En el último debate de las elecciones, Hillary Clinton apareció como esperaba, como la más que probable primera mujer presidenta de los Estados Unidos.
Negándose a confirmar que aceptaría los resultados de las elecciones, Donald Trump se descalificó, casi seguro, como presidente. La transferencia de poder pacífica después de una elección presidencial ha sido el pilar de nuestra democracia. Negándose a aceptar los resultados de la votación, Trump despreciaría la tradición de la política americana y las creencias democráticas de prácticamente todos los votantes.
Como los dos anteriores debates, este fue polémico y marcado por críticas maliciosas entre Trump y Clinton. Pero los argumentos de Trump eran a menudo disparatados y carecían de la más mínima evidencia. Especialmente estrambótico fue su infundado ataque de que la campaña de Clinton estaba detrás de las acusaciones de nueve mujeres que afirmaban que Trump les había metido mano y les había besado. Acusaciones que Trump ha negado.
Algunos analistas pensaban que Trump podría haber perdido las elecciones el día que se hizo pública la repugnante grabación en la que presumía de su habilidad de besar a las mujeres y “agarrarlas por el coño”. Su posición en las encuestas a nivel nacional y en estados clave cayó precipitada e incesantemente desde que la grabación se hiciese pública.
Pero sus constantes reivindicaciones sobre unas elecciones amañadas y la negativa a unirse a su candidato a la vicepresidencia, Mike Pence, en decir que aceptará los resultados de las elecciones son igualmente indignantes, si no más. Estas reivindicaciones tienen el objetivo de dañar la confianza de la gente en el proceso electoral.
Así que Trump arruinó su última oportunidad para presentarse a sí mismo como un presidente creíble, mientras Clinton, que mantuvo su compostura a lo largo del debate, irradió solidez.
En el debate del miércoles, su talla como candidata fue mucho mayor que en los dos anteriores. La mayoría de las últimas encuestas nacionales sitúan a Clinton con una ventaja inaccesible sobre Trump. Con 20 días para las elecciones, es prácticamente imposible para él recuperar el terreno perdido necesario para ganar la presidencia.
Así, Clinton tenía mucho menos en juego que Trump. Su estrategia era simple: demostrar que Trump no vale para la presidencia, defenderse a sí misma sin parecer a la defensiva o utilizando evasivas y, lo más importante, mantener el comportamiento de una más que probable presidenta.
Clinton hizo un trabajo maestro en no dejar que los virulentos ataques de Trump le irritasen. No atacó a Trump tanto como en los dos debates anteriores, aunque obviamente lo incomodó. Él soltó que es una “mujer malvada”.
Trump empezó el debate hablando en voz suave y apuntándose algunos tantos contra Clinton en asuntos como el comercio. Pero pronto perdió el foco y finalmente se desmoronó, negando, cuando hay una grabación que lo demuestra, que había menospreciado por su aspecto a las mujeres que le han acusaron de abusos e interrumpiendo continuamente a Clinton, prácticamente gritando “falso” tras algunas de las intervenciones de Clinton sobre su historial.
Hubo una amplia discusión de temas, la política exterior, el Tribunal Supremo, el déficit presupuestario y el aborto. Clinton insistió en su apoyo al derecho de la mujer a controlar su cuerpo, al tiempo que Trump mostró su repulsión por los abortos en una etapa avanzada y lo describió como “arrancar al bebé del útero”.
Clinton evitó responder directamente a las preguntas del moderador de la Fox Chris Wallace sobre su moral y utilizó sus respuestas para acusar a Trump de ser la “marioneta” de Vladimir Putin, un comentario que claramente le molestó.
Pero se esforzó por ser positiva, demasiado, diciendo que Estados Unidos es grandioso porque “su gente es grandiosa”. Clinton dijo que había dedicado el trabajo de su vida a mujeres y niños y que dedicaría su presidencia a protegerlos. Trump, de nuevo, dio una visión negativa de Estados Unidos.
Por momentos Clinton proyectó un comportamiento majestuoso. Llevaba un elegante traje blanco, un color que ha escogido en otros momentos clave en su carrera a la Casa Blanca, incluido su mitin en Brooklyn tras la victoria en las primarias y en su discurso de aceptación en la convención demócrata. Claramente, Clinton sabe que está a punto de hacer historia de nuevo.