ANÁLISIS

Es hora de que hasta Reino Unido se adapte a las olas de calor

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En Reino Unido está haciendo mucho calor. El Servicio Meteorológico británico ha emitido una inusual alerta ámbar de calor extremo, y ahora hay vigente una alerta de salud de nivel 3, solo uno por debajo de una emergencia nacional.

El calor extremo se suele considerar un asesino silencioso. Su impacto no es inmediatamente obvio, como en el caso de las tormentas o las inundaciones pero en Reino Unido alrededor de 2.500 personas fallecieron por enfermedades relacionadas con el clima en 2020, un número preocupante porque el calor extremo es cada vez más común. A principios de este año, el Servicio Meteorológico elevó el umbral de lo que se considera una ola de calor en algunas partes del país y aun así, estos fenómenos ocurren con una frecuencia cada vez mayor. 

El problema no se limita a Reino Unido. Europa está experimentando su tercera gran ola de calor este año, con temperaturas disparadas en muchas partes de España. Muchos lugares del continente han padecido una primavera inusualmente seca, lo que ha provocado una sequía generalizada y ha aumentado las probabilidades de incendios forestales en períodos de calor extremo, como ocurre ahora en Portugal

Veranos de 40 grados

La verdad ineludible es que las olas de calor son cada vez más frecuentes y más intensas, y que esto se debe al cambio climático provocado por los seres humanos. En Reino Unido, los veranos de 40°C se están volviendo cada vez más frecuentes. A principios de esta semana, modelos de predicción mostraron simulaciones que excedían esta marca, lo que sugiere que es algo físicamente posible en el clima actual.

Es poco probable que Reino Unido alcance esa marca este mes, para el que la mayoría de las predicciones señalan temperaturas máximas de alrededor de 35°C, pero los científicos del Servicio Meteorológico han demostrado que para finales de siglo, Reino Unido podría experimentar días de 40ºC cada tres o cuatro años, en un escenario de altas emisiones. Si las emisiones se reducen para cumplir con el Acuerdo de París, la probabilidad se reduce a temperaturas de 40ºC cada 15 años. En la actualidad, estamos en camino de estar en algún punto entre los dos.

En junio, el oeste de Norteamérica experimentó una ola de calor sin precedentes, durante la que Canadá batió un nuevo récord nacional de temperatura de 49,6ºC, casi cinco grados más que lo que se había registrado antes. Antes de que ocurriera, un extremo de esta magnitud era impensable, pero un estudio del año pasado demostró que las temperaturas abrasadoras son de esperar, en un mundo que experimenta un cambio climático innegable.

El informe subrayaba que Europa es una de las regiones con mayor riesgo de sufrir olas de calor récord. Según su autor principal, Erich Fischer, al igual que en disciplinas como el salto de altura, en las que los récords mundiales son viejos y solo son superados por incrementos pequeños, los nuevos récords de calor deberían ser más inusuales y los márgenes menores, a medida que se va midiendo. Pero, debido al cambio climático, estamos viendo lo contrario: el clima se comporta como un atleta con esteroides. Otro estudio reciente identificó a Europa como un foco de las olas de calor, donde los extremos crecen entre tres y cuatro veces más rápido que en el resto de las latitudes medias. Los cambios en la corriente en chorro que causan olas de calor más persistentes contribuyen a esta tendencia acelerada, según la investigación. 

Adaptarse es clave

A medida que las temperaturas son cada vez más altas y más peligrosas, una adaptación rápida será clave para reducir el impacto de las olas de calor en la sociedad. Hay muchas medidas relativamente sencillas que podrían ayudar. El impacto del calor se magnifica en las ciudades, y considerando que se prevé que un 70% de la población mundial viva en ciudades en 2050, es esencial tener en cuenta las condiciones extremas de calor en la planificación urbana.

Crear más espacios verdes en las ciudades ayudaría a bajar la temperatura del aire y generar espacios a la sombra, reduciendo la necesidad de refrigeración mecánica. Eso no solo sería beneficioso en una ola de calor, sino que también haría que las ciudades fueran espacios más agradables para vivir. Los beneficios de aumentar los espacios verdes son infinitos. Se ha demostrado que reducen la contaminación del aire y el riesgo de inundación, además de mejorar la salud mental y crear mayor cohesión social. 

Cuando observamos el fin de siglo, hay razones para ser cautelosamente optimistas. Aunque se espera que las olas de calor sean más intensas y frecuentes, se pueden prevenir los fenómenos más extremos mediante la mitigación. Cualquier reducción de las emisiones futuras ayudará a reducir la magnitud de las olas de calor que sufriremos. Cuanto antes se consiga que el mundo alcance el cero neto de emisiones de gases del efecto invernadero, antes se estabilizarán estas preocupantes tendencias. 

Traducción de Patricio Orellana.

Vikki Thompson es climatóloga de la Universidad de Bristol.