Fue un giro inesperado en lo que ya parecía una película catastrófica demasiado dramática. El pasado 6 de abril, el primer ministro británico ingresó en la unidad de cuidados intensivos del hospital St Thomas de Londres tras contraer un virus nuevo y potencialmente letal. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que estaba rezando por “su gran amigo”. El presidente francés, Emmanuel Macron, mandó sus mejores deseos al primer ministro, a su familia y a los ciudadanos del Reino Unido en “un momento tan difícil”. Y el líder del Partido Laborista, Keir Starmer, indicó que la noticia del ingreso de Johnson era “terriblemente triste”.
Boris Johnson consiguió superar la enfermedad y unos meses más tarde vio nacer a su hijo, Wilfred, cuyo segundo nombre es Nicholas en honor a los doctores que le salvaron la vida, Nick Price y Nick Hart. Pero, ocho meses después, ¿siente aún Reino Unido el impacto de ese dramático momento?
Tan solo dos semanas después de que las autoridades del Reino Unido ordenaran a los ciudadanos que se “quedaran en casa”, Johnson fue hospitalizado con síntomas graves de COVID-19, lo que evidenció la gravedad de la situación.
“Boris era alguien que nunca se ponía enfermo, no entendía la enfermedad y simplemente hablaba sin mucho conocimiento”, indica el profesor Matthew Flinders, director y fundador del Centre for the Public Understanding of Politics de la Universidad de Sheffield. Flinders siguió de cerca al primer ministro durante su época como alcalde de Londres: “Cuando los ciudadanos supieron que Boris había enfermado de COVID-19 pensaron 'Joder, esto va en serio' y cuando lo ingresaron en cuidados intensivos esta preocupación no hizo más que crecer”, añade.
El diagnóstico de Johnosn aumentó el miedo en la población, lo que posiblemente contribuyó a un mayor cumplimiento de las medidas para frenar el avance del virus. “También hizo que Boris pareciera, me atrevería a afirmar, una 'persona normal'. La educación de Eton, la fraternidad del club de Bullingdon y la sociedad de debate de la Universidad de Oxford de repente importaban menos si podía contraer el virus como tú o como yo”, señala Flinders.
A corto plazo, esta muestra de empatía pública benefició al primer ministro. Tras su ingreso hospitalario, la proporción de gente con una opinión favorable hacia Johnson aumentó del 54% al 60%, según una encuesta de YouGov. Los sociólogos se refieren a este tipo de resultado como el efecto “unión en torno a la bandera”. “En cualquier período de incertidumbre o crisis la gente tiende a asociar la crítica con la deslealtad y la falta de patriotismo. Por eso, con la enfermedad, la popularidad de Boris subió”, indica Flinders.
Las críticas no tardaron en volver
Lamentablemente para Johnson, esto se disipó rápidamente. Desde que regresó al trabajo, el primer ministro se ha enfrentado a diversas críticas por su gestión de la pandemia y a rumores que indicaban que había perdido su “magia”. A finales de septiembre, su índice de popularidad cayó al 33%. “Muchos compañeros del gabinete se han quejado de que no es el mismo de antes, rinde menos de lo que solía y no tiene esa energía, ese carisma, cuando entra en una habitación”, dice Flinders. Por supuesto, Johnson discrepa ante esto. “Podría refutar estas críticas a mis habilidades atléticas de la forma que ellos quieran, con un pulso, luchando con las piernas, con la lucha de Cumberland o con una carrera, lo que sea”, argumentó en octubre en su discurso en la conferencia del partido.
El profesor Neil Greenberg, consultor psiquiatra ocupacional y forense del King's College de Londres, señala que sin una evaluación médica es imposible saber si la enfermedad ha afectado psicológicamente al primer ministro. De hecho, no sería sorprendente que así fuera.
Para muchas personas, estar ingresado en una unidad de cuidados intensivos supone tener que enfrentarse por primera vez a la posibilidad de morir. Pueden ver cómo otros pacientes mueren, estar fuertemente sedados y confundidos, o tener dificultades para comunicarse porque tienen un tubo de respiración en la garganta, algo que a Johnson no le llegó a suceder. Varios estudios parecen evidenciar que uno de cada cinco pacientes que son ingresados en una UCI presentan tras ser dados de alta síntomas de síndrome de estrés postraumático.
“No sabemos si esto también es así para los enfermos de COVID-19, pero no veo ningún motivo para que en este caso la situación sea mejor, y en muchos sentidos, podríamos argumentar que seguramente es peor ya que estos presentan problemas de salud a largo plazo y no sabemos qué les va a pasar”, señala el profesor Greenberg. “Incluso para aquellos que no presentan síntomas de una enfermedad psicológica en su sentido estricto, como el síndrome de estrés postraumático, lo cierto es que el hecho de haber pasado por esta situación significa un antes y un después en su vida”, añade Greenberg.
El crecimiento post-traumático
Sin lugar a dudas, su paso por el hospital parece haber dado a Johnson un baño de humildad, a diferencia de Donald Trump, que tras superar la enfermedad se quitó la mascarilla en su primera comparecencia ante los medios de comunicación, en un supuesto alarde de resistencia.
Johnson solo tuvo palabras elogiosas y afectuosas para el personal sanitario y desde entonces ha hablado abiertamente de sus esfuerzos por perder peso y mejorar su estado físico. Greenberg indica que este tipo de transformación psicológica positiva es frecuente entre aquellos que logran salir de la UCI. Este fenómeno incluso tiene nombre: se llama “crecimiento postraumático”. A veces, el síndrome de estrés postraumático y el crecimiento postraumático pueden darse en una persona al mismo tiempo.
El crecimiento postraumático explicaría por qué Johnson se ha vuelto un firme partidario de la nueva estrategia del gobierno para luchar contra la obesidad. “Es difícil bajar de peso pero algunos pequeños cambios pueden hacer que te sientas en mejor forma física y más sano”, tuiteó Johnson en julio. “Si todos ponemos de nuestra parte, podemos reducir riesgos para nuestra salud y protegernos frente al coronavirus. Además lograremos eliminar la presión sobre el sistema de salud pública nacional”, añadió el primer ministro.
Se trata de un cambio radical de actitud. En el pasado, antes de contraer la enfermedad, Johnson ridiculizó públicamente la propuesta de poner advertencias en los alimentos y bebidas alcohólicas, y se opuso a cualquier intervención del gobierno que pudiera ser vista como que estaba haciendo de “niñera” de los ciudadanos. Desde que en julio de 2018 el Gobierno de entonces propuso una serie de medidas para frenar la obesidad infantil, entre ellas la prohibición de “dos por el precio de uno” en alimentos con alto contenido en azucares, grasas o sal situados cerca de las cajas de los supermercados, se han hecho pocos avances. Debido a esto, activistas como Caroline Cerny, de la Obesity Health Alliance, ya habían perdido la esperanza. “A principios de año todo parecía indicar que no se iban a impulsar medidas en ese sentido”, dijo Cerny. “Pensábamos que nunca se iban a impulsar algunas medidas, como la prohibición de emitir anuncios de comida basura a las nueve de la noche”.
Sin embargo, el giro de los acontecimientos, con la llegada de la pandemia y el ingreso de Johnson en la UCI tras un empeoramiento de su situación, posiblemente relacionado con su sobrepeso, hizo que la obesidad volviera a ser una prioridad en la agenda política. “Se ha informado de que el primer ministro ha llegado a reconocer que ha cambiado de opinión al respecto y varios asesores con los que tenemos una relación estrecha nos han dicho que se reunió con Matt Hancock para instarlo a impulsar una nueva estrategia lo antes posible”, subraya Cerny. “Creo que la experiencia que vivió en primera persona, unida a la evidencia científica de la relación entre la obesidad y el empeoramiento de las condiciones de los enfermos de COVID-19 actuó como catalizador”.
Falta por ver si Johnson tendrá la energía necesaria para impulsar realmente estos cambios. “De momento todo son palabras, pero lo que necesitamos son hechos”, dice Cerny. Si finalmente el primer ministro pasa a la acción, será una buena forma de terminar un año nefasto. Sería un ejemplo de crecimiento postraumático que podría beneficiar a todo un país.
Traducido por Emma Reverter.