Gennadiy está herido en un hospital de la localidad ucraniana de Dnipró, pero eso no le ha impedido encontrar la forma de participar en la esperada contraofensiva contra las fuerzas rusas. Sentado en una sala abarrotada de las instalaciones médicas, el comandante saca inesperadamente su teléfono móvil para mostrar las imágenes en directo de unos campos verdes y unas filas de árboles, una parte del frente ahora mismo en disputa.
Gennadiy, de 51 años, resultó herido por la artillería rusa en la noche del 2 al 3 de junio, cuando la ofensiva ucraniana se intensificaba en el frente sur de Zaporiyia. Dice que mira la pantalla del teléfono cuando se lo piden para ayudar a las tropas sobre el terreno. “Esto no es solo para mirar”, dice. “Sigo en activo, sigo corrigiendo el fuego de artillería”.
Es muy extraño contemplar una guerra en directo desde un teléfono en la mano. Las imágenes son engañosamente poco espectaculares: una cámara escanea sin cesar, enfoca dentro y fuera de árboles y arbustos, observando y esperando la aparición de un objetivo o un movimiento inesperado. En el suelo hay decenas de marcas de impactos anteriores de artillería.
Avance moderado
Se considera que el punto de partida de la tan esperada contraofensiva ucraniana fue la serie de ataques que comenzó el 5 de junio en múltiples puntos del frente sur. Tras casi 16 meses de guerra, se trata de un momento crítico para Kiev, que necesita demostrar que hay un camino hacia la victoria –hacer retroceder a los ocupantes rusos– usando las armas suministradas por Occidente.
El cuadro que describen Gennadiy –el Ejército ucraniano solo permite usar el nombre, sin apellidos, o el apodo para las comunicaciones militares– y otros soldados con los que ha hablado The Guardian es ligeramente diferente, el de una acumulación progresiva. “Hace un mes comenzamos a aumentar la intensidad de nuestros ataques”, dice Gennadiy, sobre las operaciones en las que participaba, como miembro de la brigada número 114, en los alrededores de Novodarivka, una aldea del frente sur que Ucrania liberó el 4 de junio, según declaró Kiev.
Gennadiy reconoce que el progreso ha sido moderado y que a los soldados ucranianos les llevó diez días hacerse con las trincheras rusas de la siguiente línea de árboles. “¿Por qué se tardó tanto en tomar esa única posición? Queríamos minimizar nuestras pérdidas”, explica, mostrando la ubicación en la aplicación de mapas Deep State, que le permite seguir la evolución de los acontecimientos en el frente.
Sus comentarios pueden ayudar a entender algo de lo que está pasando en general. En los últimos 15 días, los líderes ucranianos y sus unidades militares han anunciado la recuperación de un puñado de pueblos en gran parte desiertos, con ganancias de territorio que en el punto más alejado ascienden hasta seis kilómetros y medio, al sur de Velyka Novosilka. Los campos abiertos de Novodarivka están cerca, a una distancia de entre 13 y 16 kilómetros al oeste, y un pequeño conjunto de fuerzas rusas está situado en medio.
Gennadiy también describe unos adversarios decididos que usan armas para las que su brigada no tiene un contraataque eficaz. “Hay ataques incesantes desde helicópteros, tres o cuatro veces al día”, dice. Gennadiy se refiere al uso letal que los rusos hacen en el frente y sus alrededores de los helicópteros de ataque Ka-52. Son difíciles de derribar desde tierra, admite, eludiendo a su propia experiencia en el campo de batalla.
Los hospitales se llenan de heridos
El hospital de Dnipró es uno de los muchos lugares detrás de la línea del frente que recibe a los heridos, una vez estabilizados, para someterlos a nuevas operaciones cuando hace falta o para comenzar la rehabilitación. Como en muchos hospitales ucranianos, las condiciones son de hacinamiento en el mejor de los casos. En los últimos 15 días y, según fuentes de la zona, las instalaciones se han ido llenando de soldados heridos a medida que avanzaba la contraofensiva.
Los ucranianos no aportan datos concretos sobre el número de bajas pero la cruda realidad es que esperan sufrir más pérdidas. A pesar de ello, la moral sigue relativamente alta incluso entre los heridos. Muchos de los que se recuperan en las instalaciones médicas de Dnipró no han dejado de mantenerse al tanto de los acontecimientos militares y mandan mensajes de texto, llaman por teléfono, y hasta recaudan fondos para sus compañeros en el frente.
Viking, de 33 años, resultó gravemente herido a principios de junio por fuego de mortero en el sector septentrional del frente de Lugansk. Sentado en una silla de ruedas, dice que está tratando de “conseguir piezas de repuesto” para un coche con el que su unidad evacúa a los heridos del frente. Hace solo dos semanas que lo compraron y hay que repararlo, se queja. El Ejército ucraniano está tan escaso de dinero que son los propios soldados, los que siguen luchando y los heridos, los que pagan las piezas.
Drones financiados por los soldados
Desde lejos es fácil ver la guerra en Ucrania como una batalla que dependerá del suministro y empleo de tanques, cohetes y otros equipamientos occidentales. Pero hay otras armas desarrolladas a nivel local que son igual de relevantes en el frente. Sobre todo los nuevos drones de 400 o 500 dólares [entre 366 y 458 euros, aproximadamente], que tienen el ataque y no la vigilancia como función principal.
Dirigidos por Shved (o “el sueco”, por su pelo rubio), cuatro operadores de drones prometen llevar a The Guardian hasta una base a ocho kilómetros del frente de Zaporiyia. Pero en el último momento deciden que el viaje es demasiado peligroso por la aparición de drones de reconocimiento rusos sobre sus barracones.
En lugar de eso, Shved atiende a The Guardian en un pueblo cercano, a una distancia similar de la 'línea cero' [el frente], desde el que se puede oír el fuego de la artillería ucraniana. Su escuadrón pertenece a la primera brigada ucraniana, una fuerza mecanizada con tanques T-64 de fabricación soviética que han sido modernizados en República Checa.
En parte, el trabajo de los operadores de drones consiste en acompañar a los blindados haciendo de “sus ojos” cuando avancen para atacar. Lo sorprendente, teniendo en cuenta la importancia que el Ejército ucraniano otorga a los drones, es que sean los propios soldados los que los financian. El Ejército no puede permitírselos.
“Dedicamos hasta el 70% de nuestros sueldos a la compra de drones”, dice Shved. Se refiere especialmente a los nuevos drones de ataque con “visión en primera persona”. “Por eso estos drones se usan como bombarderos y no como kamikazes, porque no hay dinero para seguir sustituyéndolos”, dice Spielberg, otro miembro de la tropa, apodo que le pusieron otros soldados por sus conocimientos de edición de vídeo.
En un punto de mando de drones a unos 48 kilómetros de la línea del frente, el escuadrón hace más tarde una demostración de un Aquila modificado de vuelo rápido y fabricación ucraniana (cuesta 400 dólares, o unos 366 euros), pilotado con un mando y gafas. Incorpora piezas adicionales fabricadas con impresoras 3D, como un lanzabombas, cuya materia prima también fue pagada por os soldados.
El Aquila es capaz de transportar entre una y dos granadas y vuela a una velocidad de 100 kilómetros por hora para escaparse del enemigo. Según los soldados, es capaz de adentrarse unos tres kilómetros en territorio controlado por Rusia y podría ser una alternativa rentable al fuego de artillería, que suele ser impreciso.
Drones como este van a ser una parte fundamental de la lucha que se avecina. Aquí Occidente no tiene nada que enseñar a los ucranianos. “Es la guerra del siglo XXI”, dice Doshch, otro miembro del equipo.
Aunque algunos drones de vigilancia pueden ser operados en búnkeres lejanos, la mayoría de los equipos de pilotos de drones (suelen ser cuatro, según dicen) trabajan a un kilómetro de la línea del frente.
“Somos el objetivo número uno”
De vuelta en el pueblo, los soldados consultados no dicen si han participado o no en la contraofensiva, aunque la impresión general es que están esperando la orden de entrar junto a los tanques de la brigada. El grupo ha pasado poco tiempo en casa y se han cancelado todos los permisos. “Mi hija de 18 meses no me reconocía, y cuando la vi me llamaba 'tío' [la palabra que se emplea para designar a un extraño]”, dice Shved con tristeza, antes de añadir que no tiene otra opción que no sea servir en el Ejército.
Dicen que el contraataque sigue en sus fases preliminares. “Aún no hemos visto muchos combates en los que participen tanques occidentales”, dice Shved, y hasta ahora solo se han visto números modestos en el campo de batalla. El grupo al que pertenece sostiene que, pese a lo paulatino del progreso, la contraofensiva va mejor de lo que parece indicar el ritmo lento de captura de aldeas. “Tal vez no sea muy evidente, porque no nos estamos moviendo muy rápido, pero destruimos equipamientos, tanques, de todo”, dice Spielberg.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha reconocido que los socios occidentales tienen expectativas diferentes respecto a la contraofensiva. La CNN citó la semana pasada a un alto cargo estadounidense y dos occidentales que dicen que la contraofensiva ucraniana hasta ahora no ha estado a la altura de las expectativas, pero reconocen se encuentra todavía en las primeras fases y que mantienen la esperanza de que las fuerzas ucranianas logren avanzar con el tiempo.
Teniendo en cuenta lo que está en juego, a los operadores de drones no les queda otra que ser optimistas. Pero saben que están en peligro. “Somos operadores de drones, somos el objetivo número uno, de alta prioridad para los rusos, que dispararán con todo hacia nuestra ubicación en cuanto nos detecten”, dice Shved, argumentando que los incidentes son frecuentes. “No tengo ninguna duda de que los derrotaremos”, dice Spielberg. “Pero no sé si podré sobrevivir hasta ese momento”.
Traducción de Francisco de Zárate.
Este artículo ha sido actualizado por la redacción de elDiario.es.
Actualización: En las últimas horas, se ha producido un intento de rebelión del grupo Wagner contra los mandos militares rusos. Puedes leer aquí toda la información