Cómo la industria de los hidrocarburos ha contaminado hasta la política

La tragedia de nuestro tiempo es que el derrumbe acumulativo de los sistemas ecológicos ha coincidido con la era del anti-servicio público. Justo cuando deberíamos estar mirando más allá del interés propio y del corto plazo, tenemos a los gobiernos del mundo representando los más mezquinos y asquerosos intereses. En Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Australia y muchos otros países, los que mandan son los plutócratas responsables de la contaminación.

La descomposición de los sistemas de la Tierra está ocurriendo a una velocidad asombrosa. Los incendios forestales arrasan Siberia y Alaska, llegando en muchos lugares a la turba del subsuelo, lo que libera nuevas emisiones de metano y dióxido de carbono y contribuye, por tanto, a más calentamiento global. Se estima que, solo en julio, los incendios forestales del Ártico liberaron la misma cantidad de carbono que Austria en todo un año. El círculo vicioso de la retroalimentación climática ya ha comenzado.

Por el deshielo del casquete glaciar en Groenlandia caen torrentes de agua, derritiéndose ante una anomalía de 15 grados centígrados en las temperaturas. Este nivel de pérdida diaria de hielo debía haber ocurrido dentro de 50 años, como estaba previsto en los modelos climáticos para 2070. Según un artículo de la revista Geophysical Research Letters, en el Alto Ártico canadiense el deshielo del permafrost ya superó al derretimiento proyectado por los científicos para 2090.

En Europa, las temperaturas récord del mes pasado provocaron molestias y trastornos, pero en el suroeste de Asia se acercan a los límites térmicos del cuerpo humano. El aire acondicionado se está haciendo fundamental en cada vez más zonas del mundo, no solo por comodidad sino como una mera cuestión de supervivencia. Otro círculo vicioso: el aire acondicionado requiere un uso gigantesco de energía. Y los que no puedan permitírselo se mudarán o se morirán. La degradación del clima ya es responsable de más desplazamientos forzados que la pobreza o los conflictos, fenómenos en los que también contribuye.

Según un artículo reciente de la revista Nature, tenemos pocas esperanzas de evitar un calentamiento global superior a los 1,5 grados celsius si no damos de baja las infraestructuras de combustibles fósiles actuales. Lo más probable es que las emisiones de carbono de nuestra capacidad ya instalada nos hagan sobrepasar ese umbral, aunque no construyamos más centrales eléctricas de gas o de carbón y tampoco hagamos más carreteras ni aeropuertos. Sólo si desmantelamos parte de nuestra infraestructura antes de que termine su ciclo de vida podremos confiar, con un 50% de probabilidades, en mantenernos dentro del límite acordado en París en 2015.

Pero lejos de desmantelar esta máquina de matar al planeta, los gobiernos y las industrias de casi todos lados están echando más leña al fuego. El plan de la industria del gas y el petróleo es gastar otros 4,9 billones de dólares durante los próximos 10 años en exploración y desarrollo de nuevas reservas de hidrocarburos que no podemos permitirnos quemar. Según los datos del FMI, la suma de las subvenciones a combustibles fósiles de los gobiernos de todo el mundo es de 5 billones de dólares (€4,47 billones) por año, muchas veces más de lo que gastan para resolver nuestro dilema existencial. En EE.UU., esos disparatados subsidios son 10 veces mayores que el presupuesto nacional de educación.

El año pasado, el mundo quemó más combustibles fósiles que alguna vez en su historia. Según un análisis de Barry Saxifrage publicado por The National Observer de Canadá, desde 1990 hasta hoy hemos quemado la misma cantidad de combustibles fósiles que en la suma de todos los años anteriores a esa fecha. En este período también ha aumentado el suministro de energía renovables y nuclear pero la diferencia entre energía derivada de combustibles fósiles y la baja en hidrocarburos no se ha reducido. Al contrario, no ha dejado de crecer. Si queremos evitar que el calentamiento global se nos vaya de las manos, lo más importante no son las cosas buenas que estamos empezando a hacer sino las cosas malas que tenemos que dejar de hacer.

Terminar con la infraestructura de los hidrocarburos requiere de la intervención gubernamental. Pero en muchos países, la intervención de los gobiernos no es para proteger a la humanidad de la amenaza existencial que representan los combustibles fósiles sino para proteger a la industria de los hidrocarburos de la amenaza existencial que representan las protestas. En 18 estados de EE.UU. hubo legisladores presentando proyectos de ley que penalizan las protestas contra los oleoductos, con el objetivo de desmantelar la disidencia democrática en beneficio de la industria petrolera. En junio, el Gobierno de Trump propuso una ley federal que prevé cárcel de hasta un máximo de 20 años para los que interrumpan la construcción de oleoductos y gasoductos.

Según el observatorio mundial Global Witness, Filipinas encabeza la lista de gobiernos que están incitando el asesinato de manifestantes ecologistas. El proceso comienza con la retórica. Primero demonizan la protesta civil, llamándola extremismo y terrorismo; y luego legislan para criminalizar los intentos de proteger la vida en el planeta. Al calificarlo como delito, se legitiman las agresiones físicas y los asesinatos.

En el Reino Unido hemos asistido a uno de estos procesos de demonización con la publicación, por parte del lobby financiado con dinero negro Policy Exchange, de un informe en el que se difama al movimiento Rebelión contra la Extinción. Como ocurre siempre con este tipo de informes, la BBC le concedió varios y grandes soportes de difusión, con su habitual falta de curiosidad para averiguar quién financió el informe.

Lobbies de oscura financiación, como la Alianza de Contribuyentes, el Instituto Adam Smith y el Instituto de Asuntos Económicos, han proporcionado algunos de los asesores clave en el gobierno de Boris Johnson. El nuevo primer ministro también ha nombrado a Andrea Leadsom, una entusiasta defensora del fracking, para llevar el departamento de política climática. Y Grant Shapps, que hasta hace un mes presidía el Grupo de Infraestructura Británico, donde promueven la expansión de carreteras y aeropuertos, será ahora el secretario de Transporte. Según los documentos revelados la semana pasada por The Guardian, la empresa dirigida por el aliado y asesor de Johnson, Lynton Crosby, es responsable de producir anuncios en Facebook, sin nombre y en defensa de los intereses de la industria del carbón.

Estamos ante lo que parece la Paradoja de la Contaminación. Las industrias más contaminantes son las que menos apoyo público tienen y, por ello, más incentivos para gastar dinero en política y obtener los resultados que ellos quieren y nosotros no. Financian partidos, lobbies, centros de estudio, falsas organizaciones comunitarias y oscuros anuncios en las redes sociales. El resultado: la política termina siendo dominada por las industrias más contaminantes.

Nos dicen que temamos a esos “extremistas” que protestan contra el ecocidio, que le plantan la cara a las industrias contaminantes y a los sucios gobiernos que esas industrias tienen en nómina. Pero los extremistas a los que debemos tenerle miedo no son ellos, sino los que están en el gobierno.

Traducido por Francisco de Zárate.