones entre los dos países. Como parte del acuerdo, el Papa reconocerá a siete obispos chinos nombrados unilateralmente por Pekín que habían sido excomulgados por el Vaticano.

Pero las críticas contra el acuerdo han surgido incluso dentro de la Iglesia, donde algunos lo consideran como “una traición inconcebible” contra los católicos clandestinos que permanecieron fieles a Roma a pesar de las posibles repercusiones.

Se estima que un millón de musulmanes han sido detenidos en campos de “reeducación” en la provincia de Xinjiang durante el mismo período. Las dos medidas tienen un mismo objetivo: darle más control a Pekín sobre unos grupos que las autoridades ven como amenazas potenciales a su poder.

Según Bob Fu, fundador del grupo por la libertad religiosa ChinaAid, las autoridades están tratando de achicar tanto a las iglesias oficiales como a las no oficiales. Dice que decenas de jefes de pueblos rurales le han informado que los aldeanos son forzados a firmar documentos en los que critican al cristianismo, a riesgo de perder las prestaciones estatales si no lo hacen.

Pero Fu cree que la Iglesia sobrevivirá. “Tengo confianza en el futuro, en la época romana, bajo Stalin y bajo Mao también hubo campañas similares y ninguna tuvo éxito”, dice. “El único efecto que generarán será el contrario, algo que los cuadros del partido comunista podrían ver si repasaran la historia; la mano dura hará crecer más rápido a la iglesia y ayudará a que esté más unida”.

“Quemar biblias, demoler iglesias y encarcelar a musulmanes”

Esta semana en Washington, los parlamentarios estadounidenses celebraron una audiencia sobre “La guerra de China contra el cristianismo y otras religiones” centrada en la represión sufrida por las iglesias ‘caseras’ y en el acuerdo firmado entre el Vaticano y Pekín.

El congresista Chris Smith, responsable de la audiencia, acusó a China de “llevar la hoz y el martillo hasta la cruz”. “Quemar biblias, demoler iglesias y encarcelar a millones de musulmanes es solo una pequeña parte del ataque descaradamente represivo que el Partido Comunista Chino ha lanzado contra la libertad de conciencia y la religión”, dijo.

Tras la revolución comunista de 1949 y mientras Mao Zedong perseguía su sueño socialista, los creyentes de todas las religiones fueron duramente perseguidos durante décadas. En 1982, China adoptó una nueva constitución que teóricamente garantizaba la libertad de religión, pero eso no impidió que las autoridades cerrasen iglesias; exigieran lealtad patriótica a imanes y pastores; y hasta decidieran cómo debían rezar los fieles.

Técnicamente, la existencia de las religiones está permitida en China (hay 60 millones de cristianos) pero la constitución también dice que “los organismos y asuntos religiosos no están sujetos a ninguna dominación extranjera”. Ese es el obstáculo clave para la Iglesia católica. China limita el número de religiones autorizadas a cinco: budista, taoísta, protestante, católica y musulmana.

Según Pamela Kyle Crossley, profesora de historia en el Dartmouth College de Estados Unidos, el acuerdo del Vaticano podría ser solo el primer paso en una lista de peticiones cada vez más exigentes. En su opinión, la Iglesia había pecado de ingenua en las negociaciones con Pekín. “Si el Vaticano está dispuesto a dar al Partido Comunista el derecho de nombrar obispos responsables en China, pronto el Partido invocará su interés en nombrar obispos afines en muchas partes de Asia; en África, seguro; en América Latina, probablemente; y en la misma Italia, posiblemente”, escribió hace poco en un blog.

“Donde quiera que va la inversión china, después va el interés del Partido por asegurarse la conformidad y la armonía. No hay nada como la Iglesia para aconsejar a los fieles que pongan la otra mejilla o que entreguen su capa junto con su túnica”.

Traducido por Francisco de Zárate