Hubo una época en la Bahía de San Francisco en la que se desarrolló un pueblo cuya filosofía y estilo de vida no tenían nada que ver con la tecnología ni sus avances. Hace quinientos años, antes de la llegada de Cristóbal Colón a América, los ohlone poblaban esa zona del norte de California.
La franja de tierra que hoy llamamos Área de la Bahía de San Francisco era el hogar de unos 10.000 miembros de la tribu. La región tenía tanta riqueza vegetal y animal que sobrevivían sin labrar las tierras ni domesticar animales. Cuando llegaron los primeros exploradores occidentales, se quedaron sorprendidos por la cantidad de vida silvestre del lugar.
Los ohlone comían moras y grosellas, chía, moluscos, raíces de muchas plantas y bellotas de todas las variedades de robles. Cazaban ardillas, conejos, alces, osos, ballenas, nutrias y focas. No practicaban la agricultura en el sentido occidental del término, aunque tenían un gran conocimiento de las quemas controladas para generar alimentos de origen vegetal y animal.
Hoy se les conoce a todos con el nombre de ohlone, pero en aquella época no se consideraban un grupo homogéneo: había al menos ocho lenguas diferentes entre los pequeños grupos nativos, con unas ocho mil personas hablando cada una de ellas. Bastaba con caminar 30 kilómetros para dejar de entender el idioma del lugar.
A los misioneros españoles les resultó muy extraño el laissez faire de los ohlone en el tema de las relaciones sociales. “En su estado pagano no se reconoce ninguna superioridad de ningún tipo”, escribieron los religiosos, obsesionados con la jerarquía. También les impresionó la sociedad comunal de los ohlone, que funcionaba de manera similar a las economías del don [sociedades en las que los bienes y servicios se otorgan sin un acuerdo explícito de quid pro quo]. “Regalan todo lo que tienen... [y] a quien llega a su morada le ofrecen de inmediato los alimentos que tienen”, dijo un misionero.
No había una forma clara de gobierno y, para los ohlone, el estatus y la competición no eran importantes. La generosidad y la familia sí lo eran. Todo eso llevó a que los misioneros, súbditos de poderosas monarquías europeas, concluyeran que los ohlone vivían en la “anarquía”.
La relación de los pueblos ohlone con los animales era muy diferente a la de los europeos. Abundaban los zorros, gatos monteses, pumas y coyotes, pero estos depredadores coexistían con los ohlone. “Los animales parecen haber perdido el miedo y se han familiarizado con el hombre”, dijo el capitán inglés Frederick William Beechey. Se ha dicho que los animales aprendieron a distanciarse de los hombres con armas de fuego tras varias generaciones de colonizadores europeos cazando animales sin dificultad. “Damos por sentado que los animales son naturalmente reservados y temen nuestra presencia, pero eso no era así para [los ohlone] que vivieron aquí antes que nosotros”, escribió el historiador Malcolm Margolin.
Los recién llegados españoles fundaron rápidamente misiones en California a finales del siglo XVIII. Comenzaron a trasladar por la fuerza a los ohlone para que vivieran en ellas, aparentemente con el objetivo de convertirlos. Pero a los ohlone los retenían allí en contra de su voluntad y los españoles les obligaban a trabajar para ellos. Separaban a los hombres de las mujeres. Cuando se resistían a hacer lo que los misioneros les pedían, eran azotados y golpeados. Según una persona que vio esas misiones, era imposible distinguirlas de una plantación de esclavos.
Además de la violencia, los misioneros trajeron el sarampión y otras enfermedades. Muchos ohlone murieron por el contagio. En la Misión de San Francisco y en la de Santa Clara varias epidemias mataron a cientos de personas en la década de 1790. La población nativa de California pasó de unas 310.000 personas a 100.000 a lo largo del siglo XIX. Algo similar a lo que estaba ocurriendo en el resto de América del Norte. Cuando llegó Colón, unos 10 millones de indios americanos vivían “al norte de México”, un número que se redujo hasta ser menos de un millón.
Junto con sus misiones, los españoles también impusieron sus ideas sobre la tecnología. Para 1777, la Misión Santa Clara (en la actual Santa Clara, donde tiene su sede la Corporación Intel) tenía una explotación agropecuaria con cerdos, pollos, cabras, gallos, maíz y trigo, en su mayoría especies no nativas. Los misioneros habían transformado el paisaje según sus caprichos tecnológicos y se sorprendían de que los ohlone siguieran “alimentándose” de bellotas, truchas y otras cosechas silvestres. Los españoles no entendían por qué los ohlone no admiraban sus sistemas “superiores”.
“Para quien no lo ha visto, es imposible hacerse una idea del apego que sienten estas pobres criaturas por el bosque”, escribió el misionero vasco Fermín Francisco de Lasuén. “[Fuera de la Misión] están sin techo, sin sombra, sin comida, sin medicinas y sin ayuda. Aquí tienen todas estas cosas a su gusto. Aquí el número de los que mueren es mucho menor que allí. Ven todo esto y, sin embargo, añoran el bosque”. Para misioneros como Lasuén era absolutamente incomprensible la preferencia de los ohlone por un mundo sin las rígidas jerarquías y el control de la naturaleza característicos de Europa.
Las diferencias entre el modo de vida de los ohlone y el de los españoles revelan contradicciones también presentes en nuestras actuales ideas sobre la “tecnología”. Usando el lenguaje empresarial de Silicon Valley, ¿quién tenía la tecnología más avanzada? ¿Los ohlone o los españoles? ¿Quién fue más innovador? El profundo conocimiento de los ohlone para mantener el paisaje y su estilo de vida comunitario permitieron que el Área de la Bahía de San Francisco permaneciera durante unos mil años en un estado ecológico relativamente estable.
La llegada de los colonizadores lo interrumpió. Impusieron al terreno sus caprichos tecnológicos y su lógica agrícola y esclavizaron y explotaron a los ohlone. Ahora es imposible sobrevivir en la Bahía de San Francisco como hacían los ohlone, a base de bellotas, truchas silvestres y moras. Gran parte de la vida vegetal y animal del lugar ha sido eliminada para abrir paso a la civilización occidental.
La idea de que los españoles tenían una tecnología más “avanzada” es discutible. Escribo esto en 2018, el año en que salió la noticia sobre Juicero, un “exprimidor” de 400 dólares. La empresa matriz de este producto de consumo consiguió 120 millones de dólares en capitales de inversión (entre los inversores figura Google) para financiar la producción y comercialización de un exprimidor que se conecta a Internet vía wifi para decirle al consumidor cuál es el origen del zumo que se está bebiendo.
Lo llaman exprimidor, pero en verdad no exprime nada: no se le puede meter una zanahoria, una manzana o una naranja. Hace zumo a base de unos envases patentados que la empresa sella y envía a los consumidores. Hasta que estalló un pequeño escándalo por un periodista de Bloomberg que demostró que es posible llenar el vaso mucho más rápido exprimiendo el sobre con las manos que con el dispositivo. Poco después, la compañía se quedó sin dinero y tuvo que cerrar.
Las manos humanas no suelen ser consideradas como de alta tecnología pero en este caso fueron muy superiores tecnológicamente al Juicero de los 400 dólares. La historia del exprimidor demuestra que algunas veces la tecnología no nos hace más avanzados o inteligentes, ni mejora nuestras vidas o nos permite hacer las cosas más rápidamente. A veces solo hace que dependamos de sistemas nuevos y que necesitemos más recursos, descartando los métodos incompatibles con la llamada lógica económica.
No hubo muchos misioneros españoles en California, pero en la década de 1840 comenzaron a llegar los colonos estadounidenses de forma masiva. Tuvieron comportamientos crueles y genocidas, tal vez incluso peores que los de españoles y mexicanos en su trato con los nativos americanos que aún quedaban. Como escribió un historiador, la incursión estadounidense en California marcó “una de las últimas cacerías humanas de la civilización, y la más tosca y brutal de todas”.
Aún hay personas que conocieron de primera mano a los involucrados en el lento genocidio de los ohlone y otros grupos nativos. Mi abuelo creció en la Bahía de San Francisco en la década de 1920 y todavía vive. Recuerda que de niño escuchaba a los hombres adultos hablar de ir al bosque a cazar (por asesinar) a los indios americanos. No es una época tan lejana como podría parecer.
A lo largo de un siglo, los indígenas ohlone junto a otros nativos americanos de California fueron asesinados y desplazados a medida que los españoles, los mexicanos y más tarde los estadounidenses, ponían en California los cimientos de una sociedad occidental.
Traducido por Francisco de Zárate